LA GRAN TRIBULACIÓN


David Chilton

Dominion Press

Fort Worth, Texas

Copyright © 1987 Dominion Press


ISBN 0-930462 55-6

CAPÍTULO 11

¡CONSUMADO ES!

Los objetivos simbólico de los primeros cuatro cálices eran los elementos de la creación física: la tierra, el mar, las aguas, y el sol. Con los tres últimos cálices, las consecuencias del ataque de los ángeles son de naturaleza más "política": el trastorno del reino de la bestia; la guerra del gran día de Dios; y la caída de "Babilonia".

EL QUINTO CÁLIZ

Aunque la mayoría de los juicios durante el Apocalipsis apuntan específicamente al Israel apóstata, los paganos que se unen a Israel contra la iglesia caen bajo condenación también. En realidad, la misma gran tribulación demostraría ser "la hora de prueba, esa hora que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra" (3:10). El quinto ángel (Apocalipsis 16:10-11), pues, derrama su cáliz "sobre el trono de la bestia"; y aun mientras  el calor del sol abras a a los que adoran a la bestia, las luces se apagan para este reino, y se oscurece - lo cual, como vimos en nuestro estudio de Mateo 24, es un símbolo bíblico estándar para el tumulto político y la caída de gobernantes (véase Isaías 13:9-10; Amós 8:9: Ezequiel 32:7-8). El significado principal de esta plaga es todavía el juicio sobre Israel porque (en términos del mensaje de Apocalipsis) Israel  era el "trono" y el "reino" de la bestia. Además, como veremos, el pueblo que sufre a causa del primer cáliz se identifica con el sufrimiento del primer cáliz también, que fue derramado sobre la tierra, sobre los israelitas adoradores de la bestia (Apocalipsis 16:2).

Sin embargo, también es probable que este juicio corresponda parcialmente a guerras, revoluciones, disturbios y "convulsiones mundiales" que sacudieron el imperio después de que Nerón se suicidó en junio de 68. El gran erudito del siglo diecinueve, F. W. Farrar, escribió en relación con esto acerca de "los horrores infligidos sobre Roma durante las guerras civiles y los romanos por los gobernadores de provincia - ya simbolizados por los cuernos de la bestia salvaje, y caracterizados aquí como reyes todavía sin reinos. Los tales fueron Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano. Vespasiano y Muciano planearon deliberadamente matar de hambre al populacho romano; y en la feroz lucha de los vitelianos contra Sabino y Domiciano, y la matanza que siguió, ocurrió un incidente que sonó portentosamente en los oídos de todo romano - el incendio que arrasó hasta los cimientos el templo de Júpiter Capitolino el 19 de diciembre de 69 d. C. No fue la menor de las señales de los tiempos que el espacio de un año vio envueltos en llamas los dos santuarios más venerados del mundo antiguo - el templo de Jerusalén y el templo del gran dios latino" (The Early Days of Christianity, pp. 555s).

Un pasaje de Tácito, el historiador romano, da alguna idea de las condiciones caóticas en la ciudad capital: "Cerca de la lucha permanecía el pueblo de Roma como el auditorio de un espectáculo, animando y aplaudiendo a este lado o a aquél por turno, como si esto fuese un combate de mentiras en la arena. Cada vez que un lado cedía, los hombres se escondían en negocios o se refugiaban en alguna casa grande. Luego eran llevados fuera a rastras y asesinados a instancias de la turba, que se apoderaba de la mayor parte del botín, porque los soldados estaban concentrados en el derramamiento de sangre y la matanza, y el botín le tocaba a la turba.

"La ciudad entera presentaba una terrible caricatura de su naturaleza normal: lucha y bajas en un punto, baños y restaurantes en otro; aquí el derramamiento de sangre y los cadáveres dispersos por doquier, cerca las prostitutas y gente como ellas - todo el vicio asociado con una vida de ocio y placer, todas las terribles obras típicas de una plebe sin piedad. Todo esto estaba tan íntimamemte ligado que un observador habría pensado que Roma estaba en las garras de una orgía simultánea de violencia y disipación. Había habido ocasiones en el pasado cuando ejércitos habían luchado dentro de la ciudad, dos veces cuando Lucio Sulla obtuvo el control, y una vez bajo Cinna. No menor crueldad había sido exhibida entonces, pero ahora había una brutal indiferencia, y ni siquiera una momentánea interrupción en la búsqueda del placer. Como si esto fuese un entretenimiento más en la temporada festiva, se refocilaban con los horrores y sacaban provecho de ellos, sin importarles qué lado ganaba y glorificándose en las calamidades del estado" (The Histories, iii. 83).

