LA GRAN TRIBULACIÓN
David Chilton
Dominion Press
Fort Worth, Texas
Copyright © 1987 Dominion Press
ISBN 0-930462 55-6
CAPÍTULO 5
LA VENIDA DEL NUEVO PACTO
Hemos visto en los
capítulos precedentes cómo el mensaje de la cercana desolación
de Jerusalén ocupa un lugar central en los temas del Nuevo
Testamento. El libro de Apocalipsis no es ninguna excepción a
esto. En el primer versículo, dice específicamente que trata,
no del futuro distante y el fin del mundo, sino más bien de
"las cosas que deben tener lugar pronto". En el tercer
versículo, se les advierte a sus lectores que "el tiempo está
cerca" para que se cumpliesen sus profecías. Ambas
afirmaciones se repiten al final del libro (véase Apocalipsis
22:6, 10). Y, claramente, aunque en forma simbólica, sus
profecías están dirigidas contra "la gran ciudad ... donde el
Señor fue crucificado" (Apocalipsis 11:8; véas4e 14:8; 16:19;
17:18). Como el resto del Nuevo Testamento, el libro de
Apocalipsis sigue el ejemplo de Cristo al predecir la
destrucción de Jerusalén en 70 d. C.
Como he explicado en
detalle en mi comentario, Días de Retribución,
Juan escribió Apocalipsis en la forma bíblica estándar de
"demanda de pacto" presentada por los profetas hebreos ("los
abogados de Dios para la acusación") contra la desobediente
nación de Israel. Por medio de una miríada de símbolos
adaptados de las profecías del Antiguo Testamento, Juan
estableció dos puntos principales: primero, Israel había
quebrantado irrevocablemente su pacto con el Señor; segundo,
por medio de su encarnación, vida, muerte, resurrección y
ascensión, Jesucristo había introducido un pacto nuevo y
final, infaliblemente garantizado por su victoria sobre el
pecado y la muerte.
La imagen que sirve como
fundamento para esto en el libro de Apocalipsis aparece en la
primera visión del tribunal en el cielo (capítulos 4 y 5).
Juan vio al Señor sentado en el trono y sosteniendo un libro
"sellado con siete sellos" (indicando a su auditorio que era
una especie de testamento) y "escrito por el frente y por
detrás". Cualquier lector cristiano del siglo primero habría
entendido inmediatamente el significado de esto, porque está
basado en la descripción de los Diez Mandamientos. Las dos
tablas del testimonio (que eran copias duplicadas de la ley)
estaban inscritas tanto por el frente como por detrás (Éxodo
32:15).
Una analogía de esto se
encuentra en los tratados de señorío feudal del antiguo
Cercano Oriente: un rey victorioso (el señor feudal) impondría
un tratado/pacto sobre el rey derrotado (el vasallo) y sobre
todos los que estaban bajo la autoridad del vasallo. Se
preparaban dos copias del tratado (como en los modernos
contratos), y cada una de las partes ponía su copia del
contrato en la casa de su dios, como documento legal que
testificaba de la transacción. Por supuesto, en el caso de
Israel, el Señor era tanto señor feudal como Dios; así que
ambas copias del pacto fueron puestas en el tabernáculo (Éxodo
25:16, 21; 40:20; Deuteronomio 10:2).
Así, pues, la idea del
pacto ocupa un lugar central en el mensaje de Apocalipsis.
Desde el comienzo, la profecía de Juan es presentada como
parte del canon de la Sagrada Escritura, escrita
principalmente para ser leída en la liturgia (1:3). Se usan
las imágenes del tabernáculo en la doxología de apertura
(1:4-5), y se declara que la iglesia está constituida como el
nuevo reino de sacerdotes, como Israel lo había sido en Sinaí
(1:6). El tema del libro, declarado en 1:7, es la venida de
Cristo en la nube de gloria; luego, casi inmediatamente, Juan
usa tres palabras que casi siempre ocurren durante toda la
Biblia en relación con la actividad de hacer un pacto:
Espíritu, Día, y Voz (1:10). la siguiente visión de Cristo
como el glorioso Sumo Sacerdote (1:12-20) combina muchas
imágenes del Antiguo Testamento - la nube, el día del Señor,
el ángel del Señor, el Creador y Soberano del universo, el
Hijo del hombre/Segundo Adán, el conquistador de las naciones,
el poseedor de la iglesia - todas las cuales tienen que ver
con las profecías de la venida del nuevo pacto. La visión es
seguida por el mensaje del propio Cristo a las iglesias, en el
estilo de un recuento de la historia del pacto (capítulos
2-3). Luego, en el capítulo 4, Juan ve el trono, sostenido por
querubines y rodeado por el real sacerdocio, todos
cantando las alabanzas de Dios con el acompañamiento de
relámpagos y voces y truenos como los del Sinaí. No debe
sorprendernos encontrarnos con que este magnífico despliegue
de imágenes relativas a hacer un pacto culmina en la visión de
un documento de testamento/tratado, escrito tanto por el
frente como por detrás, en la mano de Aquél que se sienta en
el trono. El libro es nada menos que el testamento del Cristo
resucitado y ascendido: el nuevo pacto.
