LA GRAN TRIBULACIÓN
David Chilton
Dominion Press
Fort Worth, Texas
Copyright © 1987 Dominion Press
ISBN 0-930462 55-6
CAPÍTULO 9
JERUSALÉN ES SITIADA
Ataque desde el abismo.
Tal como el águila
había advertido (Apocalipsis 8:13), el sonido de la quinta
trompeta (Apocalipsis 9:1-12) señala la intensificación de las
plagas en esta serie. Aunque esta maldición es similar a las
grandes nubes de langostas que cayeron sobre Egipto en
la octava plaga (Éxodo 10:12-15), estas "langostas" son
diferentes: son demonios del "abismo", el foso
sin fondo, que se menciona siete veces en Apocalipsis (9:1, 2,
11; 11:7; 17:8; 20:1, 3). La Septuaginta primero usa el
término en Génesis 1:2, hablando del abismo y la oscuridad
originales sobre los cuales se cernía el Espíritu
creativamente (y "prevaleció" metafóricamente; véase Juan
1:5).
En simbolismo bíblico, el
abismo es el extremo más alejado del cielo (Génesis
49:25; Deuteronomio 33:13) y de las altas montañas (Salmos
36:6). Se usa en la Escritura como referencia a las partes más
profundas del mar (Job 28:14; 38:16; Salmos 33:7) y a los ríos
y depósitos de agua subterráneos (Deuteronomio 8:7; Job
36:16), de donde procedieron las aguas del diluvio (Génesis
7:11; 8:2; Proverbios 3:20; 8:24), y que regaban el reino de
Asiria (Ezequiel 31:4, 15). Repetidamente, el cruce del Mar
Rojo por el pueblo del pacto se compara con un pasaje a través
del abismo (Salmos 77:16; 106:9; Isaías 44:27; 51:10; 63:13).
El profeta Ezequiel amenazó a Tiro con una gran desolación de
la tierra, en la cual Dios haría subir el abismo para cubrir
la ciudad con un nuevo diluvio, arrojando a su pueblo al
abismo en las partes más bajas de la tierra (Ezequiel
26:19-21), y Jonás hablaba del abismo en términos de
excomunión de la presencia de Dios, una expulsión del templo
(Jonás 2:5-6). El dominio del dragón (Job 41:31; Salmos 148:7;
Apocalipsis 11:7; 17:8), la prisión de los demonios (Lucas
8:31; Apocalipsis 20:1-3), véase 2 Pedro 2:4; Judas 6),
y el ámbito de los muertos (Romanos 10:7), todos son
denominados con el mismo nombre: abismo.
Así, pues, Juan está
advirtiendo a sus lectores que el infierno está a punto de
desatarse sobre la tierra de Israel; como sucedió al antiguo
Tiro, el abismo está siendo dragado para que cubra la tierra
con sus espíritus inmundos. El Israel apóstata ha de ser
expulsado de la presencia de Dios, excomulgado del templo, y
lleno de demonios. Uno de los mensajes centrales de
Apocalipsis es que la iglesia mora en el cielo como en un
tabernáculo (véase Apocalipsis 7:15; 12:12; 13:6); el
corolario de esto es que la falsa iglesia mora en el infierno
como en un tabernáculo.
¿Por qué dura cinco meses
la plaga de langostas? Primero que todo, esta figura es una
referencia al príodo de cinco meses, desde mayo hasta
septiembre, en que las langostas aparecían normalmente. (La
característica desusada es que estas langostas permanecen
durante todo el período, atormentando constantemente a la
población).
Segundo, esto parece
referirse en parte a las acciones de Gesio Floro, el
procurador de Judea, que por cinco meses (comenzando enmayo
del 66 con la matanza de 3,600 pacíficos ciudadanos)
aterrorizó a los judíos, tratando deliberadamente de
incitarlos a rebelarse. Tuvo éxito: Josefo fecha el principio
de la Guerra Judía en esta ocasión).
Tercero, el uso del término cinco se asocia en la
Escritura con poder, y específicamente con organización
militar - la disposición del ejército israelita en una
formación de pelotones de cinco escuadrones (Éxodo 13:18;
Números 32:17; Josué 1:14; 4:12; Jueces 7:11; véase 2 Reyes
1:9ss). Por instrucciones de Dios, Israel sería atacado
por un ejército demoníaco procedente del abismo.