Nuevamente Juan llama la atención a la impenitencia de los apóstatas. La reacción de ellos al juicio de Dios es sólo una mayor rebelión - pero su rebelión se está volviendo más impotente: "Se mordieron las lenguas a causa del dolor, y blasfemaron al Dios del cielo a causa de sus dolores y sus úlceras; y no se arrepintieron para dar gloria a Dios". Una marca distintiva de las plagas de los cálices es que llegan todas a la vez, sin "respiro" entre ellas. Las plagas son lo bastante malas cuando llegan una por una, como en los juicios sobre Egipto. Pero esta gente todavía se está mordiendo la lengua y blasfemando contra Dios a causa de sus úlceras - las que vinieron sobre ellos cuando el primer cáliz fue derramado. Los juicios están siendo derramados tan rápidamente que cada plaga sucesiva encuentra a la gente sufriendo todavía por todas las anteriores. Y a causa de que su carácter no ha sido transformado, no se arrepienten. La idea de que el mucho sufrimiento produce piedad es un mito. Sólo la gracia de Dios puede hacer volver al impío de su rebelión; pero Israel ha resistido al Espíritu, para su propia destrucción.

EL SEXTO CÁLIZ

Correspondiendo a la sexta trompeta (Apocalipsis 9:13-21), el sexto cáliz es derramado "sobre el gran río, el Éufrates; y su agua se secó, para preparar el camino para los reyes del oriente" (Apocalipsis 16:12). Como vimos antes, el río Éufrates era la frontera del norte de Israel, desde donde vendrían los ejércitos invasores para asolar y oprimir al pueblo del pacto. La imagen del Éufrates secándose para un ejército conquistador está tomada, en parte, de una estratagema de Ciro el persa, que conquistó a Babilonia al desviar temporalmente el Éufrates de su curso, permitiendo que su ejército marchase lecho arriba del río y entrase en la ciudad, tomándola por sorpresa. Por supuesto, la idea más básica es el secamiento del Mar Rojo (Éxodo 14:21-22) y el río Jordán (Josué 3:9-17; 4:22-24) para el victorioso pueblo de Dios. Nuevamente está allí la nota subyacente de trágica ironía: Israel se ha convertido en la nueva Babilonia, una enemiga de Dios que debe ser conquistada por un nuevo Ciro, al ser el verdadero pueblo del pacto liberado milagrosamente y llevado a su herencia. Por supuesto, la llegada de los ejércitos del Éufrates representa el sitio final de Jerusalén por los ejércitos de Tito; y es ciertamente más que coincidencia que miles de estos soldados vinieran en realidad del Éufrates.

En los versículos 13-14 de Apocalipsis 16, Juan registra la aparición de tres espíritus inmundos que salen de la boca del dragón, la bestia, y el falso profeta (la "bestia terrestre" o la dirigencia de Israel, de la cual se habla en Apocalipsis 13:11; véase 19:20), Aquí se establece un nexo con la segunda plaga de Egipto, porque la multitud de ranas que infestaron a Egipto venían del río (Éxodo 8:1-7). Juan ha combinado estas imágenes en estos versículos: primero, una invasión desde un río (v. 12); segundo, una plaga de ranas (en las leyes dietéticas del pacto antiguo, las ranas eran inmundas: Levítico 11:9-12, 41-47). Tercero, estas "ranas" son en realidad espíritus de demonios, que hacen señales para engañar a la humanidad. Hay un énfasis múltiple en el dragón (imitado por sus cohortes) que arroja cosas por la boca (véase Apocalipsis 12:15-16; 13:5-6; contrástese con 1:16; 11:5; 19:15, 21); y la triple repetición de boca sirve aquí como otro punto de contacto con la sexta trompeta (9:17-19).

Estos espíritus inmundos del diablo, el gobierno romano, y los dirigentes de Israel salen a los reyes del mundo entero (véase Salmos 2) para reunirlos para la batalla del gran día de Dios. Por medio de falsas profecías y obras milagrosas, incitan a los ejércitos del mundo a que se unan en la guerra contra Dios. De lo que no se dan cuenta es que la batalla es del Señor, y que los ejércitos están siendo traídos para cumplir los propósitos de Dios, no los de ellos. Es Dios quien prepara el camino para esos ejércitos, hasta secando el Éufrates para que pasen.

