LA GRAN TRIBULACIÓN


David Chilton

Dominion Press

Fort Worth, Texas

Copyright © 1987 Dominion Press


ISBN 0-930462 55-6

CAPÍTULO 9

JERUSALÉN ES SITIADA

Ataque desde el abismo.

 Tal como el águila había advertido (Apocalipsis 8:13), el sonido de la quinta trompeta (Apocalipsis 9:1-12) señala la intensificación de las plagas en esta serie. Aunque esta maldición es similar a las grandes nubes de langostas que  cayeron sobre Egipto en la octava plaga (Éxodo 10:12-15), estas "langostas" son diferentes: son demonios del "abismo", el foso sin fondo, que se menciona siete veces en Apocalipsis (9:1, 2, 11; 11:7; 17:8; 20:1, 3). La Septuaginta primero usa el término en Génesis 1:2, hablando del abismo y la oscuridad originales sobre los cuales se cernía el Espíritu creativamente (y "prevaleció" metafóricamente; véase Juan 1:5).

En simbolismo bíblico, el abismo es el extremo más alejado del cielo (Génesis 49:25; Deuteronomio 33:13) y de las altas montañas (Salmos 36:6). Se usa en la Escritura como referencia a las partes más profundas del mar (Job 28:14; 38:16; Salmos 33:7) y a los ríos y depósitos de agua subterráneos (Deuteronomio 8:7; Job 36:16), de donde procedieron las aguas del diluvio (Génesis 7:11; 8:2; Proverbios 3:20; 8:24), y que regaban el reino de Asiria (Ezequiel 31:4, 15). Repetidamente, el cruce del Mar Rojo por el pueblo del pacto se compara con un pasaje a través del abismo (Salmos 77:16; 106:9; Isaías 44:27; 51:10; 63:13). El profeta Ezequiel amenazó a Tiro con una gran desolación de la tierra, en la cual Dios haría subir el abismo para cubrir la ciudad con un nuevo diluvio, arrojando a su pueblo al abismo en las partes más bajas de la tierra (Ezequiel 26:19-21), y Jonás hablaba del abismo en términos de excomunión de la presencia de Dios, una expulsión del templo (Jonás 2:5-6). El dominio del dragón (Job 41:31; Salmos 148:7; Apocalipsis 11:7; 17:8), la prisión de los demonios (Lucas 8:31; Apocalipsis 20:1-3), véase  2 Pedro 2:4; Judas 6), y el ámbito de los muertos (Romanos 10:7), todos son denominados con el mismo nombre: abismo.

Así, pues, Juan está advirtiendo a sus lectores que el infierno está a punto de desatarse sobre la tierra de Israel; como sucedió al antiguo Tiro, el abismo está siendo dragado para que cubra la tierra con sus espíritus inmundos. El Israel apóstata ha de ser expulsado de la presencia de Dios, excomulgado del templo, y lleno de demonios. Uno de los mensajes centrales de Apocalipsis es que la iglesia mora en el cielo como en un tabernáculo (véase Apocalipsis 7:15; 12:12; 13:6); el corolario de esto es que la falsa iglesia mora en el infierno como en un tabernáculo.

¿Por qué dura cinco meses la plaga de langostas? Primero que todo, esta figura es una referencia al príodo de cinco meses, desde mayo hasta septiembre, en que las langostas aparecían normalmente. (La característica desusada es que estas langostas permanecen durante todo el período, atormentando constantemente a la población).

Segundo, esto parece referirse en parte a las acciones de Gesio Floro, el procurador de Judea, que por cinco meses (comenzando enmayo del 66 con la matanza de 3,600 pacíficos ciudadanos) aterrorizó a los judíos, tratando deliberadamente de incitarlos a rebelarse. Tuvo éxito: Josefo fecha el principio de la Guerra Judía en esta ocasión).