Pero la venida del nuevo
pacto implica la obsolescencia del pacto antiguo y el juicio
del Israel apóstata. Como ya hemos observado brevemente, los
profetas bíblicos hablaban en términos de la estructura
del tratado de pacto, actuando como abogados acusadores en
nombre del señor feudal divino, incoando una demanda de pacto
contra Israel. Las imágenes del documento inscrito en ambos
lados se usa también en la profecía de Ezequiel, que Juan usó
como modelo para su profecía. Ezequiel habla de recibir un
rollo que contenía una lista de juicios contra Israel:
Y me dijo: Hijo de hombre, yo te envío a los
hijos de Israel, a gentes rebeldes que se rebelaron contra
mí; ellos y sus padres se han rebelado contra mí, hasta
este mismo día. Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro
y empedernido corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el
Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque
son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta
entre ellos. Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas
miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y
espinos, y moras con escorpiones; no tengas miedo de sus
palabras, ni temas delante de ellos, porque son casa
rebelde. Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o
dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. Mas tú, hijo
de hombre, oye lo que yo te hablo: no seas rebelde como la
casa rebelde; abre tu boca, y come lo que yo te doy. Y
miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella
había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y
estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas
en él endechas y lamentaciones y ayes (Ezequiel 2:3-10).
Por consiguiente, así como
Juan ve la apertura del nuevo pacto, también verá las
maldiciones del pacto antiguo cumplidas en el pueblo apóstata
del pacto. Esta conclusión se ve más clara cuando miramos el
movimiento general de la profecía. Los siete sellos del libro
son rotos para revelar su contenido;pero la ruptura del
séptimo sello inicia el sonido de la séptima trompeta (8:1-2).
La visión final de la sección de las trompetas termina con una
escena horrorosa de una gran vendimia, en la cual las "uvas de
la ira" son holladas y la tierra entera es inundada por un
torrente de sangre (14:19-20). Esto conduce directamente a la
sección final de Apocalipsis, en la cual Juan ve la sangre del
lagar siendo derramada de las siete copas de la ira (16:1-21).
Por consiguiente, parecería que se quiere que entendamos que
las siete copas contienen la séptima trompeta, "el último ay"
que debía caer sobre la tierra (véase 8:13; 9:12; 11:14-15;
12:12). Todos estos - los sellos, las trompetas, las
copas - son el contenido del libro de los siete sellos, el
nuevo pacto.
Pero hay una crisis: Juan
descubre que no hay nadie en toda la creación - "en el cielo,
en la tierra, o debajo de la tierra" - que pueda o sea digno
de de abrir el libro, o siquiera mirarlo. Nadie puede cumplir
las condiciones requeridas porf el Mediador del nuevo pacto.
Todos los mediadores anteriores - adán, Moisés, David, y el
resto - en definitiva habían demostrado ser inadecuados para
la tarea. Nadie pudo quitar el pecado y la muerte, porque
todos han pecado, y están destituidos de la gloria de Dios
(Romanos 3:23). El sacrificio de animales no podía quitar los
pecados, pues tal cosa es imposible (Hebreos 10:4); y
el mismo sumo sacerdote que ofrecía el sacrificio era pecador,
"rodeado de debilidad" (Hebreos 5:1-3; 7:27) y tenía que ser
reemplazado después de su muerte (Hebreos 7:23). No se pudo
hallar a nadie que garantizase un mejor pacto. Con el anhelo
profético y la tristeza de la iglesia del pacto antiguo, Juan
comenzó a llorar mucho. El nuevo pacto había sido ofrecido por
el que estaba sentado en el trono, pero nadie era digno de
actuar en nombre tanto de Dios como del hombre para ratificar
el pacto. El libro de los siete sellos continuaría cerrado.