El profeta Miqueas presenta un mensaje muy similar al malvado rey Acab de Israel, explicando por qué Acab sería muerto en combate contra los arameos:

Vi a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. Y Jehová dijo: ¿Quién inducirá a Acab para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía de una manera y otro decía de otra. Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué manera? Y él dijo: Yo saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y él dijo: Le inducirás, y aun lo conseguirás; ve, pues, y hazlo así (1 Reyes 22:19-22).

Esto encuentra eco en la profecía de Pablo a los tesalonicenses:

Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tesalonicenses 2:7-12).

Y finalmente, la "obra de error" llevada a cabo por estos espíritus mentirosos es enviada por Dios para causar la destrucción de sus enemigos en la guerra del "gran día de Dios", un término bíblico para designar el día del juicio, de calamidad para los impíos (véase Isaías 13:6, 9; Joel 2:1-2, 11, 31; Amós 5:18-20; Sofonías 1:14-18). Específicamente, éste debe ser el día de la condena y la ejecución de Israel; el día, como predijo Jesús en su parábola, en que el Rey enviaría sus ejércitos a destruir a los asesinos e incendiarles la ciudad (Mateo 22:7). Juan subraya este punto nuevamente al referirse al Señor como Dios Todopoderoso, la traducción griega de la expresión hebrea Dios de los ejércitos, el Señor de los ejércitos del cielo y la tierra (véase 1:8). Los ejércitos que vienen a causar la destrucción de Israel - cualquiera que sea su motivo - son los ejércitos de Dios, enviados por Él (aunque sea por medio de "espíritus mentirosos", si es necesario) para cumplir sus propósitos, para su gloria. Los perversos demonios a manera de ranas hacen sus falsas maravillas y obras de error porque el ángel de Dios derramó su cáliz de la ira.

La narración es interrumpida súbitamente por la declaración de Jesús en el versículo 15: He aquí, vengo como ladrón. Este es el tema central del libro de Apocalipsis, resumiendo las advertencias de Cristo a las iglesias en las siete cartas (véase Apocalipsis 2:5, 16, 25; 3:3, 11). La llegada de los ejércitos romanos será, en realidad, la venida de Cristo en ira terrible contra sus enemigos, los que le han traicionado y matadoa sus testigos. La redacción específica y las imágenes parecen estar basadas en la carta a la iglesia de Sardis: "Vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti" (Apocalipsis 3:3; véase Mateo 24:42-44; Lucas 12:35-40; 1 Tesalonicenses 5:1-11).

La misma carta a Sardis también dice: "Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. ... Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere  será vestido de  vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles" (Apocalipsis 3:2, 4, 5). De manera similar, el texto del sexto cáliz continúa: "Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza" (véase Apocalipsis 3:18, en la carta a Laodicea: "Yo te aconsejo que de mí compres ... vestiduras blancas para vestirte y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez".

El simbolismo de esto está basado en el castigo para los guardias del templo que se quedaban dormidos en su puesto: la ropase les confiscaba y se les quemaba Cristo está reprendiendo a los guardianes de Israel por su pereza espiritual, advirtiéndoles que están a punto de ser expulsados de su oficio cuando Él venga en juicio. Se quedaron dormidos, y ahora es demasiado tarde - el templo va a ser atacado y destruido. El juicio y la destrucción se acercan rápidamente; no hay tiempo que perder, y las iglesias deben estar despiertas  y alertas.