Durante el ministerio de
Cristo, Satanás había caído a la tierra "como una estrella del
cielo" (véase Apocalipsis 12:4, 9, 12); y Juan dice: "se le
dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo".
Lo que todo esto significa es exactamente lo que Jesús
profetizó durante su ministerio terrenal: la tierra, que había
recibido los beneficios de su obra y luego le había rechazado,
sería inundada por demonios del abismo. Debemos notar aquí que
la llave se le da a Satanás, porque es Dios quien envía los
demonios como castigo contra los judíos.
Los hombres de Nínive se levantarán en el
juicio con esta generación, y la condenarán
porque ellos se arrepintieron a la predicación de
Jonás; y he aquí, más que Jonás en este lugar.
La reina del sur se levantará con esta generación en el
juicio y la condenará, porque ella vino de los confines de
la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y he
aquí más que Salomón en este lugar. Cuando el
espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos,
buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a
mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla
desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma
consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados,
moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a
ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta
mala generación (Mateo 12:41-45).
A causa del rechazo del
Rey de reyes por parte de Israel, las bendiciones que habían
recibido se convertirían en maldiciones. Jerusalén había sido
"barrida" por el ministerio de Cristo; ahora se convertiría en
"habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y
albergue de toda ave inmunda y aborrecible" (Apocalipsis
18:2). La generación entera fue más y más poseída por
demonios; su progresiva locura nacional es evidente cuando uno
lee a través del Nuevo Testamento, y sus horripilantes etapas
finales son presentadas en las páginas de la obra de Josefo The
Jewish War (La Guerra Judía): la pérdida de toda
capacidad de raciocinio, las turbas frenéticas que se atacaban
las unas a las otras, las engañadas multitudes que seguían a
los más transparentemente falsos profetas, la búsqueda
enloquecida y desesperada por alimento, los asesinatos en
masa, las ejecuciones, los suicidios, los padres que mataban a
sus propias familias, las madres que se comían a sus propios
niños. Satanás y sus huestas simplemente pululaban por todo el
territorio de Israel y consumían a los apóstatas.
La vegetación de la tierra
queda específicamente exenta de la destrucción causada por las
"langostas". Esta es una maldición contra los hombres
desobedientes. Sólo los cristianos son inmunes a los aguijones
como de escorpión de los demonios (véase Marcos 6:7; Lucas
10:17-19; Hechos 26:18); los israelitas no bautizados, que no
tienen "el sello de Dios en sus frentes" (véase Apocalipsis
7:3-8), son atacados y atormentados por los poderes
demoníacos. Y el propósito inmediato que Dios tiene al desatar
esta maldición no es la muerte, sino meramente
el tormento, al experimentar la nación de
Israel una serie de convulsiones. Juan repite lo que nos ha
dicho en Apocalipsis 6:16, que "en aquellos días los hombres
buscarán la muerte y no la hallarán; y anhelarán morir y la
muerte huirá de ellos". Jesús había profetizado
específicamente este anhelo de muerte entre los miembros de la
generación final, la generación de los judíos que le
crucificaron (Lucas 23:27-30). Como Dios había dicho mucho
antes: "Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los
que me aborrecen aman la muerte" (Proverbios 8:36).
La terrorífica descripción
de los demonios-langostas de Apocalipsis 9:7-11 guarda mucha
similitud con los ejércitos paganos invasores mencionados en
los profetas (Jeremías 51:27; Joel 1:6; 2:4-10; véase Levítico
17:7 y 2 Crónicas 11:15, donde la palabra hebrea para demonio
significa el peludo). Este pasaje también puede
referirse en parte a las pandillas satánicas de los zelotes
asesinos que hacían presa en los ciudadanos de Jerusalén,
saqueando casas y asesinando y violando indiscriminadamente.
Característicamente, estos pervertidos se vestían como
prostitutas para seducir a los hombres incautos y llevarlos a
la muerte.
