William Miller
EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER
DAYS OF DELUSION -
A STRANGE BIT OF HISTORY
Clara Endicott Sears, 1924
Capítulo 5
EL GRAN COMETA
Traducido
"A
pathless comet,
The menace of the Universe;
Still rolling on with innate force,
Without a sphere, without a course."
No bien había
comenzado el año, cuando el fanatismo, que había quedado más o
menos en suspenso, se desbocó. Antes de esto, el inminente
cataclismo había parecido lejano, pero ahora los días pasaban,
y los nervios de los que habían aceptado los cálculos del
profeta Miller comenzaban a ponerse de punta. Hasta los
incrédulos y los burladores experimentaban insensiblemente la
influencia de las constantes reiteraciones del hecho de que el
fin de todas las cosas estaba a las puertas. Los periódicos
estaban llenos del tema. El público hablaba de lo mismo, y
discutía las posibilidades de ello en los salones de
conferencias, en las esquinas, y en todos los lugares en que
se reunían grupos de personas. El clero ortodoxo se llenó de
consternación al darse cuenta de que un temor nervioso
dominaba a sus congregaciones. Dondequiera que el profeta
Miller y sus ayudantes se reunían, también lo hacía la
multitud, y entre ellos había muchos que pertenecían a
denominaciones que se oponían fuertemente a la doctrina de la
inminente Segunda Venida como la interpretaba el profeta
Miller. En un esfuerzo frenético para detener la marea de
engaño, el obispo de Vermont, el Reverendo John Henry Hopkins,
D. D., escribió lo que sigue en un artículo publicado en forma
de folleto, que recibió amplia circulación:
"Consideramos que el intento de fijar el día o el año de la
venida de nuestro Señor está lleno de presunción y peligro.
Lleno de presunción, porque Cristo mismo declara que 'del día
y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino
sólo mi Padre'. Y nuevamente, 'no os toca a vosotros conocer
los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola
potestad'. Lleno de presunción, porque un hombre se pone a sí
mismo por encima de miles y miles de maestros, predicadores,
confesores, y mártires que han sido antes que él. Lleno de
presunción, porque Pedro declara que 'ninguna profecía es de
interpretación privada'. (2 Pedro 1:20), y sin embargo, sólo
es interpretación privada lo que se nos ofrece, y además, con
tanta confianza como si hubiera sido, de hecho, sancionada por
el consentimiento de la entera Iglesia de Dios.
"El esquema bajo
consideración reclama como su autor a un hombre de fuerte
mentalidad y gran talento innato. Nosotros reconocemos
libremente que sus conferencias y gráficos muestran una
ingeniosidad poco común y gran familiaridad con las
Escrituras. Parece haber sido el propósito principal de sus
estudios, por varios años de su vida, dominar las dificultades
de las profecías no cumplidas. El resultado, ya sea que tenga
razón o esté equivocado, es por lo menos una notable prueba de
perseverante concentración de pensamiento, y hasta ahora le ha
asegurado una extraordinaria atención de parte del público y
notoriedad.... Muchos, muchísimos entusiastas visionarios se
han ocupado de advertir a la humanidad del juicio inminente, y
sin embargo, todavía nunca dejaron de conseguir un auditorio y
un oído dispuesto a escuchar. Poderosa excitación,
extravagante locura, la intoxicación del fanatismo, los
desvaríos de la locura, todos se han seguido los unos a los
otros. Y sin embargo, ¡ay!, éstos han sido llamados frutos del
estudio de las profecías, como si la Palabra de Dios, en los
términos más fuertes y más claros, no se hubiera pronunciado
contra la posibilidad de que nosotros supiésemos por
anticipado el momento de la aparición de nuestro Señor; como
si en el mismísimo último capítulo de las Sagradas Escrituras
el Todopoderoso no hubiera pronunciado su ira contra el
'añadir a la palabra de la profecía', un pecado que, tememos,
se comete demasiado a menudo por las presuntuosas deducciones
de cálculos humanos.
"Contemplando, por lo
tanto, las historia del pasado, ninguna mente inteligente o
instruída puede maravillarse del éxito, como
desafortunadamente se le considera, del presente engaño. Y,
puesto que, desafortunadamente, el autor ha escogido un año
entero para el cumplimiento de su predicción, en vez de
contentarse con un día, como la mayoría de sus predecesores,
esto nos lleva naturalmente a esperar que la excitación
aumente al acercarse el tiempo anunciado para su cumplimiento.