Tercero, el uso del término cinco se asocia en la Escritura con poder, y específicamente con organización militar - la disposición del ejército israelita en una formación de pelotones de cinco escuadrones (Éxodo 13:18; Números 32:17; Josué 1:14; 4:12; Jueces 7:11; véase 2 Reyes 1:9ss). Por instrucciones de Dios, Israel sería atacado por un ejército demoníaco procedente del abismo.


Durante el ministerio de Cristo, Satanás había caído a la tierra "como una estrella del cielo" (véase Apocalipsis 12:4, 9, 12); y Juan dice: "se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo". Lo que todo esto significa es exactamente lo que Jesús profetizó durante su ministerio terrenal: la tierra, que había recibido los beneficios de su obra y luego le había rechazado, sería inundada por demonios del abismo. Debemos notar aquí que la llave se le da a Satanás, porque es Dios quien envía los demonios como castigo contra los judíos.
Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y he aquí, más que Jonás en este lugar. La reina del sur se levantará con esta generación en el juicio y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y he aquí más que Salomón en este lugar. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala generación (Mateo 12:41-45).
A causa del rechazo del Rey de reyes por parte de Israel, las bendiciones que habían recibido se convertirían en maldiciones. Jerusalén había sido "barrida" por el ministerio de Cristo; ahora se convertiría en "habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible" (Apocalipsis 18:2). La generación entera fue más y más poseída por demonios; su progresiva locura nacional es evidente cuando uno lee a través del Nuevo Testamento, y sus horripilantes etapas finales son presentadas en las páginas de la obra de Josefo The Jewish War (La Guerra Judía): la pérdida de toda capacidad de raciocinio, las turbas frenéticas que se atacaban las unas a las otras, las engañadas multitudes que seguían a los más transparentemente falsos profetas, la búsqueda enloquecida y desesperada por alimento, los asesinatos en masa, las ejecuciones, los suicidios, los padres que mataban a sus propias familias, las madres que se comían a sus propios niños. Satanás y sus huestas simplemente pululaban por todo el territorio de Israel y consumían a los apóstatas.

La vegetación de la tierra queda específicamente exenta de la destrucción causada por las "langostas". Esta es una maldición contra los hombres desobedientes. Sólo los cristianos son inmunes a los aguijones como de escorpión de los demonios (véase Marcos 6:7; Lucas 10:17-19; Hechos 26:18); los israelitas no bautizados, que no tienen "el sello de Dios en sus frentes" (véase Apocalipsis 7:3-8), son atacados y atormentados por los poderes demoníacos. Y el propósito inmediato que Dios tiene al desatar esta maldición no es la muerte, sino meramente el tormento, al experimentar la nación de Israel una serie de convulsiones. Juan repite lo que nos ha dicho en Apocalipsis 6:16, que "en aquellos días los hombres buscarán la muerte y no la hallarán; y anhelarán morir y la muerte huirá de ellos". Jesús había profetizado específicamente este anhelo de muerte entre los miembros de la generación final, la generación de los judíos que le crucificaron (Lucas 23:27-30). Como Dios había dicho mucho antes: "Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte" (Proverbios 8:36).

La terrorífica descripción de los demonios-langostas de Apocalipsis 9:7-11 guarda mucha similitud con los ejércitos paganos invasores mencionados en los profetas (Jeremías 51:27; Joel 1:6; 2:4-10; véase Levítico 17:7 y 2 Crónicas 11:15, donde la palabra hebrea para demonio significa el peludo). Este pasaje también puede referirse en parte a las pandillas satánicas de los zelotes asesinos que hacían presa en los ciudadanos de Jerusalén, saqueando casas y asesinando y violando indiscriminadamente. Característicamente, estos pervertidos se vestían como prostitutas para seducir a los hombres incautos y llevarlos a la muerte.

Un punto particularmente interesante sobre la descripción del ejército demoníaco es la afirmación de Juan de que "el sonido de sus alas era como el sonido de carruajes, de muchos caballos que se apresuran al combate". Ése es el mismo sonido que hacen las alas de los ángeles en la Nube de Gloria (Ezequiel 1:24; 3:13; 2 Reyes 7:5-7); la diferencia aquí es que el ruido es producido por ángeles caídos.

