LA GRAN TRIBULACIÓN
David Chilton
Dominion Press
Fort Worth, Texas
Copyright © 1987 Dominion Press
ISBN 0-930462 55-6
CAPÍTULO 10
TODA LA CREACIÓN TOMA
VENGANZA
La séptima trompeta era la
señal de que "no habría más demora" (véase Apocalipsis
10:6-7). El tiempo se había acabado; la ira en su máxima
expresión había llegado a Israel. Desde este punto en
adelante, Juan abandona el lenguaje y las imágenes de de una
mera advertencia. La destrucción de Jerusalén es segura, así
que el profeta se concentra por entero en el mensaje de su
inminente destrucción. Al describir el destino de la ciudad,
Juan extiende e intensifica las imágenes del éxodo que ya han
sido tan penetrantes durante toda la profecía. Juan habla de
"la gran ciudad" (16:19), recordándoles a sus lectores una
referencia anterior: "la gran ciudad, que espiritualmente se
llama Sodoma y Gomorra, donde también el Señor fue
crucificado" (11:18). A Jerusalén se le llama Sodoma a causa
de su apostasía sensual y lujuriosa (véase Ezequiel 16:49-50),
y porque está destinada a la total destrucción como un
holocausto total (Génesis 19:24-28; Deuteronomio 13:12-18).
Pero las metáforas más usuales de Juan en relación a la gran
ciudad son tomadas del patrón de Éxodo: Jerusalén es, no sólo
Egipto, sino también los otros enemigos de Israel. Juan ha
mostrado al dragón egipcio persiguiendo a la mujer en
dirección al desierto (Apocalipsis 12); un Balac y un Balam
redivivos tratando de destruir al pueblo de Dios por medio de
la guerra y la seducción que conduce a la idolatría
(Apocalipsis 13); los ejércitos sellados del nuevo Israel
reunidos en el Monte Sión para celebrar las fiestas
(Apocalipsis 14); y los santos de pie y triunfantes a orillas
del "Mar Muerto", cantando el cántico de Moisés (Apocalipsis
15). Ahora, en el capítulo 16, los siete juicios
correspondientes a las diez plagas de Egipto han de ser
derramados sobre la gran ciudad.
Hay también una marcada
correspondencia entre estos juicios de los cálices y los
juicios de las trompetas del capítulo (1). Debido a que las
trompetas eran esencialmente advertencias, sólo afectan una
parte de la tierra; dentro de las copas, la destrucción es
total.
Cálices
- Sobre la tierra, ésta se convierte en pústulas (16:2).
- Sobre el mar, éste se convierte en sangre (16:3).
- Sobre los ríos y fuentes, éstos se convierten en sangre
(16:4-7).
- Sobre el sol, hacen que éste queme (16:8-9).
- Sobre el trono de la bestia, causando oscuridad
(16:10-11).
- Sobre el Éufrates, éste se seca para preparar el camino
para los reyes del oriente; la invasión de los demonios en
forma de ranas; Armagedón (16:12-16).
- Sobre el aire, causando tormentas, terremotos, y
granizo (16:17-21).
Trompetas
- Sobre la tierra: 1/3 de la tierra, los árboles, la
hierba quemada (8:7).
- Sobre el mar: 1/3 del mar se convierte en sangre; 1/3
de las criaturas del mar mueren, 1/3 de las naves son
destruidas (8:8-9).
- Sobre los ríos y las fuentes: 1/3 de las aguas se
convierten en ajenjo (8:8-11).
- Se oscurece 1/3 del sol, la luna y las estrellas
(8:12).
- Las langostas demoníacas atormentan a los hombres
(9:1-12).
- El ejército del Éufrates mata 1/3 de la humanidad
(9:13-21).
- Voces, tormenta, terremoto, granizo (11:15-19).
Plagas de Egipto
- Úlceras (sexta plaga; Éxodo 9:8-12).
- Las aguas se convierten en sangre (primera plaga: Éxodo
7:17-21).
- Las aguas se convierten en sangre (primera plaga: Éxodo
7:17-21).
- Oscuridad (novena plaga: Éxodo 10:21-23).
- Langostas (octava plaga: Éxodo 10:4-20).