Un punto particularmente
interesante sobre la descripción del ejército demoníaco es la
afirmación de Juan de que "el sonido de sus alas era como el
sonido de carruajes, de muchos caballos que se apresuran al
combate". Ése es el mismo sonido que hacen las alas de los
ángeles en la Nube de Gloria (Ezequiel 1:24; 3:13; 2 Reyes
7:5-7); la diferencia aquí es que el ruido es producido por
ángeles caídos.
Juan sigue adelante, e
identifica al rey de los demonios, el "ángel del abismo",
dando su nombre tanto en hebreo /Abadón) como
en griego (Apolión) - una de muchas
indicaciones del carácter esencialmente hebreo de Apocalipsis.
Las palabras significan Destrucción y Destructor;
"Abadón" se usa en el Antiguo Testamento para nombrar
la morada de los muertos, el "lugar de destrucción" (Job 26:6;
28:22; 31:12; Salmos 88:11; Proverbios 15:11; 27:20). Juan,
pues, presenta a Satanás como la personificación misma de la
muerte misma (véase 1 Corintios 10:10; Hebreos 2:14).
Claramente, el hecho de que
la hueste entera de destructores fuera desatada sobre la
nación judía ciertamente era el infierno en la tierra. Y sin
embargo, Juan nos dice que esta irrupción de los demonios en
la tierra es sólo "el primer ay". Horrores mucho mayores
estaban por venir.
ATAQUE DESDE EL ÉUFRATES
Las primeras palabras de
Juan acerca de la sexta trompeta (Apocalipsis 9:13) nuevamente
nos recuerdan que las desolaciones que Dios trajo sobre la
tierra ocurren en nombre de su pueblo (Salmos 46), en
respuesta a a su adoración oficial, de pacto: la orden al
sexto ángel es dada por una voz "desde los cuatro cuernos del
altar de oro [es decir, el altar de incienso] que está delante
de Dios". La mención de este punto tiene el obvio propósito de
estimular al pueblo de Dios en adoración y oración,
asegurándole que las acciones de Dios en la historia proceden
de su altar, donde Él ha recibido sus oraciones. La iglesia de
Jesucristo es el nuevo Israel, la nación santa, el verdadero
pueblo de Dios, que posee "confianza para entrar en el Lugar
Santísimo por la sangre de Jesucristo" (Hebreos 10:19). Juan
asegura a la iglesia del siglo primero que sus oraciones
serán oídas y contestadas por Dios. Él se vengará de los
perseguidores de la iglesia, porque la tierra es al mismo
tiempo bendecida y juzgada por las acciones litúrgicas y los
decretos judiciales de la iglesia.
El hecho de que Dios
está listo para escuchar y dispuesto a conceder las
peticiones de su pueblo sew proclama continuamente en la
Escritura (Salmos 9:10; 10:17-18; 18:3; 34:15-17; 37:4-5;
50:14-15; 145:18-19). Dios nos ha dado numerosos ejemplos de
oraciones imprecatorias, mostrándonos repetidamente que un
aspecto de la actitud de un hombre piadoso es el odio hacia
los enemigos de Dios y fervientes oraciones por su caída y su
destrucción (Salmos 5:10; 10:15; 35:1-8, 22-26; 59:12-13;
68:1-4; 69:22-28; 83; 94; 109; 137:8-9; 139:19-2; 140:6-11).
¿Por qué entonces no vemos la caída de los impíos en nuestro
propio tiempo? Parte importante de la respuesta es que la
iglesia no está dispuesta a orar bíblicamente; y Dios nos ha
asegurado: No tenéis porque no pedís (Santiago 4:2).
Pero la iglesia del siglo primero orando fiel y fervientemente
por la destrucción del Israel apóstata, había sido escuchada
en el altar celestial de Dios. Sus ángeles fueron comisionados
para asestar el golpe.