De manera que, si ya han ocurrido muchos deplorables ejemplos
de extravagancia, es difícil imaginar el terrible alcance de
la excitación cuando comience la última semana del período
establecido. A este respecto, el esquema bajo consideración es
más malicioso que cualquiera que se haya impuesto a la
comunidad hasta ahora, porque mantiene la intensa fiebre del
fanatismo ardiendo por más de un año, mientras que en los
otros casos un sólo día hizo entrar en crisis al desorden, y
por lo tanto los pacientes tenían más probabilidades de
recuperarse". [Publicado en 1843.]
El Reverendo Abel C.
Thomas fue otro clérigo que trató de educar al público. Era
universalista, y pastor de la Segunda Iglesia en 1843,
habiendo sido llamado allí de Filadelfia. Era un erudito cuya
opinión era apreciada.
"La frase 'el fin del
mundo','"escribió, "ocurre siete veces en el Nuevo Testamento.
El término griego traducido como mundo no es kosmos (que
significa el mundo material), sino aion, que significa
era o edad. Su significado está bien expresado
cuando hablamos de la Era Cristiana, la Era Judía, la Era
Elizabetina - o la Edad de Oro, la Edad Media, y así por el
estilo. Los discípulos le preguntaron a nuestro Señor en una
entrevista privada: '¿Cuál será la señal de tu venida y del fin
del mundo?' (aion). En la respuesta de nuestro Salvador,
él habla tres veces del fin - es decir, el fin del
mundo al que se refería la pregunta, y les asegura a sus
discípulos que el fin vendría antes de que esa generación
pasara....
"... En ningún lugar de las
Escrituras se menciona el fin del kosmos, pero el fin
de aion se menciona siete veces en el Nuevo Testamento.
'La cosecha es el fin del mundo' (aion). Mat. 13:48. 'Así será
al fin del mundo' (aion)". [A Complete Refutation of Miller´s Theory of the
End of the World in 1843. (Refutación completa de
la teoría de Miller del fin del mundo en 1843). Publicado en
1843. Véase Apéndice, pp. 264-264].
Para los seguidores del profeta Miller, sin
embargo, el hecho de que el clero de la oposición refutara su
teoría no hacía mucha diferencia. Estaban bajo el hechizo de un
engaño que era más fuerte que cualquier argumento que lo
denunciara. Señalaban a la visión de Daniel y al sueño del rey
Nabucodonosor, y a la interpretación de su profeta del carnero,
el macho cabrío, el gran cuerno, y el cumplimiento de la
profecía. A esto se le hizo una contra-afirmación, declarando
que el capítulo octavo de Daniel, que contenía el punto capital
de la teoría de Miller de acuerdo con su personal
interpretación, no tenía nada que ver con la venida de Cristo ni
con el establecimiento del reino eterno de Dios. Se aseguraba
que Antíoco Epífanes, un rey sirio, era la figura central en la
visión del profeta Daniel. Los dos mil trescientos días que allí
se mencionan debían interpretarse como medios días, produciendo
mil ciento cincuenta y cinco días literales, que fueron
literalmente cumplidos por Antíoco, su persecución de los judíos
y el pisoteamiento del templo, como ciento sesenta años antes de
Cristo. [Our First Century. Publicado en 1881]. Pero esto
no impresionó los excitados cerebros de los que esperaban el
Gran Día. Creían en William Miller y en su teoría, y ninguna
explicación lúcida de parte de las iglesias ortodoxas produjo
ningún efecto sobre ellos.
El siguiente relato de una escena que
ocurrió en Washington, escrito por un corresponsal del "Boston
Mercantile Journal" para el editor, muestra cómo, a pesar de los
esfuerzos del clero ortodoxo para explicar lo que ellos
consideraban los puntos débiles de los argumentos de Miller, el
público, o cierta parte de él, estaba histéricamente ansioso de
oír de los labios del propio Miller sus razones para creer que
el Día del Juicio estaba a las puertas.
Washington,
22 de enero de 1843.
"Señor
Sleeper:
"Le escribí ayer para decirle, entre otras
cosas, que el señor Miller, el hombre del fin del mundo,
estaba aquí. Se anunció ayer, por medio de volantes
pegados por toda la ciudad, que él predicaría hoy (domingo) a
las tres de la tarde desde los escalones de la Oficina de
Patentes. Inmediatamente después del almuerzo, se vieron
multitudes moviéndose en esa dirección. El Comisionado para
Edificios Públicos, o algún otro oficial, había hecho levantar
una barricada a medio camino hacia arriba de los escalones, con
el propósito de mantener separada a la muchedumbre, y cuando yo
llegué al lugar de reunión, el espacio entre las calles séptima
y novena, en frente de la Oficina de Patentes, estaba casi llena
de gente, cuyo número fue estimado entre cinco mil y diez mil,
de ambos sexos, y de todas las edades y colores.