- Invasión de ranas de los ríos (segunda plaga:
Éxodo 8:2-4).
- Granizo (séptima plaga: Éxodo 9:18-26).
Una gran voz que sale desde
el templo da la orden que autoriza los juicios de los cálices
(Apocalipsis 16:1). Nuevamente, Juan subraya un punto básico
de su profecía: que estas terribles plagas se originan tanto
en Dios como en la iglesia (véase 15:5-8). Estos son juicios
de Dios en respuesta a las oraciones de sus santos.
He llamado a estos siete
recipientes cálices (más bien que copas
[KJV] o fuentes
[NASVD] para subrayar su naturaleza como "sacramentos
negativos". Desde una perspectiva, la sustancia de los cálices
(la ira de Dios, que es "pura", véase 14:10) parece ser fuego,
y en consecuencia, varios comentaristas han considerado estos
recipients como incensarios (como en 5:8; véase 8:3-5). Pero
los impíos son condenados en 14:10 a "beber del vino de la ira
de Dios, que es echado puro en el cáliz de su ira"; y, cuando
las plagas se derraman, el "ángel de las aguas" se alegra de
lo apropiado de la justicia de Dios: "Porque ellos derramaron
la sangre de los santos y los profetas, y tú ls has dado a
beber sangre" (16:6). Algunos versículos más adelante, Juan
vuelve a la imagen de "el cáliz del vino del ardor de su ira"
(16:19). Lo que está sirviendo de modelo en el cielo para
instrucción de la iglesia en la tierra es la excomunión final
del Israel apóstata, cuando la comunión del cuerpo y la sangre
del Señor le sea por fin negada. Los pastores-ángeles, a los
que se les han confiado las sanciones sacramentales del nuevo
pacto, son enviados desde el mismo templo celestial, y desde
el trono de Dios, para que derramen sobre ella la sangre del
pacto. Jesús advirtió a los rebeldes de Israel que Él les
enviaría sus mártires para que fuesen muertos, "para que caiga
sobre vosotros toda la sangre justa derramada en la tierra,
desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías,
hijo de Berequías, a quien matásteis entre el templo y el
altar. De cierto os digo, que todas estas cosas vendrán sobre
esta generación" (Mateo 23:35-36). Beber sangre es inevitable:
o los ministros del nuevo pacto nos la sirven en la
eucaristía, o la derramarán de sus cálices sobre nuestras
cabezas.
En consecuencia, siete
ángeles salen del templo (véase 15:1) y se les dice que
viertan los cálices de la ira de Dios: la Septuaginta usa este
verbo (ekcheo) en
las instrucciones para los sacerdotes para que derramen la
sangre del holocausto alrededor de la base del altar (véase
Levítico 4:7, 12, 18, 25, 30, 34; 8:15; 9:9). El término está
usado en Ezequiel para referirse a la fornicación del Israel
apóstata con los paganos (Ezequiel 16:36; 23:8), o su
derramamiento de sangre inocente por medio de la opresión y la
idolatría (Ezequiel 22:3-4, 6, 9, 12, 27), y la amenaza de
Dios de derramar su ira sobre Israel (Ezequiel 14:19; 20:8,
13, 21; 21:31; 22:27). En el Nuevo Testamento, se usa de
manera similar en contextos paralelos con temas principales en
Apocalipsis: el derramamiento del vino (Mateo 9:17; Marcos
2:22; Lucas 5:37), el derramamiento de la sangre de los
mártires (Mateo 23:35; Lucas 11:50; Hechos 22:20; Romanos
3:15, y el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2:17-18,
33; 10:45; Romanos 5:5; Tito 3:6; véase Joel 2:28-29; Zacarías
12:10).
Todas estas diferentes
asociaciones están en el trasfondo de este derramamiento de
plagas sobre la tierra que ha derramado la sangre de Cristo y
de sus testigos, la gente que resistió y rechazó el Espíritu.
Los antiguos odres de Israel están a punto de reventar.