En los versículos 14-16, el
sexto ángel es comisionado para soltar a los cuatro ángeles
que habían sido "atados en el gran río Éufrates"; entonces
ellos traen contra Israel un ejército que consiste de
"miríadas de miríadas". El río Éufrates al norte formaba el
límite entre Israel y las terribles fuerzas paganas de Asiria,
Babilonia, y Persia, que Dios usaba como látigo contra su
pueblo rebelde (véase Génesis 15:18; Deuteronomio 11:24; Josué
1:4; Jeremías 6:1, 22; 10:22; 13:20; 25:9, 26; 46:20, 24;
47:2; Ezequiel 26:7; 38:6, 15; 39:2). Debe recordarse también
que el norte era el área del trono de Dios (Isaías
14:13); y tanto la Nube de Gloria como los agentes de la
venganza de Dios se ven procediendo del norte, es decir, del
Éufrates (véase Ezequiel 1;4; Isaías 14:31; Jeremías 1:14-15).
Así, pues, este gran ejército del norte es, en fin de cuentas,
el ejército de Dios, y bajo su control y
dirección, aunque es también claramente de carácter demoníaco
y pagano (acerca de "atar" a los ángeles caídos, véase 2 Pedro
2:4; Judas 6). Dios es completamente soberano, y usa tanto a
demonios como a los paganos para llevar a cabo sus propósitos
santos (1 Reyes 22:20-22; Job 1:12-21); por supuesto, después
castiga a los paganos por sus malvados motivos e
impías metas que les llevó a cumplir el decreto de Dios;
véase Isaías 10:5-14). Juan dice que los ángeles atados en el
Éufrates "habían sido preparados para la hora, el día, el mes,
y el año"; estando su papel en la historia completamente
predestinado y cierto.
Se dice simplemente que el número de los jinetes es
de "millares y millares", una expresión tomada de Salmos
68:17, que dice: "Los carros de Dios se cuentan por veintenas
de millares de millares" - en otras palabras, un
número incalculable, que no se puede contar. Los intentos de
convertir esto en una cifra exacta (como en el caso del
supuesto tamaño del ejército chino, o las fuerzas armadas de
Europa Occidental, y así sucesivamente) están condenados a la
frustración. El término significa simplemente muchos millares,
e indica una vasta hueste que se debe considerar en relación
con el ejército angélico del Señor, compuesto de millares y
millares de carruajes.
Evitando los deslumbrantes
cálculos tecnológicos adelantados por algunos comentaristas
sobre Apocalipsis 9:17-19, observamos simplemente que, aunque
el número del ejército tiene el propósito de
recordarnos el ejército de Dios, las características
de los caballos - el fuego y el humo y el azufre que salían de
sus bocas - nos recuerdan al dragón, el leviatán que escupía
fuego (Job 41:18-21), y al mismo infierno (Apocalipsis 9:2;
19:20; 21:8).
Así, pues, para resumir la
idea: Un ejército innumerable avanza sobre Jerusalén desde el
Éufrates, el origen de los enemigos tradicionales de Israel;
es una fuerza feroz, hostil, demoníaca enviada por Dios en
respuesta a las oraciones de su pueblo pidiendo venganza. En
resumen, este ejército es el cumplimiento de todas las
advertencias de la ley y los profetas acerca de una horda
vengadora enviada para castigar a los quebrantadores del
pacto. Los horrores descritos en Deuteronomio 28 habrían de
caer sobre esta generación perversa (véanse especialmente los
versículos 49-68). Moisés había declarado: Enloquecerás a
causa de lo que verán tus ojos (Deuteronomio 28:34).
Como en realidad sucedió en
la historia, la rebelión judía en reacción a la "plaga de
langostas" de Gesio Floro durante el verano de 66 d. C.
provocó la invasión de Palestina por Cestio en el otoño, con
gran número de tropas a caballo, desde las regiones cerca del
Éufrates (aunque el punto principal de la referencia de Juan
es el significado simbólico de río en la historia y la
profecía bíblicas). Después de asolar el campo, las fuerzas de
Gesio llegaron a las puertas Jerusalén en el mes de Tisri - el
mes que comienza con el día de las trompetas.
Lo que sucedió después es
uno de los más extraños relatos en los anales de la historia
militar. Los romanos rodearon la ciudad y la atacaron
continuamente durante cinco días; al sexto día, Cestio dirigió
con éxito una fuerza escogida en un asalto supremo contra la
muralla norte. Después de que capturaron su objetivo,
comenzaron los preparativos para incendiar el templo. Viendo
que estaban siendo completamente abrumados, los rebeldes
comenzaron a huir llenos de pánico, y los "moderados", que se
habían opuesto a la rebelión, intentaron abrir las puertas
para rendir Jerusalén a Cestio.