"El espacio arriba de las barricadas estaba
protegido por policías. A este espacio los oficiales habían
permitido pasar a algunas personas, principalmente los miembros
del Congreso. Esto llenó a algunos de los no favorecidos de no
poca indignación, y el espíritu democrático de la gente comenzó
a trabajar.
"Se hicieron algunos abortados intentos
para pasar por encima de la barrera, pero sin éxito. Así que
sólo quedaron los pocos privilegiados. Sin embargo, una persona,
más decidida que las demás, se mostró agresiva, y fue tratada
con rudeza por los policías. La muchedumbre, poniéndose de su
parte, y suponiendo que la tal persona estaba siendo abusada,
cargaron contra la barrera para romperla, pero por el momento no
tuvieron éxito. La muchedumbre se calmó, hasta que un caballero,
que entiendo era un clérigo, dio un paso adelante y dijo que se
le había pedido informarle a la gente que estaban delante de él
que 'no había información segura de que el señor Miller estaba
en la ciudad;' al oír esto, se escuchó un alarido como nunca lo
oí desde los alaridos en Bunker Hill en septiembre de 1840,
entremezclados con gritos de '¡Tramposos!', '¡Farsantes!, etc.
"A los pocos minutos, sin embargo, la
muchedumbre se calmó lo suficiente como para que el clérigo
continuara hablando: 'Como dije antes, el señor Miller
probablemente no está en la ciudad, pero como es una lástima que
toda esta gente quede chasqueada por completo de recibir algún
beneficio hoy, creo que sería bueno que se llamara a un
distinguido caballero, el señor Briggs, un miembro del Congreso
por Massachusetts, para que les hable de temperancia. Él está
ahora en la plataforma'.
"Siguieron gritos de '¡Briggs! ¡Briggs!.
Pero el señor Briggs no quiso saber nada de ser llamado de
manera tan poco ceremoniosa, y aunque se lo pidieron
urgentemente sus amigos, declinó. La muchedumbre, dándose cuenta
de que no habría 'diversión' para ellos, decidieron fabricársela
ellos mismos, y de nuevo cargaron contra la barricada, esta vez
con éxito, logrando poner pie en la plataforma, y expulsaron a
los privilegiados, damas y todo, a través de la Oficina
de Patentes - cuya puerta abrieron a patadas - y hacia el
sótano, y de allí, hasta donde yo sepa, los dispersaron hacia la
calle".
Muchos pensaron que personas maliciosas
habían imprimido y distribuído los volantes para engañar al
público, pero no se dio nunca una explicación legítima.
El biógrafo del señor Miller relata las
acciones de un vasto auditorio que se aglomeró en el gran salón
del Museo Chino en Filadelfia para escuchar al profeta en
febrero. Miller disertó desde el 3 hasta el 10. Cada noche, la
gente acudía a sus conferencias, pero una noche, la noche del 7,
tuvo una experiencia bien agitada. La multitud había comenzado a
llegar muy temprano, y la sala estaba llena a su máxima
capacidad.
"Cuando la conferencia comenzó", dice el
pastor Bliss, "la muchedumbre y la confusión eran tan grandes
que era casi imposible escuchar al orador, y se pensó que era
mejor - después de notificar a la gente de lo que se iba a hacer
y dar oportunidad de salir a todos los que deseaban hacerlo -
cerrar las puertas y así asegurar el necesario silencio. Se hizo
así, y el orador procedió con su tema. Durante como media hora,
hubo un profundo silencio, y el enorme auditorio evidenciaba
profundo interés, con excepción de algunos muchachos
indisciplinados. Sin duda, esto habría continuado así, de no
haber sido porque una dama se desmayó y fue necesario abrir las
puertas para dejarla salir. Cuando la puerta se abrió, una
avalancha de gente de pie afuera trató de entrar. Tan pronto
algunos entraron al recinto, un muchacho indisciplinado gritó:
'¡Fuego'!, lo cual causó gran confusión entre la multitud
entera. Unos gritaban una cosa, otros otra. La multitud no
parecía tener la intención de alterar la reunión, sino que todo
sucedió a partir de la entrada en tropel de la gente, y el
grito. El desorden fue causado más por los excitados temores de
la gente que por cualquier otra causa.
"Se restableció el orden otra vez, y el
orador siguió hablando por algunos momentos, pero tuvo lugar
otra acometida de la gente afuera, y la excitación adentro
creció tanto que fue necesario despedir al auditorio. La policía
de la ciudad estaba dispuesta a hacer lo que podía, pero no
había nada que pudieran hacer. No podían controlar los excitados
nervios del auditorio".