Juan sigue adelante, e identifica al rey de los demonios, el "ángel del abismo", dando su nombre tanto en hebreo /Abadón) como en griego (Apolión) - una de muchas indicaciones del carácter esencialmente hebreo de Apocalipsis. Las palabras significan Destrucción y Destructor; "Abadón" se usa en el Antiguo Testamento para nombrar la morada de los muertos, el "lugar de destrucción" (Job 26:6; 28:22; 31:12; Salmos 88:11; Proverbios 15:11; 27:20). Juan, pues, presenta a Satanás como la personificación misma de la muerte misma (véase 1 Corintios 10:10; Hebreos 2:14).

Claramente, el hecho de que la hueste entera de destructores fuera desatada sobre la nación judía ciertamente era el infierno en la tierra. Y sin embargo, Juan nos dice que esta irrupción de los demonios en la tierra es sólo "el primer ay". Horrores mucho mayores estaban por venir.

ATAQUE DESDE EL ÉUFRATES

Las primeras palabras de Juan acerca de la sexta trompeta (Apocalipsis 9:13) nuevamente nos recuerdan que las desolaciones que Dios trajo sobre la tierra ocurren en nombre de su pueblo (Salmos 46), en respuesta a a su adoración oficial, de pacto: la orden al sexto ángel es dada por una voz "desde los cuatro cuernos del altar de oro [es decir, el altar de incienso] que está delante de Dios". La mención de este punto tiene el obvio propósito de estimular al pueblo de Dios en adoración y oración, asegurándole que las acciones de Dios en la historia proceden de su altar, donde Él ha recibido sus oraciones. La iglesia de Jesucristo es el nuevo Israel, la nación santa, el verdadero pueblo de Dios, que posee "confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo" (Hebreos 10:19). Juan asegura a  la iglesia del siglo primero que sus oraciones serán oídas y contestadas por Dios. Él se vengará de los perseguidores de la iglesia, porque la tierra es al mismo tiempo bendecida y juzgada por las acciones litúrgicas y los decretos judiciales de la iglesia.

El hecho de que Dios está listo para escuchar y dispuesto a conceder las peticiones de su pueblo sew proclama continuamente en la Escritura (Salmos 9:10; 10:17-18; 18:3; 34:15-17; 37:4-5; 50:14-15; 145:18-19). Dios nos ha dado numerosos ejemplos de oraciones imprecatorias, mostrándonos repetidamente que un aspecto de la actitud de un hombre piadoso es el odio hacia los enemigos de Dios y fervientes oraciones por su caída y su destrucción (Salmos 5:10; 10:15; 35:1-8, 22-26; 59:12-13; 68:1-4; 69:22-28; 83; 94; 109; 137:8-9; 139:19-2; 140:6-11). ¿Por qué entonces no vemos la caída de los impíos en nuestro propio tiempo? Parte importante de la respuesta es que la iglesia no está dispuesta a orar bíblicamente; y Dios nos ha asegurado: No tenéis porque no pedís (Santiago 4:2). Pero la iglesia del siglo primero orando fiel y fervientemente por la destrucción del Israel apóstata, había sido escuchada en el altar celestial de Dios. Sus ángeles fueron comisionados para asestar el golpe.