Justo entonces, en el
momento mismo en que una completa victoria estaba a su
alcance, Cestio retiró sus fuerzas, repentina e
inexplicablemente. Sorprendidos y envalentonados, los rebeldes
regresaron de su huida y persiguieron a los soldados en
retirada, infligiéndoles gran número de bajas en su ataque.
Este éxito inesperado de las fuerzas rebeldes tuvo el efecto
de crear entre los judíos una confianza enorme pero
completamente injustificada, y hasta los moderados
participaron en el entusiasmo general a favor de la guerra. En
vez de acatar el verdadero mensaje de este trompetazo de
advertencia, el Israel apóstata estúpidamente se afirmó en su
rebelión.
En consecuencia, Juan
informa en los versículos 20-21 que "el resto de los hombres,
que no murieron por estas plagas, no se arrepintieron
... para no adorar ni a demonios ni a ídolos". Los judíos se
habían entregado tan completamente a la apostasía que ni la
bondad de Dios ni su ira podían hacerles volverse de su error.
Josefo informa que, en lugar de eso, hasta el mismo fin -
después del hambre, los asesinatos en masa, el canibalismo, la
crucifixión de sus compatriotas judíos a razón de 500 por día
- los judíos continuaron escuchando los locos desvaríos de los
falsos profetas que les aseguraban la liberación y la
victoria. Josefo comenta: "Así fueron engañadas las gentes
miserables por estos charlatanes y falsos mensajeros de Dios,
mientras despreciaban y rechazaban los inconfundibles
portentos que auguraban la desolación venidera; más bien, como
si estuviesen aturdidos, ciegos, y sin sentido, no hicieron
caso a las claras advertencias de Dios" (The Jewish
War, vi. v. 3).
ADVERTENCIAS DE LA CAÍDA DE JERUSALÉN
¿Qué "claras advertencias
les había dado Dios? Además de la predicación apostólica, que
en realidad era todo lo que necesitaban (véase Lucas
16:27-31), Dios les había enviado señales milagrosas y
maravillas para testificarles del juicio venidero; antes de la
caída de Jerusalén, Jesús les había advertido: "Habrá terror y
grandes señales del cielo" (Lucas 21:11). Esto fue
especialmente cierto durante la temporada de las fiestas del
año 66. Josefo continúa diciendo en su informe: "Mientras la
gente se reunía para la fiesta de los panes sin levadura, el
día ocho del mes de Nisán, en la hora nona de la noche [3:00
a.m.] apareció alrededor del altar una luz tan brillante que
parecía la luz del día; esto duró media hora. Los inexpertos
la consideraron como una buena señal, pero los escribas santos
la interpretaron inmediatamente de conformidad con los eventos
subsiguientes".
Durante la misma fiesta,
tuvo lugar otro incidente asombroso: "La puerta del lado
oriental del santuario interior era maciza, de bronce, y tan
pesada que apenas podía ser movida por veinte hombres todas
las noches; estaba equipada con barras guarnecidas de hierro y
asegurada con pernos hundidos profundamente en un umbral que
había sido fabricado con un solo bloque de piedra; sin
embargo, a esta puerta se
la vio abrirse por sí sola en la hora sexta de la noche
[medianoche]. Los guardias del templo corrieron a informar el
incidente al capitán, el cual vino y, con gran esfuerzo, logró
cerrarla. Para los no iniciados, esto también parecía la mejor
de las señales, pues suponían que Dios había abierto para
ellos la puerta de la felicidad. Pero personas más sabias se
dieron cuenta de que la
seguridad del templo se estaba desmoronando sola y
que la apertura de la puerta era un regalo para el enemigo, e
interpretaron esto en sus propias mentes como una señal de la
desolación venidera".