Unas pocas noches después, la multitud se
reunió nuevamente, y la excitación prevaleció nuevamente, de tal
manera que los dueños del local se alarmaron y ordenaron
que se suspendieran las reuniones.
Cuando el Profeta Miller anunció este
hecho, no se esperaba, y el auditorio se conmovió hasta lo
indescriptible. "Probablemente más de mil personas se levantaron
para testificar de su fe en la verdad del cercano advenimiento",
continúa el pastor Bliss, "y trescientos o cuatrocientos de los
inconversos se levantaron para pedir que se orara por ellos. El
señor Miller clausuró el servicio con una muy apropiada oración
y una bendición".
En contraste con los días cuando, sin ser
molestado, podía predicar su doctrina en los distritos rurales,
ahora Miller de repente se encontró atacado por todos lados.
Muchos hasta lo declararon loco. El editor del Gazette and Advertiser de
Long Island comentó esta última afirmación, después de
entrevistarlo en febrero de 1843:
"Nuestra curiosidad quedó satisfecha
recientemente por la presentación de este caballero, que
probablemente ha sido objeto de más abuso, ridículo, y
vilipendio que cualquier otro hombre viviente. Un gran número de
veraces editores de periódicos políticos y religiosos nos han
asegurado que el señor Miller estaba completamente loco, y
varios otros predicadores han confirmado esta seguridad. Nos
sentimos un poco sorprendidos de oírlo conversar con una
tranquilidad y solidez de juicio, que nos hizo susurrar para
nuestros adentros: 'Si esto es locura, hay método en ella'".
Muchos artículos, escritos con el propósito
de refutar su doctrina, fueron contestados por Miller, pero, si
esto representaba una carga sobre su resistencia, era como nada
en comparación con lo que ahora demostraba ser una clara amenaza
a su causa, a saber, la desusada influencia ejercida sobre gran
número de personas de todas las edades por un ministro
Congregacionalista, el Reverendo John Starkweather de nombre,
que se había graduado del Seminario Teológico de Andover y que
ahora se había convertido ostensiblemente en uno de sus
seguidores. En una ocasión, este caballero había sido pastor de
la Capilla Marlborough en Boston, y mientras ocupaba ese púlpito
había adquirido una reputación de extrema santidad, hasta el
punto de que, cuando el Pastor Himes dejó su propio púlpito para
viajar por todo el país advirtiendo a la gente que el fin del
mundo estaba a las puertas, lo escogió como a una persona
eminentemente adecuada para encargarse de su congregación en la
Capilla de la Calle Chardon durante su ausencia.
El Reverendo John Starkweather era conocido
entre sus feligreses como un hombre apuesto. Tenía una excelente
figura y maneras agradables, y una voz que ejercía una
extraordinaria influencia sobre los que la escuchaban. Nadie
podía explicar en qué consistía el encanto o el subyugante poder
de ella, pero apenas había comenzado a hablar cuando la capilla
se llenaba hasta la puerta. Pronto se hizo evidente que tenía
creencias propias, extrañas y extremadamente peculiares, que no
habían sido reveladas antes, y las cuales procedió a infundir en
las ya agitadas mentes de la grey del Pastor Himes. La creencia
sobre la cual hacía más énfasis era la de que la verdadera
conversión debería ser, no sólo del espíritu, sino que debía
manifestarse en el cuerpo también, y antes de que alguno se
diera cuenta de cuál sería el efecto de tal doctrina, cientos de
los que lo escuchaban comenzaban a caer en trances catalépticos
y otros eran presa de ataques catalépticos y rodaban por el
suelo retorciéndose como en agonía, mientras que otros más
perdían toda su energía y se derrumbaban al suelo hechos un
ovillo, aparentemente demasiado débiles para sentarse derechos.
Cuando ocurrían demostraciones de este tipo, Starkweather
declaraba que eran señales del poder de Dios limpiando sus almas
de pecado. Lo llamaba "el poder sellador", y los que no lo
experimentaban inmediatamente trataban vigorosamente de
alcanzarlo. Generalmente, lo conseguían, con tanto éxito, que
aterrorizaban y eran la admiración de los que todavía no estaban
completamente preparados para aceptar esta peligrosa teoría.
Cuando el pastor Himes regresó de sus
viajes, encontró a su congregación en el paroxismo del más
salvaje fanatismo, y al público de afuera en un estado de
indignación y disgusto. La historia ha demostrado que el profeta
Miller y el pastor Himes eran duchos en esto de estimular a una
congregación o a multitudes en un salón de conferencias hasta un
alto grado de excitación histérica, pero ninguno de ellos estaba
dispuesto, ni por un momento, a tolerar las manifestaciones
inducidas por la peculiar influencia ejercida por el Reverendo
John Starkweather.