En los versículos 14-16, el sexto ángel es comisionado para soltar a los cuatro ángeles que habían sido "atados en el gran río Éufrates"; entonces ellos traen contra Israel un ejército que consiste de "miríadas de miríadas". El río Éufrates al norte formaba el límite entre Israel y las terribles fuerzas paganas de Asiria, Babilonia, y Persia, que Dios usaba como látigo contra su pueblo rebelde (véase Génesis 15:18; Deuteronomio 11:24; Josué 1:4; Jeremías 6:1, 22; 10:22; 13:20; 25:9, 26; 46:20, 24; 47:2; Ezequiel 26:7; 38:6, 15; 39:2). Debe recordarse también que el norte era el área del trono de Dios (Isaías 14:13); y tanto la Nube de Gloria como los agentes de la venganza de Dios se ven procediendo del norte, es decir, del Éufrates (véase Ezequiel 1;4; Isaías 14:31; Jeremías 1:14-15). Así, pues, este gran ejército del norte es, en fin de cuentas, el ejército de Dios, y bajo su control y dirección, aunque es también claramente de carácter demoníaco y pagano (acerca de "atar" a los ángeles caídos, véase 2 Pedro 2:4; Judas 6). Dios es completamente soberano, y usa tanto a demonios como a los paganos para llevar a cabo sus propósitos santos (1 Reyes 22:20-22; Job 1:12-21); por supuesto, después castiga a los paganos por sus malvados motivos e impías metas que les llevó a cumplir el decreto de Dios; véase Isaías 10:5-14). Juan dice que los ángeles atados en el Éufrates "habían sido preparados para la hora, el día, el mes, y el año"; estando su papel en la historia completamente predestinado y cierto.

Se dice simplemente que el número de los jinetes  es de "millares y millares", una expresión tomada de Salmos 68:17, que dice: "Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares" - en otras palabras, un número incalculable, que no se puede contar. Los intentos de convertir esto en una cifra exacta (como en el caso del supuesto tamaño del ejército chino, o las fuerzas armadas de Europa Occidental, y así sucesivamente) están condenados a la frustración. El término significa simplemente muchos millares, e indica una vasta hueste que se debe considerar en relación con el ejército angélico del Señor, compuesto de millares y millares de carruajes.


Evitando los deslumbrantes cálculos tecnológicos adelantados por algunos comentaristas sobre Apocalipsis 9:17-19, observamos simplemente que, aunque el número del ejército tiene el propósito de recordarnos el ejército de Dios, las características de los caballos - el fuego y el humo y el azufre que salían de sus bocas - nos recuerdan al dragón, el leviatán que escupía fuego (Job 41:18-21), y al mismo infierno (Apocalipsis 9:2; 19:20; 21:8).

Así, pues, para resumir la idea: Un ejército innumerable avanza sobre Jerusalén desde el Éufrates, el origen de los enemigos tradicionales de Israel; es una fuerza feroz, hostil, demoníaca enviada por Dios en respuesta a las oraciones de su pueblo pidiendo venganza. En resumen, este ejército es el cumplimiento de todas las advertencias de la ley y los profetas acerca de una horda vengadora enviada para castigar a los quebrantadores del pacto. Los horrores descritos en Deuteronomio 28 habrían de caer sobre esta generación perversa (véanse especialmente los versículos 49-68). Moisés había declarado: Enloquecerás a causa de lo que verán tus ojos (Deuteronomio 28:34).

Como en realidad sucedió en la historia, la rebelión judía en reacción a la "plaga de langostas" de Gesio Floro durante el verano de 66 d. C. provocó la invasión de Palestina por Cestio en el otoño, con gran número de tropas a caballo, desde las regiones cerca del Éufrates (aunque el punto principal de la referencia de Juan es el significado simbólico de río en la historia y la profecía bíblicas). Después de asolar el campo, las fuerzas de Gesio llegaron a las puertas Jerusalén en el mes de Tisri - el mes que comienza con el día de las trompetas.

Lo que sucedió después es uno de los más extraños relatos en los anales de la historia militar. Los romanos rodearon la ciudad y la atacaron continuamente durante cinco días; al sexto día, Cestio dirigió con éxito una fuerza escogida en un asalto supremo contra la muralla norte. Después de que capturaron su objetivo, comenzaron los preparativos para incendiar el templo. Viendo que estaban siendo completamente abrumados, los rebeldes comenzaron a huir llenos de pánico, y los "moderados", que se habían opuesto a la rebelión, intentaron abrir las puertas para rendir Jerusalén a Cestio.