Juan reanuda el relato nuevamente en el versículo 16: los demonios reúnen a los reyes de la tierra "en el lugar que en hebreo se llama Armagedón". Literalmente, esta palabra se escribe Har-Magedon, que significa Monte de Megido. Aquí surge un problema para los "literalistas", ¡porque Megido es una ciudad en una llanura - no un monte! Nunca hubo y nunca habrá una "batalla de Armagedón" literal, porque tal lugar no existe. El monte más cercano es el monte Carmelo. y se supone que esto es lo que Juan tenía en mente. ¿Por qué no dijo simplemente "Monte Carmelo"? Probablemente porque quería poner juntas ambas ideas - Carmel a causa de su asociación con la derrota de los falsos profetas de Jezabel, y Megido porque fue el escenario de varios enfrentamientos militares importantes en la historia bíblica. Megido se menciona entre las conquistas de Josué (Josué 12:21), y es especialmente importante como el lugar en que Débora derrotó a los reyes de Canaán (Jueces 5:19). El rey Azías de Judá, el perverso nieto del rey Acab de Israel, murió en Megido (2 Reyes 9:27). Quizás el incidente más significativo que tuvo lugar allí, en términos de las imágenes de Juan, fue la confrontación entre el rfey Josías de Judá y el faraón egipcio Necao. Desobedeciendo deliberadamente la palabra de Dios, Josías se enfrentó a Necao en Megido y fue mortalmente herido (2 Crónicas 35:20-25). Después de la muerte de Josías, la espiral descendente de Judá en la apostasía, destrucción, y esclavitud fue rápida e irrevocable (2 Crónicas 36). Los judíos lamentaron la muerte de Josías, aun hasta los tiempos de Esdras (véase 2 Crónicas 35:25), y el profeta Zacarías usa esto como una imagen del lamento de Israel por la muerte del Mesías. Después de prometer "destruir a todas las naciones que vienen a Jerusalén" (Zacarías 12:9), Dios dice:

Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose `pr él como se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadad-rimón en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará cada linaje aparte. ... (Zacarías 12:10-12).

Luego esto es seguido por la declaración de Dios de que Él quitará de Israel los ídolos, los falsos profetas, y los espíritus malos (Zacarías 13), y que traerá ejércistos hostiles para que sitien Jerusalén (Zacarías 14).

"Megido", pues, era para Juan un símbolo de derrota y desolación, un "Waterloo" que significaba la derrota de los que se oponen a Dios, que obedecen a los falsos profetas en vez de obedecer a los verdaderos.

EL SÉPTIMO CÁLIZ

Finalmente, el séptimo ángel derrama su cáliz sobre el aire para producir los relámpagos y los truenos (v. 18) y el granizo (v. 21). Nuevamente, sale una voz "desde el templo en el cielo, desde el trono", significando el control y la aprobación de Dios. Juan ya ha anunciado que estas siete plagas de cálices habrían de ser "la sa últimas, porque en ellas se ha consumado la ira de Dios" (Apocalipsis 15:1); en consecuencia, con el séptimo cáliz la voz proclama: ¡Consumado es! (véase Juan 19:30; Apocalipsis 21:6).

Nuevamente, Juan registra los fenómenos asociados con el día del Señor y la actividad relacionada con la hechura del pacto de la nube de gloria: destellos de relámpagos, retumbos de truenos, voces, y "un gran terremoto" (Apocalipsis 16:18). Siete veces en Apocalipsis menciona Juan un terremoto (6:12; 8:5; 11:13 [dos veces]), haciendo énfasis en sus dimensiones de pacto. Cristo vino a traer el terremoto definitivo, el gran terremoto cósmico del nuevo pacto: "como no lo ha habido desde que los hombres llegaron a la tierra, un terremoto tan poderoso y tan grande" (véase Mateo 24:21; Éxodo 9:18, 24; Daniel 12:1; Joel 2:1, 2).

Éste era también el mensaje del escritor para los hebreos. Comparando el pacto hecho en Sinaí con la llegada del nuevo pacto (que sería establecido a la destrucción del templo y después de que había pasado el pacto antiguo), Juan anuncia que "los cielos y la tierra" de la economía mosaica estaban pasando, habiendo sido reemplazados por el reino eterno de Cristo:

Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquéllos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo [Hageo 2:6]. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor (Hebreos 12:25-29).