Al principio, Miller y Himes se preguntaban
si él ejercía su poder conscientemente. Pero no les tomó mucho
tiempo averiguar que, no sólo lo ejercía conscientemente, sino
que lo hacía cada vez que se le presentaba la oportunidad. Se
dieron cuenta también de que lo que ahora estaba ocurriendo en
la capilla de la calle Chardon pondría en entredicho la
reputación de todos los que estaban relacionados con la doctrina
de Miller, pues el autor de estos incidentes se llamaba a sí
mismo seguidor del profeta Miller. Himes trató de reconvenirlo,
pero inútilmente. Finalmente, las cosas llegaron a tal punto que
algo definido había que hacer para advertir a los que acudían a
las reuniones en la capilla que no era una fuerza espiritual lo
que los lanzaba a aquellos ataques y contorsiones, sino la
influencia mesmérica del Reverendo John Starkweather, y que tal
influencia, siendo malvada, debería ser evitada por cada uno de
los que aseguraban ser cristianos. En consecuencia, fue a una de
las reuniones cuando, como de costumbre, un grupo de engañados
hombres y mujeres, y hasta niños, se agolpaban a las puertas, y
se las arregló para hacer una protesta pública contra lo que
había estado ocurriendo durante su ausencia. Starkweather se
levantó inmediatamente, con tanta vehemencia, que, de acuerdo
con el pastor Bliss, "el señor Himes se sintió justificado a
dirigirse otra vez al auditorio y exponer la naturaleza de los
incidentes que habían ocurrido entre ellos, así como de su
perniciosa tendencia".
"Esto", continúa diciendo, "escandalizó de
tal manera la sensibilidad de los que consideraban los
incidentes como el gran poder de Dios, que gritaban y se tapaban
los oídos. Algunos saltaban sobre sus pies, y otros salían
corriendo de la casa. "'¡Echará fuera el Espíritu Santo!',
exclamó uno. '¡Ud. está echándonos un balde de agua fría!', dijo
otro. '¡Un balde de agua fría!, replicó Himes. '¡Les vaciaría
encima el Océano Atlántico entero antes que identificarme con
abominaciones como ésta, o soportarlas en este lugar sin
reprenderlas!'".
Siguió una tormentosa escena, siendo el
resultado de la cual que el Reverendo John Starkweather declaró
que él y "los santos", como llamaba a los que eran adictos a
caer en ataques, ya no se reunirían en la capilla Marlborough,
sino que encontrarían un lugar más agradable en algún otro
sitio. Con esto, marchó por el pasillo y a través de la puerta,
seguido por la congregación, y dejando al pastor Himes de pie y
solo al lado de la mesa de lectura.
Desde este momento en adelante, el
Reverendo John Starkweather reunió a su alrededor a un grupo de
seguidores propios, pero el profeta Miller tuvo que soportar el
peso de las críticas despertadas por esta conducta inmoderada
debido al hecho de que el antiguo caballero era igualmente
insistente en que el mundo estaba llegando a su fin y, en
consecuencia, el público siempre supuso que los seguidores de
Starkweather eran milleristas.
La siguiente anécdota nos da una idea de
los espantosos efectos de la influencia mesmérica de
Starkweather sobre la mentalidad de sus admiradores:
"Como muestra de la alucinación", nos
informa el pastor Bliss, "un joven de nombre M----, al regresar
de una reunión, se imaginó que tenía el poder de impedir que los
vagones de ferrocarril se movieran por el mero esfuerzo de su
voluntad. Como estaban a punto de arrancar, dijo: '¡No se
muevan!' Las ruedas de la locomotora dieron varias vueltas antes
de que el pesado tren arrancara. '¡Ahora, muévanse!', dijo. 'Eso
es', dijo, '¿no detuve el tren?'"
La pregunta se le dirigió al padre, que
estaba muy impresionado, y camino a casa el joven se manifestó
deseoso de hacer otra demostración del poder del Espíritu.
"'Padre',
dijo el joven, 'crees que tengo el poder de Dios?'
"'Sí',
dijo el padre, que había estado fascinado en la reunión.
"'Bien,
entonces, ¡pon el caballo sobre esa roca al lado del camino!' Y
fue obedecido, con un poco de incomodidad".