Justo entonces, en el momento mismo en que una completa victoria estaba a su alcance, Cestio retiró sus fuerzas, repentina e inexplicablemente. Sorprendidos y envalentonados, los rebeldes regresaron de su huida y persiguieron a los soldados en retirada, infligiéndoles gran número de bajas en su ataque. Este éxito inesperado de las fuerzas rebeldes tuvo el efecto de crear entre los judíos una confianza enorme pero completamente injustificada, y hasta los moderados participaron en el entusiasmo general a favor de la guerra. En vez de acatar el verdadero mensaje de este trompetazo de advertencia, el Israel apóstata estúpidamente se afirmó en su rebelión.

En consecuencia, Juan informa en los versículos 20-21 que "el resto de los hombres, que  no murieron por estas plagas, no se arrepintieron ... para no adorar ni a demonios ni a ídolos". Los judíos se habían entregado tan completamente a la apostasía que ni la bondad de Dios ni su ira podían hacerles volverse de su error. Josefo informa que, en lugar de eso, hasta el mismo fin - después del hambre, los asesinatos en masa, el canibalismo, la crucifixión de sus compatriotas judíos a razón de 500 por día - los judíos continuaron escuchando los locos desvaríos de los falsos profetas que les aseguraban la liberación y la victoria. Josefo comenta: "Así fueron engañadas las gentes miserables por estos charlatanes y falsos mensajeros de Dios, mientras despreciaban y rechazaban los inconfundibles portentos que auguraban la desolación venidera; más bien, como si estuviesen aturdidos, ciegos, y sin sentido, no hicieron caso a las claras advertencias de Dios" (The Jewish War, vi. v. 3).


ADVERTENCIAS DE LA CAÍDA DE JERUSALÉN

¿Qué "claras advertencias les había dado Dios? Además de la predicación apostólica, que en realidad era todo lo que necesitaban (véase Lucas 16:27-31), Dios les había enviado señales milagrosas y maravillas para testificarles del juicio venidero; antes de la caída de Jerusalén, Jesús les había advertido: "Habrá terror y grandes señales del cielo" (Lucas 21:11). Esto fue especialmente cierto durante la temporada de las fiestas del año 66. Josefo continúa diciendo en su informe: "Mientras la gente se reunía para la fiesta de los panes sin levadura, el día ocho del mes de Nisán, en la hora nona de la noche [3:00 a.m.] apareció alrededor del altar una luz tan brillante que parecía la luz del día; esto duró media hora. Los inexpertos la consideraron como una buena señal, pero los escribas santos la interpretaron inmediatamente de conformidad con los eventos subsiguientes".

Durante la misma fiesta, tuvo lugar otro incidente asombroso: "La puerta del lado oriental del santuario interior era maciza, de bronce, y tan pesada que apenas podía ser movida por veinte hombres todas las noches; estaba equipada con barras guarnecidas de hierro y asegurada con pernos hundidos profundamente en un umbral que había sido fabricado con un solo bloque de piedra; sin embargo, a esta puerta se la vio abrirse por sí sola en la hora sexta de la noche  [medianoche]. Los guardias del templo corrieron a informar el incidente al capitán, el cual vino y, con gran esfuerzo, logró cerrarla. Para los no iniciados, esto también parecía la mejor de las señales, pues suponían que Dios había abierto para ellos la puerta de la felicidad. Pero personas más sabias se dieron cuenta de que la seguridad del templo se estaba desmoronando sola y que la apertura de la puerta era un regalo para el enemigo, e interpretaron esto en sus propias mentes como una señal de la desolación venidera".

Dicho sea de paso, un incidente similar ocurrió en 30 d. C., cuando Cristo fue crucificado y el velo exterior del templo - ¡de 24 pies de ancho y más de 80 pies de altura! - se rasgó de arriba abajo (Mateo 27:50-54; Marcos 15:37-39; Lucas 23:44-47). El Talmud (Yoma 39b) informa que, en 30 d. C., las puertas del templo se abrieron solas, aparentemente debido al colapso del dintel superior, una piedra que pesaba alrededor de 30 toneladas.