Juan ha dejado claro que "la gran ciudad" es la la antigua Jerusalén, donde el Señor fue crucificado (Apocalipsis 11:8; véase 14:8); siendo el propósito original que fuese "la luz del mundo, una ciudad asentada sobre un monte", ahora es una asesina apóstata, condenada a perecer. Bajo el juicio del séptimo cáliz, ella debe ser "dividida en tres partes" (Apocalipsis 16:19). Esta imagen ha sido tomada del capítulo cinco de Ezequiel, donde Dios instruye al profeta para que represente un drama que simboliza la venidera destrucción de Jerusalén. Ezequiel debía rapar su cabeza con una espada afilada y luego dividir el cabello cuidadosamente en tres partes:

Una tercera parte quemarás a fuego en medio de la ciudad. ... una tercera parte esparcirás al viento; y yo desenvainaré espada en pos de ellos. Tomarás también de allí unos pocos en número, y los atarás en la falda de tu manto. Y tomarás otra vez de ellos, y los echarás en medio del fuego, y en el fuego los quemarás; de allí saldrá el fuego a toda la casa de Israel. Así ha dicho Jehová el Señor: Esta es Jerusalén; la puse en medio de las naciones y de las tierras alrededor de ella. Y ella cambió mis decretos y mis ordenanzas en impiedad más que las naciones, y más que las tierras que están alrededor de ella; porque desecharon mis decretos y mis mandamientos, y no anduvieron en ellos. Por tanto, así ha dicho Jehová: ¿Por haberos multiplicado más que las naciones que están alrededor de vosotros, no habéis andado en mis mandamientos, ni habéis guardado mis leyes? Ni aun según las leyes de las naciones que están alrededor de vosotros habéis andado. Así, pues, ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo estoy contra ti; sí, yo, y haré juicios en medio de ti ante los ojos de las naciones. Y haré en ti lo que nunca hice, ni jamás haré cosa semejante, a causa de de todas tus abominaciones. Por eso los padres comerán a los hijos en medio de ti, y los hijos comerán a sus padres; y haré en ti juicios, y esparciré a todos los vientos todo lo que quedare de ti. Por tanto, vivo yo, dice Jehová el Señor, ciertamente por haber profanado mi santuario con todas tus abominaciones, te quebrantaré yo también; mi ojo no perdonará, ni tampoco tendré yo misericordia. Una tercera parte de ti morirá de pestilencia y será consumida de hambre en medio de ti; y una tercera parte caerá a espada alrededor de ti; y una tercera parte esparciré a todos los vientos, y tras ellos desenvainaré espada (Ezequiel 5:1-12).

Si bien la imagen de Juan de la división de la ciudad en tres partes está tomada claramente de Ezequiel, el referente específico puede ser la división de la sitiada Jerusalén en tres facciones, cada una de ellas luchando feroz y violentamente por el dominio. A menudo, los eruditos han observado que este faccionismo demostró ser la caída de la ciudad; fue traicionada y destruida por sus divisiones.

Una indicación importante de que la gran ciudad es Jerusalén es el hecho de que, en este versículo, Juan la distingue de "las ciudades de los gentiles" que cayeron con ella. Debemos recordar que Jerusalén era la ciudad capital del reino de sacerdotes, el lugar del templo; dentro de sus muros se ofrecían sacrificios y oraciones para todas las naciones. El sistema del pacto antiguo era un orden mundial, el fundamento sobre el cual el munto entero estaba organizado y se mantenía estable. En cuanto al pacto, Jerusalén representaba a todas las naciones del mundo, que cayeron cuando ella cayó. (La nueve organización del mundo se basa en la Nueva Jerusalén, construida sobre la Roca y "multicentralizada" en todo el mundo).

Por eso, "Babilonia la grande [véase Apocalipsis 14:8] fue recordada delante de Dios, para darle a beber la copa del vino de su ira ardiente". En este juicio, desaparece todo falso refugio: los montes y las rocas ya no ocultan a los impíos "de la faz de Aquél que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero" (véase Apocalipsis 6:16). "Toda isla huyó de su lugar, y los montes no fueron hallados" (Apocalipsis 16:29).

Ya hemos observado que Apocalipsis y la profecía de Ezequiel comparten algunos temas comunes. Aquí hay nuevamente un paralelo: Ezequiel declaró que los falsos profetas de Jerusalén le acarrearían destrucción por medio de una violenta tormenta de granizo (Ezequiel 13:1-16). Juan predice la misma suerte: "Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento [100 lbs.]; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande" (Apocalipsis 16:21). Como con las otras plagas que Moisés trajo sobre Egipto (en este caso, la séptima plaga: Éxodo 9:18:26), la plaga del granizo también evoca asociaciones con "las grandes piedras desde el cielo" que Dios arrojó sobre los cananeos cuando la tierra estaba siendo conquistada por Josué (Josué 10:11); como Débora cantaba, las mismas estrellas del cielo hacen guerra contra los enemigos de Dios (Jueces 5:20).