En otra reunión, esta vez en Windsor,
Connecticut, ocurrió algo igualmente sin sentido, que el pastor
Collins informó ese mismo año en Signs of the Times":
"Una dama creía que, como Pedro caminó
sobre el mar por fe, ella también, por fe, podría caminar a
través del río Connecticut, y decidió hacer el intento, pero se
lo impidieron".
Como resultado de esta interferencia, el
pastor Collins continúa diciendo: "Mantuvieron la reunión en
confusión por una hora o dos, y no quisieron escuchar ninguna
reconvención".
Ahora el profeta Miller tuvo que reconocer
que estaba comenzando a perder el control de la situación. De
hecho, había "sembrado vientos", y desde todos los ángulos se
sentían los retumbos de un torbellino.
En este estado de entusiasmo histérico, los
auto-nombrados predicadores de su doctrina dieron rienda suelta
a su propia imaginación, y cada pueblo y villa tenía su propia
versión de la gran profecía. Además, estaba acosado por
solicitudes de sus impacientes seguidores para que fijara el día
en que habría de venir el día. Lo indefinido de su profecía, que
daba un año para cumplirse, los tenía inquietos.
De acuerdo con el pastor Bliss, para este
tiempo el New York Herald
anunció en sus columnas que los milleristas habían fijado el 3
de abril como el día en que vendría el fin, y esta noticia
recorrió el territorio a lo largo y a lo ancho. Esto condujo al
profesor Moses Stuart, que había publicado un folleto refutando
la teoría en que se basaba la profecía, a referirse a Miller y a
sus seguidores como "los hombres del 3 de abril de 1843".
"Yo sugeriría", dice en su folleto, "que,
de una manera u otra, con toda probabilidad ellos han cometido
un pequeño error en cuanto al día exacto del mes en que la gran
catástrofe va a tener lugar, siendo el 1 de abril evidentemente
mucho más apropiado para los preparativos que cualquier otro día
del año". [Hints, 2da. ed., p. 173].
A lo cual respondió aprobadoramente el New York Observer de
febrero 11, 1843, declarando que la sugerencia del profesor
Stuart contribuía a "aquietar todo sentimiento de alarma".
El Sandy
Hill Herald, un periódico publicado en el propio
condado de Miller, tomó sus garrotes al extremo de protestar con
cierta simpatía contra tal ridículo:
"No estamos preparados para decir hasta
dónde está errado el viejo, pero una cosa es cierta, no
dudamos de que es sincero. Ciertamente, todos los que han
oído sus conferencias, o han leído sus obras, deben reconocer
que es un sólido razonador y que, como tal, tiene derecho a que
se le presenten argumentos razonables de parte de los que
discrepan con él. Y, sin embargo, a sus oponentes no les parece
correcto ejercer sus poderes de razonamiento, sino que se
contentan con denunciar al viejo caballero como 'fanático',
'mentiroso', 'viejo tonto engañado', 'especulador', etc. El
señor Miller es ahora, y ha sido por muchos años, residente de
este condado, y como ciudadano, como hombre, y como cristiano,
es tenido en alta estima por todos los que lo conocen. Nos ha
dolido oír decir que el viejo tembloroso de cabellos grises ha
sido denunciado como 'pícaro especulador'".
El Gazette
de Pittsburgh, Pennsylvania, siguió más o menos por la misma
vena, y en uno de sus números de ese año hizo los siguientes
comentarios:
"No concordamos con el señor Miller en sus
interpretaciones de las profecías, pero no vemos ni razón ni
cristianismo en los inmerecidos reproches que se amontonan sobre
él por una honesta opinión. Y de que él es honesto no tenemos
dudas. Es cierto, creemos que está errado, pero creemos que lo
está honestamente. ... La verdad es que, hasta donde lo
entendemos, muchos de los que son indecorosos e insultantes en
sus denuncias del señor Miller tienen un miedo terrible de que
el día, que se dice está tan cercano, 'los tome desprevenidos'.
De aquí que, como chicos cobardes en la oscuridad, hagan gran
ruido para mantener su propio valor, y espantar el coco".