EL PRIMER CÁLIZ
Al derramar el primer ángel
su cáliz sobre la tierra (Apocalipsis 16:2), "vino una úlcera
maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de
la bestia, y que adoraban su imagen". La úlceras son una
retribución apropiada para la apostasía, y el hecho de que
Dios ponga el sello de su ira sobre los que llevan la marca de
la bestia. Así como Dios había derramado úlceras sobre los
impíos egipcios que rendían culto al estado, que persiguieron
a su pueblo (Éxodo 9:8-11), así también stá enviando plagas
sobre estos adoradores de la bestia en la tierra de Israel -
el pueblo del pacto que ahora se han convertido en
perseguidores de la iglesia, semejantes a Egipto. Esta plaga
es mencionada específicamente por Moisés en su lista de las
maldiciones del pacto por idolatría y apostasía: "Jehová te
herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y con
comezón de que no puedas ser curado. ... Jehová te herirá con
maligna pústula en las rodillas y en las piernas, desde la
planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser
curado" (Deuteronomio 28:27, 35).
EL SEGUNDO CÁLIZ
El segundo ángel derrama su
cáliz en el mar (Apocalipsis 16:3), y se convierte en sangre,
como en la primera plaga de Egipto (Ëxodo 7:17-21) y la
segunda trompeta (Apocalipsis 8:8-9). Sin embargo, esta vez la
sangre no corre en arroyos, sino que es como la sangre de un
muerto: tiene grumos, está coagulada, y putrefacta. La sangre
se menciona cuatro veces en este capítulo; cubre la faz de
Israel, derramándose sobre los cuatro rincones de la tierra.
Aunque el significado
principal de esta plaga es simbólico, pues se refiere a la
impureza del contacto con la sangre y la muerte (véase
Levítico 7:26-27; 15:19-33; 17:10-16; 21:1; Números 5:2;
14:11-19), existen estrechos paralelos con los eventos reales
de la gran tribulación. En una ocasión, miles de rebeldes
judíos huyeron hacia el mar de Galilea de la matanza de
Tariquea por parte de los romanos. Haciéndose a la mar sobre
el lago en pequeños y frágiles botes, pronto fueron
perseguidos y alcanzados por las resistentes balsas de las
fuerzas superiores de Vespasiano. Entonces, como cuenta
Josefo, fueron masacrados sin misericordia: "Los judíos no
podían, ni escapar hacia tierra firme, donde todos estaban en
armas contra ellos, ni presentar batalla naval en igualdad de
términos. ... Les sobrevino el desastre, y fueron enviados al
fondo, con botes y todo. Algunos trataron de salir a flote,
pero los romanos les alcanzaron con sus lanzas, matando a
otros al saltar sobre las barcas y atravesando a los ocupantes
con sus espadas; algunas veces, al acercarse las balsas, los
judíos eran atrapados en medio y capturados junto con sus
botes. Si algunos de los que se habían lanzado al agua salían
a la superficie, pronto eran despachados con una flecha, o una
balsa leds alcanzaba; si, en su desesperación, intentaban
subir a bordo de las balsas del enemigo, los romanos les
cortaban las cabezas o las manos. Así que estos miserables
morían en todas partes en incontables números y de todas las
maneras posibles, hasta que los sobrevivientes eran derrotados
y empujados hacia la orilla, sus barcas rodeadas por el
enemigo. Al lanzarse sobre ellos, muchos eran alanceados
mientras todavía estaban en el agua; muchos saltaban a la
orilla, donde eran muertos por los romanos.
"Se podía ver el lago entero manchado de sangre y
atestado de cadáveres, porque ni uno solo escapó.
Durante los días que siguieron, un horrible hedor flotaba
sobre la región, la cual presentaba un espectáculo igualmente
horrendo. Las playas estaban llenas de escombros y cuerpos
hinchados, los cuales, calientes y pegajosos por la
descomposición, hacían el aire tan fétido que la catástrofe
que sumergió a los judíos en el luto era repugnante aun para
los que lo la habían causado" (The Jewish War, iii, x.
9).
EL TERCER CÁLIZ
La plaga del tercer cáliz
(Apocalipsis 16:4-7) se parece más directamente a la primera
plaga de Egipto (y a la tercera trompeta: véase 8:10-11), pues
afecta "los ríos y las fuentes de las aguas", convirtiendo en
sangre toda el agua de beber. El agua es símbolo de vida y
bendición durante toda la Escritura, comenzando desde la
historia de la creación y el jardín de Edén. En esta plaga,
las bendiciones del paraíso son invertidas y convertidas en
pesadilla; lo que una vez fue puro y limpio se convierte en
contaminado y corrompido por la apostasía.