Inmediatamente, Juan es
consolado por un anciano, que dice (así literalmente): "¡Deja
de llorar; he aquí, Él ha vencido!". La iglesia, pues, predica
el evangelio a Juan; y parece que el anciano está tan
conmovido por su mensaje que revela el clímax antes de
explicar quién ha vencido. Luego describe a Cristo el
Conquistador como el León de la tribu de Judá, el fuerte y
poderoso cumplimiento de la antigua profecía de Jacob a su
cuarto hijo:
Cachorro de león, Judá; de la presa subiste,
hijo mío. Se encorvó, se echó como león, así como león
viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de
Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga
Siloh; y a él se congregarán los pueblos (Génesis
49:9-10).
Fue a David, el León
conquistador de Judá del pacto antiguo, a quien Dios reveló
tanto el plano del templo (1 Crónicas 28:11-19) como el plan
del pacto eterno, el "estatuto para la humanidad", por medio
del cual el venidero Rey-Sacerdote traería la bendición de
Abraham a todas las naciones (2 Samuel 7:18-29; 23:2-5; 1
Crónicas 17:16-27; Salmos 16; Hechos 2:25-36). Por fin vino el
Hijo mayor de David, y conquistó, estableciendo el dominio
sempiterno e inaugurando el pacto. Personificando y cumpliendo
todas las promesas del pacto, Él es aquél "a quien pertenece".
Cristo es llamado también la
Raíz de David - una expresión extraña, según
nuestro modo de pensar. Podemos entender más fácilmente la
expresión de Isaías: "vara del tronco de Isaí" (Isaías 11:1).
Como descendiente de Isaí y de David, Jesús podía ser llamado
una "rama" (Jeremías 23:5; Zacarías 3:8); pero, cómo podría
ser llamado una Rama? Nuestra perplejidad se origina en
nuestro concepto no bíblico de cómo funciona la historia.
Estamos acostumbrados a pensar en la historia como si fuera un
máquina cósmica de Rube Goldberg; mueva una palanca en un
extremo, y una serie de dispositivos y lo que sea caen los
unos contra los otros como fichas de dominó, produciendo
finalmente lo que sea en el extremo distante de la máquina.
Por pura causa y efecto, cada evento causa otros efectos, en
directa sucesión cronológica.
Ahora bien, esto es verdad
- pero no es toda la verdad. En realidad, tomado aislada y
autónomamente, no es verdad en absoluto, porque tal tesis es
evolucionista en sus suposiciones, más bien que bíblica. La
historia no es simplemente una cuestión del pasado causando el
futuro; tambien ocurre que el futuro causa el pasado!
Una simple ilustración
podría ayudarnos a entender esto. Digamos que alguien le ve a
usted empacando un almuerzo en una tibia mañana de sábado, y
le pregunta la razón de ello. Usted responde: "Porque voy a
tener un picnic en el parque hoy". ¿Qué ha ocurrido? En cierto
sentido, el futuro - el planeado picnic - ha determinado
el pasado, Puesto que usted quería tener un picnic
en el parque, entonces planeó un almuerzo.
Lógicamente, el picnic precedió, y causó, la preparación del
almuerzo, aunque le siguió cronológicamente. De la misma
manera, Dios deseaba glorificarse en Cristo Jesús; por
consiguiente, creó a Isaí y a David, y a todos los otros
antepasados de la naturaleza humana de Cristo, para traer a su
Hijo al mundo. La Raíz de la existencia de David era el Hijo
de David, Jesucristo. ¡El "efecto" determinó la "causa"!
Así, pues, el Señor
Jesucristo es presentado en la forma más radical posible como
el Centro de toda la historia, la divina Raíz, así como la
Rama, el Principio y el Fin, Alfa y Omega. Y es como el León
conquistador y la Raíz determinante que él ha prevalecido para
abrir el Libro - el Nuevo Pacto - y sus siete sellos. Sin
embargo, es interesante notar que, cuando Juan se vuelve para
ver al que es descrito de esta manera, ve a un Cordero
de pie delante del trono. Lo que se quiere subrayar en este
texto no es que Jesús es "como un cordero" en el sentido de
que es manso, dulce, o gentil. Cristo es llamado un cordero,
no porque es "agradable", sino en vista de su obra.
Él es el Cordero que fue inmolado, "el que quita el pecado del
mundo" (Juan 1:29). Así, pues, el centro de la historia es
la obra de sacrificio, consumada, de Cristo.