Sin embargo, una de las grandes pruebas
para William Miller fue la evidencia, que venía de todas
direcciones, de que él ya no controlaba a sus seguidores. El
hermano Knapp (un hombre de lo más feroz), el hermano Litch, el
hermano Storrs, el hermano Fitch, el hermano Kirk, el hermano
Bliss, el hermano Patten, el hermano Beach, el hermano Whitney,
el hermano Hook, el hermano Galusha, y una hueste de otros,
todos los cuales ostensiblemente predicaban de acuerdo con la
doctrina de él, en realidad estaban tomando una buena parte de
las cosas en sus propias manos y afirmando sus propias ideas con
aparente autoridad. Miller les escribió las siguientes palabras
de advertencia:
"Queridos
hermanos:
"De acuerdo con nuestra fe, este año es el
último año que Satanás reinará sobre la tierra. Cristo Jesús
vendrá, y lo herirá en la cabeza. El reino de la tierra será
hecho añicos, que es lo mismo. ... El mundo observará si nos
detenemos. No pueden pensar que creemos lo que decimos, porque
cuentan nuestra fe como extraña. Y ahora, cuidado, no les deis
ninguna ventaja sobre nosotros. Quizá esperen ver a muchos
detenerse y caer. Pero espero que ninguno de los que esperan la
gloriosa aparición deje desfallecer su fe. Manténganse
tranquilos, dejen que la paciencia haga su obra perfecta....
Este año probará nuestra fe. Debemos ser probados, purificados y
emblanquecidos; y si hubiere alguno entre nosotros que no cree
de corazón, saldrá de entre nosotros. Pero estoy convencido de
que no puede haber muchos de los tales. ... Queridos hermanos,
les suplico que tengan cuidado de que Satanás no se aproveche de
Uds. esparciendo carbones de fuego fatuo entre Uds, porque, si
no puede inducirlos a la incredulidad y a la duda, tratará de
usar el fuego fatuo del fanatismo y la especulación para
apartarnos de la Palabra de Dios. Sean sobrios, y velen, y
esperen hasta el fin... Permanezcamos fuertes en la fe, con
nuestros lomos ceñidos con la verdad, y nuestras lámparas
preparadas y encendidas, esperando a nuestro Señor, listos para
entrar en la tierra prometida, la verdadera herencia de los
santos. Este año vendrá la plenitud del tiempo; el grito de
victoria resonará en el cielo; el triunfante regreso de nuestro
Gran Capitán puede esperarse, el canto nuevo comenzará delante
del trono, la eternidad comienza su revolución, y el tiempo no
será más.
"Este año - ¡oh año glorioso! - sonará la
trompeta del Jubileo, los niños exilados retornarán, los
peregrinos llegarán a su hogar, de la tierra y del cielo vendrán
los remanentes dispersos y se encontrarán en el aire - los
padres antes del diluvio, Noé y sus hijos - Abraham y los suyos,
los judíos y los gentiles.... ¡Este año! ¡El año largamente
esperado, el mejor, ha llegado!".
Pero la advertencia para "permanecer
tranquilos" cayó en oídos sordos. Había llegado demasiado tarde.
Ya el fuego fatuo estaba saltando de un corazón a otro y de
cerebro en cerebro por toda la hueste de crédulos seres humanos,
ahora bajo el embrujo de la profecía de Miller. No significaba
nada que él no hubiese fijado ningún día específico durante ese
año fatídico. Sus seguidores consultaron los unos con los otros,
y fijaron días según les pareció. Algunos se inclinaban a las
fechas de la Pascua y la crucifixión, mientras otros esperaban
el tiempo de la Ascensión, o la fiesta de Pentecostés, como el
momento más probable para la venida del Señor. En las aldeas y
caseríos, en los pueblos y ciudades, hombres y mujeres miraban
hacia arriba ansiosamente, esperando las señales de lo que
habría de venir.
La tensión y el agotamiento nervioso fueron
demasiado para el Profeta Miller. Mientras disertaba cerca de
Saratoga Springs, fue atacado en el brazo derecho por lo que se
supuso que era erisipela. Su hijo fue llamado urgentemente para
que lo llevara a su casa en Low Hampton. El 6 de abril, le
escribió al Pastor Himes: "Ahora estoy en casa. Fui traído hace
seis días. Estoy muy débil de cuerpo, pero - ¡bendito sea Dios!
- mi mente, mi fe, y mi esperanza todavía son fuertes en el
Señor. No desfallezco en mi creencia de que veré a Cristo este
año....".
No pudo terminar su carta, pero su hijo la
hizo llegar, tal como estaba, al Pastor Himes, escribiendo él
mismo unas pocas líneas en las cuales decía: "Papá está bastante
decaído y débil, y tememos que no se mejore".
De acuerdo con su biógrafo, el Pastor
Bliss, "su enfemedad se manifestó en muchas sucesivas ampollas
de carbunclos, que drenaban su sistema y desgastaban su
resistencia rápidamente".
El
3 de mayo de 1843, hizo otro intento de escribirle al Pastor
Himes:
"Mi salud mejora, como dirían mis
allegados", escribió. "Ahora sólo tengo veintidós ampollas,
desde el tamaño de una uva hasta el de una nuez, en el hombro,
los costados, y los brazos. Verdaderamente, estoy afligido como
Job, tengo cerca de mí a otros tantos consoladores, sólo
que no vienen a verme, como hacían los de Job".