Los que no podían asistir a la fiesta regular de la Pascua debían celebrarla un mes más tarde (Números 9:9-13). Josefo informa una tercera gran maravilla que ocurrió al final de la segunda Pascua en 66: "Se vio una aparición sobrenatural, demasiado asombrosa para ser creída. Supongo que lo que ahora voy a relatar sería menospreciado como imaginario, si  no hubiese sido presenciado por testigos y luego seguido desastres subsiguientes que merecían ser señalados de esa manera. Antes de la puesta del sol, se vieron carruajes en el aire sobre todo el país, así como batallones armados volando a través de las nubes y rodeando las ciudades".

Una cuarta señal ocurrió dentro del templo al siguiente gran día de fiesta, y fue presenciado por los veinticuatro sacerdotes que estaban de turno: "En la fiesta llamada del Pentecostés, cuando los sacerdotes habían entrado a los atrios interiores del templo en la noche para desempeñar sus oficios acostumbrados, declararon que oyeron, primero, de una violenta conmoción y un violento estruendo, luego la voz como de una hueste, que exclamaba: ¡Nos vamos de aquí!".

Hubo una quinta señal en los cielos aquel año: "Una estrella que parecía una espada se puso sobre la ciudad, y un cometa permaneció por un año entero". Como dice Josefo, era obvio que Jerusalén "ya no era más la morada de Dios". Pero Israel no se arrepintió de su maldad. Ciega a sus propios males y a los crecientes juicios que se le venían encima, permaneció firme en su apostasía, y siguió rechazando al Señor y en su lugar aferrándose a sus falsos dioses.

¿Adoraban realmente los judíos a demonios e ídolos? Ciertamente, al rechazar a Jesucristo, quedaron ineludiblemente envueltos en la idolatría y se apartaron de la fe de Abraham y sirvieron a dioses de su propia hechura. Además, la idolatría judía no era ningún "teísmo" vago, indefinido, apóstata. Al abandonar a Cristo, los judíos de hecho se convirtieron en adoradores de César.

Josefo da testimonio elocuente de esto, pues escribe repetidamente sobre la ira de Dios contra la apostasía de la nación judía como la causa de sus males: "Estos hombres, pues, pisotearon todas las leyes de los hombres y se rieron de las leyes de Dios; y en cuanto a los oráculos de los profetas, los ridiculizaron como si fuesen trucos de juglares; pero estos profetas predijeron muchas cosas concernientes a las recompensas de la virtud y los castigos del vicio, las cuales, cuando estos zelotes las violaron, ocasionaron el cumplimiento de esas mismas profecías pertenecientes a su propio país".

"Desde el principio del mundo, ninguna otra ciudad sufrió jamás tales miserias, ni engendró jamás ninguna época una generación más fructífera en maldad que ésta".

"Cuando la ciudad fue rodeada y [sus habitantes] ya no pudieron recoger plantas, algunos fueron llevados a tan terrible aflicción que iban a las cloacas comunes y los estercoleros del ganado, y comían los excrementos que encontraban allí; y lo que antes ni siquiera podían mirar, ahora lo usaban como alimento. Tan pronto los romanos se enteraron de esto, se despertó su compasión; pero los rebeldes, que lo vieron también, no se arrepintieron, sino que permitieron que la misma aflicción les sobreviniera a ellos, pues estaban ciegos al destino que ya había caído sobre la ciudad y sobre ellos también".

Dice Juan que los ídolos de Israel son "de oro, plata, bronce, piedra y madera", una descripción bíblica estándar de los materiales usados en la construcción de dioses falsos (véase Salmos 115:4; 135:15; Isaías 37:19). De manera consistente, la Biblia ridiculiza los ídolos de los hombres como obra de sus manos, meros palos y piedras que no ven ni oyen ni andan. Esto es un eco de la mofa que el salmista hace de los ídolos paganos:

Tienen boca, mas no hablan;
tienen ojos, mas no ven;
orejas tienen, mas no oyen;
tienen narices, mas no huelen;
manos tienen, mas no palpan;
tienen pies, mas no andan;
no hablan con su garganta.