El
fundamento de su reinado mediatorial (Cristo como el León) es
su expiación mediatorial (Cristo como el Cordero). Es a causa
de su sacrificio que ha sido exaltado al lugar de gobierno y
autoridad supremos. Cristo ha alcanzado la victoria por medio
de su sufrimiento y muerte redentoras por amor a nosotros.
Esto significa que la
interpretación que Cristo hace de la creación y la historia se
origina, no en la historia misma, sino en el hecho de que él
es a un tiempo Creador y Redentor del mundo. Así, pues, con
fundamento en su persona, su obra, y su exaltada posición como
Salvador y Gobernador del mundo, Jesucristo ascendió al cielo,
se adelantó hasta el trono de su Padre, y tomó el nuevo pacto
de la mano derecha de Aquél que estaba sentado en el trono
(Apocalipsis 5:7). Ya hemos notado cómo lo describió el
profeta Daniel:
Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
con las nubes del cielo venía uno como hijo del hombre,
que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse
delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para
que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su
dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino
uno que no será destruido (Daniel 7:13-14).
El mensaje principal de la
Biblia es la salvación por medio de Jesucristo, el mediador
del nuevo pacto. Fuera de su obra, por medio de la cual él
adquirió y posee eternamente el pacto, no hay esperanza para
la humanidad. Ha vencido abrumadoramente para poder abrir el
tratado del gran rey; y por medio de él, nosotros también
somos más que vencedores.
En los versículos finales
de Apocalipsis 5, Juan describe la respuesta de la iglesia a
todo esto en adoración, alabando a Dios porf el resultado de
la obra de Cristo. Su "nuevo canto" se goza en el hecho de que
Cristo ha comprado a su pueblo de entre las naciones, no sólo
para redimirle del pecado, sino para permitirle cumplir el
mandato de dominio original de Dios para el hombre. Como
segundo Adán, Cristo pone ante su nueva creación la tarea que
Adán no cumplió - esta vez, sin embargo, sobre el inamovible
fundamento de su muerte, resurrección, y ascensión. La
salvación tiene un propósito, salvar a, y salvar
de. Cristo ha hecho que su pueblo sea uno de reyes
y sacerdotes para nuestro Dios, y ha garantizado su destino:
"Les hiciste reyes y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán
en la tierra" (Apocalipsis 10). Esto nos muestra la dirección
de la historia: los redimidos del Señor, que ya son una nación
de reales sacerdotes, se están moviendo hacia el completo
dominio que Dios había planeado como su programa original para
el hombre. En Adán, se había perdido; Jesucristo, el segundo
Adán, nos ha redimido y nos ha restaurado a nuestro real
sacerdocio, para que podamos reinar en la tierra. Por medio de
la obra de Cristo, se ha ganado la victoria definitiva sobre
Satanás. Se nos prometen más y más victorias, y más y más
gobierno y dominio, al llevar el evangelio y la ley del gran
Rey por todo el mundo.
La iglesia en los días de
Juan estaba a punto de experimentar un tiempo de severas
pruebas y persecuciones. Ya estaban viendo lo que, en una era
saludable, apenas podía ser imaginado: una unión entre Israel
y la impía bestia del Imperio Romano pagano. Estos cristianos
necesitaban entender la historia como algo no gobernado por la
casualidad ni por los hombres impíos, ni siquiera por el
diablo, sino más bien desde el trono de Dios por Jesucristo.
Necesitaban ver que Cristo estaba reinando ahora,
que ya había arrancado el mundo de las garras de Satanás, y
que aún ahora todas las cosas en el cielo y la tierra debían
reconocerle como Rey. Necesitaban verse a sí mismos en la
verdadera luz: no como tropas olvidadas en un solitario puesto
avanzado, librando una batalla perdida, sino ya como reyes y
sacerdotes, haciendo la guerra y venciendo, predestinados a la
victoria, con la absoluta certeza de la victoria y el dominio
con el Gran Rey sobre la tierra. Necesitaban la filosofía
bíblica de la historia: que la totalidad de la historia,
creada y controlada por el gobierno personal y total de
Dios, progresa inexorablemente hacia el dominio universal
del Señor Jesucristo. La era nueva y final de la
historia ha llegado; el nuevo pacto ha llegado. ¡He aquí, Él
ha vencido!
Sección
de Libros 2
|1|2|3|4|5|6|7|8|9|10|11
Index
1