Después de esto, como no había mejoría, su
hijo notificó al pastor Himes: "En general, la salud de papá no
ha mejorado. Continúa muy débil y abatido, confinado a su cama
la mayor parte del tiempo".
La fiebre que ahora se apoderó de él,
además de sus otros problemas, fue casi demasiado para el
profeta Miller. Estuvo muy cerca de dejar la tierra antes de que
se agotara la mitad del tiempo fijado para su existencia.
Gran consternación se observaba en los
rostros de sus seguidores. El pastor Himes, el hermano Litch, el
hermano Fitch, y toda la hermandad de predicadores y
conferencistas, estaban a su lado y lo exhortaban con sonoras
voces a permanecer firme en la fe.
Fue un momento crítico. Entonces, sin
previo aviso, ocurrió algo inesperado que volvió la marea y la
convirtió en inundación. Al medio día, cuando el sol brillaba en
su esplendor, una gran luz rival apareció en el cielo,
destacándose contra el color azul. La gente salía corriendo de
las casas para mirarla. Los peatones, de pie en la calle,
miraban hacia arriba llenos de asombro. La noticia se difundió
como relámpago, y en las ciudades yv pueblos, y por las
carreteras y los caminos que conducían a aldeas distantes y
villorrios alejados, grupos de excitados hombres y mujeres
miraban el celestial desconocido.
¡Era el cometa! ¡El grande y
resplandeciente cometa de 1843, famoso en la historia como uno
de los mayores que jamás se aproximara a la tierra!
Su aparición creó una sensación por todas
partes, pero la exaltación de los seguidores de Miller no
conocía límites. De hecho, ¡he aquí una señal que justificaba su
confianza en la cercanía del fin de todas las cosas terrenales!
Sin aliento, iban de aquí para allá, "haciendo sonar la alarma
de que había que estar vigilantes esperando lo que ahora
evidentemente estaba a las puertas".
Hay varios relatos del gran cometa de 1843.
El siguiente ha sido tomado de Our First Century, publicado por C. A. Nichols
& Co. en 1881.
"SÚBITA APARICIÓN DE UN GRANDE Y
BRILLANTE COMETA EN LOS CIELOS A MEDIODÍA, 1843.
"El cometa de 1843 es
considerado quizás como el más maravilloso de la era presente,
habiendo sido observado durante el día aun antes de que fuera
visible de noche - pasando muy cerca del sol, mostrando una
larga y enorme cola, y despertando interés en la mente del
público como universal, profundo, y sin precedentes. Alarmó al
mundo con su súbita aparición en primavera en los cielos
occidentales, como una banda de aurora desde la región del sol,
por debajo de la constelación de Orión. Al principio, las
multitudes lo confundieron con la luz zodiacal, pero sus aspecto
y sus movimientos pronto mostraron que era un cometa de los
mayores. Hubo también personas que, sin considerarlo, como
muchos de la entonces numerosa secta de los milleristas, como
presagio de la rápida destrucción del mundo, todavía no podían
contemplarlo sin sentirse preocupados por un cierto anónimo
sentimiento de duda y temor. ... Cuando su distancia del sol
permitió que se hiciera visible después de la puesta del sol,
presentó un aspecto de extraordinaria magnificencia".
Este asombroso y misterioso visitante trajo
a las mentes de muchas personas aprensivas una descripción del
día final que aparecía en el libro A View of the Expected Christian Millenium
[Una opinión sobre el esperado milenio cristiano], por Joshua
Priest, publicado en 1828, pero que estaba siendo leído con
especial interés para este tiempo. Un extracto será suficiente
para mostrar cómo sirvió para intensificar la inquietud causada
por la aparición de este vagabundo del universo:
"Porque he aquí que los planetas comenzarán
a salirse de sus órbitas, y a chocar unos contra otros; porque
ahora se ha perdido el principio latente de la fuerza centrífuga
que opera en todos los planetas, y los inclina a alejarse en
línea recta por el espacio interminable, lo que necesariamente
les proporcionará una tremenda fuerza centrípeta hacia el sol.
Siendo ese cuerpo el centro, o el punto más bajo en el sistema,
es por lo tanto el centro de atracción de todos los planetas.
"Entonces, en su descenso hacia el sol,
ocurrirá algo terrible: las estrellas caerán del cielo, y las
potencias de los cielos serán conmovidas, y antes de que
alcancen el sol, las lanzará unas contra otras, y habrá
destrucción de materia y un aplastamiento de mundos
incendiados".
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