El "ángel de las aguas"
responde a esta maldición alabando a Dios por su justo juicio:
"Justo eres tú, que eres y que eras, el Santo, porque juzgaste
estas cosas". No debemos avergonzarnos de un pasaje como éste.
La Biblia entera está escrita desde la perspectiva del personalismo cósmico - la
doctrina de que Dios, que es personalidad absoluta, está
constantemente activo a través de su creación, haciendo que
todas las cosas ocurran inmediatamente por su poder y
mediatamente por medio de sus siervos angélicos. No existe tal
cosa como "ley natural";
sería mejor que hablásemos de los "hábitos de pacto de Dios", o el orden habitual que Dios impone a
su creación a través de las acciones de sus ángeles.
Nuestras ciencias no son otra cosa que el estudio de los
patrones habituales de la actividad personal de Dios y sus
mensajeros celestiales.
De hecho, esto es
precisamente lo que garantiza la validez y la confiabilidad
tanto de la investigación científica como de la oración. Por
una parte, los ángeles de Dios tienen hábitos - una danza
cósmica, una liturgia que envuelve cada uno de los aspectos
del universo entero, en los cuales puede confiarse en todas
las actividades tecnológicas del hombre, mientras ejerce
dominio en el mundo bajo la autoridad de Dios. Por otra parte,
los ángeles de Dios son seres personales, llevando a cabo sus
órdenes constantemente; en respuesta a nuestras peticiones,
Dios puede ordenar a los ángeles que cambien la danza, y lo
hace.
Hay, pues, un "ángel de las
aguas"; y él, junto con toda la creación personal de Dios, se
regocija en el justo gobierno del mundo. La estricta justicia
de Dios, resumida en el principio de ojo por ojo (Éxodo
21:23-25), queda evidenciada en este juicio, porque el castigo
se ajusta al crimen: "Derramaron la sangre de los santos y los
profetas", exclama el ángel de las aguas, "y les has dado a
beber sangre". Como hemos visto, el crimen característico de
Israel fue siempre el asesinato de los profetas (véase 2
Crónicas 36:15-16; Lucas 13:33-34; Hechos 7:52). Jesús llamó a
este hecho la razón específica de por qué la sangre de los
justos sería derramada en el juicio sobre aquella generación
(Mateo 23:31-36).
El ángel de las aguas
concluye con una afirmación interesante: por haber los
apóstatas derramado sangre, "ellos son dignos".
Este
es un paralelo deliberado con el mensaje del cántico nuevo en
Apocalipsis 5:9: "Digno eres de tomar el libro y abrir su
sello; porque fuiste muerto, y nos compraste para Dios con tu
sangre". Así como el Cordero recibe su recompensa sobre la
base de la sangre que derramó, así también estos perseguidores
han recibido la justa recompensa por su derramamiento de
sangre.
Dios había prometido una
vez al Israel oprimido que haría a los enemigos de su pueblo
según sus malas obras:
Y a los
que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su
sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre
que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de
Jacob (Isaías 49:26).
La apostasía de Israel ha
invertido esto: ahora es él, el perseguidor por excelencia, el
que será obligado a beber su propia sangre y devorar su propia
carne. Esto fue cierto en mucho más que en un sentido
figurado: como Dios había predicho por medio de Moisés
(Deuteronomio 28:53-57), durante el sitio de Jerusalén, los
israelitas de hecho se convirtieron en caníbales; las madres
se comieron literalmente a sus propios hijos. Puesto que ellos
derramaron la sangre de los santos, Dios les da a beber su
propia sangre (véase Apocalipsis 17:6; 18:24).