Un referente histórico específico de esta "tormenta de granizo" puede que haya sido registrada por Josefo, en su extraño relato de los enormes proyectiles de piedra lanzados sobre la ciudad por las catapultas romanas: "Los proyectiles de piedra pesaban un talento y viajaban dos estadios o más, y su impacto era enorme, no sólo sobre los que eran golpeados primero, sino también sobre los que estaban detrás. Al principio, los judíos observaban la piedra - porque era blanca - y su aproximación era calculada tanto por el ojo a causa de su superficie brillante como por el oído a causa de su zumbido. Los centinelas apostados en las torres daban la voz de alerta cada vez que la catapulta disparaba y la piedra venía hacia ellos a gran velocidad. Gritaban en su lengua nativa: "¡Viene el Hijo!" Los que estaban en la línea de fuego se abrían paso y caían de bruces, una precaución que hacía que la piedra pasara sin hacer daño y cayera en la retaguardia. Para frustrar esto, a los romanos se les ocurrió pintar las piedras de negro para que no pudiesen ser vistas por adelantado tan fácilmente; entonces las piedras daban en el blanco y mataban a muchos de un solo tiro" (The Jewsih War, v. vi. 3).

Después de considerar varias teorías sobre el significado de esta frase, el comentarista J, Stuart Russell observó: "Era bien sabido por los judíos que la gran esperanza y la fe de los cristianos era la pronta venida del Hijo. De acuerdo con Hegesipo, fue más o menos por esta época que Santiago, el hermano de nuestro Señor, testificó públicamente en el templo que 'el Hijo del Hombre estaba a punto de venir en las nubes del cielo', y luego selló su testimonio con su sangre. Parece altamente probable que los judíos, en su blasfemia desafiante y desesperada, cuando veían la blanca masa volar por el aire, exclamaban con un grito: "¡Viene el Hijo!", para mofarse obscenamente de la esperanza cristiana de la parusía, a la cual comparaban grotescamente con la extraña aparición del proyectil" (The Parousia, p. 482).

Nuevamente, "los hombres blasfemaron contra Dios" - su reacción consistente durante todo el derramamiento de los cálices, revelando no sólo su perversidad sino también su decidida estupidez: cuando piedras que pesaban 100 libras caían del cielo, ¡ciertamente es mal momento de blasfemar! Pero Dios ha abandonado a estos hombres a su propia autodestrucción; su rebelión encarnizada y llena de odio les consume hasta tal punto que pueden partir a la eternidad con maldiciones en los labios.

Los cálices que contenían "las últimas plagas" han sido derramados; pero esto no es el fin todavía. El resto de la profecía de Juan termina con la destrucción de la gran ramera, la ciudad de Jerusalén y sus aliados, y concluye con la revelación de la gloriosa Esposa de Cristo: la verdadera santa ciudad, la nueva Jerusalén. (Por consiguiente, Apocalipsis 17-22 puede ser considerada como una continuación de del séptimo cáliz, o una exposición de su significado; en todo caso, los sucesos son gobernados claramente por los ángeles de los cálices; véase 17:1; 21:9).

En su fascinante estudio de The Early Days of Christianity [Los primeros días del cristianismo] (p. 557). F. W. Farrar saca esta conclusión sobre el libro de Apocalipsis: "De principio a fin, el libro entero enseña las grandes verdades - ¡Cristo triunfa! ¡Los enemigos de Cristo serán vencidos! Los que le odian serán destruidos; los que le aman serán bendecidos de manera indescriptible. El destino tanto de judíos como de gentiles ya es inminente. Sobre Judea y Jerusalén, sobre Roma y su imperio, sobre Nerón y sus adoradores, caerá el juicio. Espada y fuego, hambre y pestilencia, tormenta y terremoto, agonía social y terror político no son sino los ayes que introducen el reino mesiánico. Las cosass viejas están pasando rápidamente. La luz sobre el aspecto de la antigua dispensación se está desvaneciendo y apagándose hasta convertirse en oscuridad, pero el rostro de Aquél que es el sol ya está alboreando por el oriente. El pacto nuevo y final ha de establecerse instantáneamente en medio de terribles juicios; y ha de establecerse para hacer imposible la continuación del antiguo. ¡Maranatha! ¡El Señor viene! ¡Aun así, ven, Señor Jesús!" .

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