Dicho sea de paso, un
incidente similar ocurrió en 30 d. C., cuando Cristo fue
crucificado y el velo exterior del templo - ¡de 24 pies de
ancho y más de 80 pies de altura! - se rasgó de arriba abajo
(Mateo 27:50-54; Marcos 15:37-39; Lucas 23:44-47). El Talmud
(Yoma 39b) informa que, en 30 d. C., las puertas del templo se
abrieron solas, aparentemente debido al colapso del dintel
superior, una piedra que pesaba alrededor de 30 toneladas.
Los que no podían asistir a
la fiesta regular de la Pascua debían celebrarla un mes más
tarde (Números 9:9-13). Josefo informa una tercera gran
maravilla que ocurrió al final de la segunda Pascua en 66: "Se
vio una aparición sobrenatural, demasiado asombrosa para ser
creída. Supongo que lo que ahora voy a relatar sería
menospreciado como imaginario, si no hubiese sido
presenciado por testigos y luego seguido desastres
subsiguientes que merecían ser señalados de esa manera. Antes de la puesta del sol, se
vieron carruajes en el aire sobre todo el país, así como
batallones armados volando a través de las nubes y rodeando
las ciudades".
Una cuarta señal ocurrió
dentro del templo al siguiente gran día de fiesta, y fue
presenciado por los veinticuatro sacerdotes que estaban de
turno: "En la fiesta llamada del Pentecostés, cuando los
sacerdotes habían entrado a los atrios interiores del templo
en la noche para desempeñar sus oficios acostumbrados,
declararon que oyeron, primero, de una violenta conmoción y un
violento estruendo, luego la voz como de una hueste, que
exclamaba: ¡Nos vamos de aquí!".
Hubo una quinta señal en
los cielos aquel año: "Una estrella que parecía una espada se
puso sobre la ciudad, y un cometa permaneció por un año
entero". Como dice Josefo, era obvio que Jerusalén "ya no era
más la morada de Dios". Pero Israel no se arrepintió de su
maldad. Ciega a sus propios males y a los crecientes juicios
que se le venían encima, permaneció firme en su apostasía, y
siguió rechazando al Señor y en su lugar aferrándose a sus
falsos dioses.
¿Adoraban realmente los
judíos a demonios e ídolos? Ciertamente, al rechazar a
Jesucristo, quedaron ineludiblemente envueltos en la idolatría
y se apartaron de la fe de Abraham y sirvieron a dioses de su
propia hechura. Además, la idolatría judía no era ningún
"teísmo" vago, indefinido, apóstata. Al abandonar a Cristo, los judíos de hecho se
convirtieron en adoradores de César.
Josefo da testimonio
elocuente de esto, pues escribe repetidamente sobre la ira de
Dios contra la apostasía de la nación judía como la causa de
sus males: "Estos hombres, pues, pisotearon todas las leyes de
los hombres y se rieron de las leyes de Dios; y en cuanto a
los oráculos de los profetas, los ridiculizaron como si fuesen
trucos de juglares; pero estos profetas predijeron muchas
cosas concernientes a las recompensas de la virtud y los
castigos del vicio, las cuales, cuando estos zelotes las
violaron, ocasionaron el cumplimiento de esas mismas profecías
pertenecientes a su propio país".
"Desde el principio del
mundo, ninguna otra ciudad sufrió jamás tales miserias, ni engendró
jamás ninguna época una generación más fructífera en maldad
que ésta".
"Cuando la ciudad fue
rodeada y [sus habitantes] ya no pudieron recoger plantas,
algunos fueron llevados a tan terrible aflicción que iban a
las cloacas comunes y los estercoleros del ganado, y comían
los excrementos que encontraban allí; y lo que antes ni
siquiera podían mirar, ahora lo usaban como alimento. Tan
pronto los romanos se enteraron de esto, se despertó su
compasión; pero los rebeldes, que lo vieron también, no se arrepintieron, sino
que permitieron que la misma aflicción les sobreviniera a
ellos, pues estaban ciegos al destino que ya había caído sobre
la ciudad y sobre ellos también".