Luego viene el tiro de gracia:

Semejantes a ellos son los que los hacen,
y cualquiera que confía en ellos.
(Salmos 115:5-8; véase 135:16-18).

Herbert Schlossberg ha llamado muy apropiadamente a esto santificación a la inversa - un proceso por medio del cual "el idólatra es transformado a semejanza del objeto de su culto. Israel 'fue tras lo sin valor, y se convirtió en sin valor' (Idols for Destruction, p. 295). Como tronaba el profeta Oseas, los idólatras de Israel "vinieron a ser tan detestables como aquéllo que amaban" (Osea 9:10; véase Jeremías 2:5).

La descripción  que hace Juan de la idolatría de Israel concuerda con la posición profética usual; pero su acusación es una referencia aun más directa a la condena que Daniel hace de Babilonia, específicamente en relación con su adoración a dioses falsos con los sagrados utensilios del templo. Daniel le dijo al rey Belsasar: "Contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas bebiste vino en ellos; además de esto, diste alabanza a Dios de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos, nunca honraste" (Daniel 5:23).

La implicación  de Juan es clara: Israel se ha convertido en una Babilonia, y ha cometido sacrilegio al adorar dioses falsos con los tesoros del templo; como Babilonia, Israel ha sido "pesado en la balanza y ha sido hallado falto"; como Babilonia, Israel será conquistado y su reino entrará en posesión de los gentiles (véase Daniel 5:25-31).

Finalmente, Juan resume los crímenes de Israel, todos los cuales nacen de su idolatría (véase Romanos (véase Romanos 1:18-32). Esto condujo al asesinato de Jesús y de los santos por Israel (Hechos 2:23, 36; 3:14-15; 4:26; 7:51-52, 58-60); sus hechicerías (Hechos 8:9,11; 13:6-11; 19:13-15; véase Apocalipsis 18:23; 21:8; 22:15); sus fornicaciones, una palabra que Juan usa doce veces para referirse a la apostasía de Israel (Apocalipsis 2:14; 2:20; 2:21; 9:21; 14:8; 17:2 [dos veces]; 17:4; 18:3 [dos veces]; 18:9; 19.2); y sus latrocinios, un crimen a menudo asociado en la Biblia a la apostasía y la resultante opresión y persecución de los justos (véase Isaías 61:8; Jeremías 7:9-10; Ezequiel 22:29; Oseas 4:1-2; Marcos 11:17; Romanos 2:21; Santiago 5:1-6).

CONCLUSIÓN

Durante los últimos días, hasta la llegada de los romanos, las trompetas habían sonado, advirtiendo a Israel que se arrepintiese. Pero la alarma fue ignorada, y los judíos se endurecieron en su impenitencia. La retirada de Cestio fue por supuesto interpretada en el sentido de que las profecías de Cristo sobre la destrucción de Jerusalén eran falsas: los ejércitos del Éufrates habían llegado y rodeado Jerusalédn (véase Lucas 21:20), pero la amenaza de "desolación" no se había vuelto realidad. En lugar de eso, los romanos habían huido, con las colas entre las piernas. Más y más confiados en la bendición divina, los judíos se lanzaron atolondradamente a mayores actos de rebeldía, sin darse cuenta de que fuerzas aun mayores más allá del Éufrates se estaban preparando para el combate. Este vez no habría retirada. Judea sería convertida en desierto, los israelitas serían masacrados y esclavizados, y el templo sería arrasado hasta el suelo, sin que quedase piedra sobre piedra.

De vuelta arriba

Sección de Libros 2

Contenido|Prefacio del editor|Epílogo del editor

|1|2|3|4|5|6|7|8|9|10|11

Index 1