Uniéndose al ángel en
alabanza viene la voz del altar mismo, donde la sangre de los
santos y los profetas había sido derramada. El altar se
regocija: "¡Sí, Señor Dios Todopoderoso, justos y verdaderos
son tus juicios!". Los santos reunidos al pie de la base del
altar habían clamado por justicia, pidindo venganza de sus
opresores (Apocalipsis 6;9-11). En la destrucción de Israel,
esa oración es contestada; los testigos son vindicados. Es más
que una coincidencia que estas oraciones en Apocalipsis 16:5-7
(junto con el texto del cántico de Moisés en Apocalipsis
15:3-4) sean notablemente similares al cántico cantado por los
sacerdotes just antes de ofrecer los sacrificios. Irónicamente
- así como Dios mismo se está preparando para el holocausto
total en 70 d. C. - los mismos ángeles del cielo cantaban la
liturgia del propio Israel contra él.
EL CUARTO CÁLIZ
Ahora el cuarto ángel
Apocalipsis 16:8-9) derrama su cáliz sobre el sol, abrasando a
los hombres con fuego. Mientras que la cuarta trompeta resultó
en una plaga de oscuridad (8:12), ahora el calor del sol
aumenta, de modo que los hombres son "abrasados con gran
fuego". Esto también es una inversión de la bendición básica
del pacto que estaba presente en Éxodo, cuando Israel fue
protegido del calor del sol por la nube de gloria, la sombra
del Todopoderoso (Éxodo 13:21-22; véase 91:1-6). Esta promesa
se repite una y otra vez a través de todos los profetas:
Jehová
es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol
no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará
de todo mal; Él guardará tu alma" (Salmos 121:5-7).
No
tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá;
porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los
conducirá a manantiales de aguas (Isaías 49:10).
Bendito
el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.
Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que
junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene
el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía
no se fatigará, ni dejará de dar fruto (Jeremías 17:7-8).
Y el que
está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre
ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más
sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en
medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de
aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de
ellos (Apocalipsis 7:15-17).
A través de todo el libro
de Apocalipsis, Juan a menudo usa la voz pasiva (como en la
expresión le fue dado) para
indicar el control soberano de los acontecimientos por parte
de Dios. Nuevamente, subraya la soberanía de Dios al decirnos
que le
fue dado al sol que abrasase a los hombres; y en la
línea siguiente, es aun más explícito: "Dios ... tiene poder
sobre estas plagas". Juan no sabe nada de un "Dios" que se
sienta indefenso en el banquillo, viendo pasar el mundo; ni
reconoce a un "Dios" que es demasiado amable para enviar
juicios sobre los impíos. Juan sabe que las plagas que caen
sobre Israel son "las obras de Jehová, que ha puesto
asolamientos en la tierra" (Salmos 46:8).
En su libro sobre la
Trinidad, Agustín subraya el mismo punto: "La creación entera
es gobernada por el Creador, por quien y en quien fue fundada
y establecida. Por eso, la voluntad de Dios es la primera y
suprema causa de todas las apariciones y todos los movimientos
corporales. Porque nada sucede en la esfera visible y sensible
que no sea ordenado o permitido desde el tribunal interior,
invisible e inteligible del emperador altísimo, en esta vasta
e ilimitada comunidad de toda la creación, de acuerdo con la
inexpresable justicia de sus recompensas y castigos, gracias y
retribuciones".
Pero los apóstatas
rehusaron someterse al señorío de Dios sobre ellos. Como la
bestia de Roma, cuya cabeza estaba coronada por "nombres de
blasfemia" (13:1) y cuya imagen adoraban, los hombres
blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas
plagas. Y, como el Faraón impenitente (véase Éxodo 7:13, 23;
8:15, 19, 32; 9:7, 12, 34-35; 10:20, 27; 11:10; 14:8), "no se
arrepintieron para darle gloria". Israel se había convertido
en un Egipto, endureciendo su corazón; y, como Egipto, sería
destruido completamente.
(1) Sin embargo, la
correspondencia no es exacta; y característicamente, Russell
llega demasiado lejos cuando, después de una comparación
superficial, declara categóricamente: "Esto no puede ser mera
coincidencia casual: es identidad, y sugiere la pregunta: ¿Por
qué razón se repite aquí la visión? J. Stuart Russell, The Parousia: A Critical Inquiry
Into the New Testament Doctrine of Our Lord´s Second Coming
(Grand Rapids: baker Book House, [1887] 1983), p. 476.