Dice Juan que los ídolos de
Israel son "de oro, plata, bronce, piedra y madera", una
descripción bíblica estándar de los materiales usados en la
construcción de dioses falsos (véase Salmos 115:4; 135:15;
Isaías 37:19). De manera consistente, la Biblia ridiculiza los
ídolos de los hombres como obra de sus manos, meros palos y
piedras que no ven ni oyen ni andan. Esto es un eco de la mofa
que el salmista hace de los ídolos paganos:
Tienen boca, mas no hablan;
tienen ojos, mas no ven;
orejas tienen, mas no oyen;
tienen narices, mas no
huelen;
manos tienen, mas no palpan;
tienen pies, mas no andan;
no hablan con su garganta.
Luego viene el tiro de gracia:
Semejantes a ellos son los
que los hacen,
y cualquiera que confía en ellos.
(Salmos 115:5-8; véase 135:16-18).
Herbert Schlossberg ha
llamado muy apropiadamente a esto santificación a la inversa
- un proceso por medio del cual "el idólatra es transformado a
semejanza del objeto de su culto. Israel 'fue tras lo sin
valor, y se convirtió en sin valor' (Idols for Destruction, p. 295). Como
tronaba el profeta Oseas, los idólatras de Israel "vinieron a
ser tan detestables como aquéllo que amaban" (Osea 9:10; véase
Jeremías 2:5).
La descripción que
hace Juan de la idolatría de Israel concuerda con la posición
profética usual; pero su acusación es una referencia aun más
directa a la condena que Daniel hace de Babilonia,
específicamente en relación con su adoración a dioses falsos con los sagrados
utensilios del templo. Daniel le dijo al rey
Belsasar: "Contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e
hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus
grandes, tus mujeres y tus concubinas bebiste vino en ellos;
además de esto, diste alabanza a Dios de plata y oro, de
bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen,
ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son
todos tus caminos, nunca honraste" (Daniel 5:23).
La implicación de
Juan es clara: Israel se ha convertido en una Babilonia, y ha
cometido sacrilegio al adorar dioses falsos con los tesoros
del templo; como Babilonia, Israel ha sido "pesado en la
balanza y ha sido hallado falto"; como Babilonia, Israel será
conquistado y su reino entrará en posesión de los gentiles
(véase Daniel 5:25-31).
Finalmente, Juan resume los
crímenes de Israel, todos los cuales nacen de su idolatría
(véase Romanos (véase Romanos 1:18-32). Esto condujo al
asesinato de Jesús y de los santos por Israel (Hechos 2:23,
36; 3:14-15; 4:26; 7:51-52, 58-60); sus hechicerías (Hechos
8:9,11; 13:6-11; 19:13-15; véase Apocalipsis 18:23; 21:8;
22:15); sus fornicaciones,
una palabra que Juan usa doce veces para referirse a la
apostasía de Israel (Apocalipsis 2:14; 2:20; 2:21; 9:21; 14:8;
17:2 [dos veces]; 17:4; 18:3 [dos veces]; 18:9; 19.2); y sus
latrocinios, un crimen a menudo asociado en la Biblia a la
apostasía y la resultante opresión y persecución de los justos
(véase Isaías 61:8; Jeremías 7:9-10; Ezequiel 22:29; Oseas
4:1-2; Marcos 11:17; Romanos 2:21; Santiago 5:1-6).
CONCLUSIÓN
Durante los últimos días,
hasta la llegada de los romanos, las trompetas habían sonado,
advirtiendo a Israel que se arrepintiese. Pero la alarma fue
ignorada, y los judíos se endurecieron en su impenitencia. La
retirada de Cestio fue por supuesto interpretada en el sentido
de que las profecías de Cristo sobre la destrucción de
Jerusalén eran falsas: los ejércitos del Éufrates habían
llegado y rodeado Jerusalédn (véase Lucas 21:20), pero la
amenaza de "desolación" no se había vuelto realidad. En lugar
de eso, los romanos habían huido, con las colas entre las
piernas. Más y más confiados en la bendición divina, los
judíos se lanzaron atolondradamente a mayores actos de
rebeldía, sin darse cuenta de que fuerzas aun mayores más allá
del Éufrates se estaban preparando para el combate. Este vez
no habría retirada. Judea sería convertida en desierto, los
israelitas serían masacrados y esclavizados, y el templo sería
arrasado hasta el suelo, sin que quedase piedra sobre piedra.
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