LA GRAN TRIBULACIÓN
David Chilton
Dominion Press
Fort Worth, Texas
Copyright © 1987 Dominion Press
ISBN 0-930462 55-6
CAPÍTULO 1
LA GENERACIÓN TERMINAL
Uno de los principios más elementales para
entender con exactitud el mensaje de la Biblia es que la Escritura
interpreta la Escritura. La Biblia es la Palabra de
Dios santa, infalible, sin error. Es nuestra más alta autoridad.
Esto significa que no podemos buscar una interpretación
autorizada del significado de la Escritura fuera de la misma
Biblia. También significa que no debemos interpretar la Biblia
como si hubiese caído del cielo en el siglo veinte. El Nuevo
Testamento se escribió en el siglo primero, así que debemos
tratar de entenderla en términos de sus lectores del siglo
primero. Por ejemplo, cuando Juan llamó a Jesús "el cordero de
Dios", ni él ni sus oyentes tenían en mente nada ni remotamente
similar a lo que podría pensar el hombre promedio, el hombre de
la calle si oyera que alguien era llamado "cordero". Juan no
quiso decir que Jesús era dulce, agradable, atractivo, como para
abrazarlo. La verdad es que Juan no se estaba refiriendo en
absoluto a la "personalidad" de Jesús. Quería decir que Jesús
era el Sacrificio sin pecado a favor del mundo. ¿Cómo sabemos
esto? Porque la Biblia nos lo dice así.
Este es el método que debemos usar para resolver cada uno de los
problemas de interpretación en la Biblia, incluyendo los pasajes
proféticos. Es decir, cuando leemos un pasaje de Ezequiel,
nuestra primera reacción no debe ser echar un vistazo a las
páginas del Times de New York en una búsqueda frenética
de indicios sobre su significado. El periódico no interpreta la
Escritura, en ningún sentido principal. El periódico no debe
decidir por nosotros cuándo deben cumplirse ciertos
sucesos proféticos. La Escritura interpreta la Escritura.
ESTA GENERACIÓN
En Mateo 24 (y en Marcos 13 y Lucas
21), Jesús habló a sus discípulos sobre una "gran
tribulación" que vendría sobre Jerusalén. Durante los
pasados 100 años, se ha puesto de moda enseñar que Jesús
hablaba del "fin del mundo" y el tiempo de su segunda
venida. Pero, ¿es esto lo que quería decir? Tenemos que
tomar nota cuidadosa de que Jesús mismo dio la fecha
(aproximada) de la tribulación venidera, sin dejar lugar
para las dudas después de cualquier examen cuidadoso del
texto bíblico. Dijo así:
De cierto os digo, que no pasará esta
generación hasta que todo esto acontezca (Mateo 23.34).
Esto significa que la totalidad de lo que
habló Jesús en este pasaje, por lo menos hasta el versículo
34, se cumplió antes de que hubiera pasado la
generación que estaba viva en ese momento. "Un
momento", dice usted. "¿Todo? ¿El testimonio a todas las
naciones, la tribulación, la venida de Cristo en las nubes,
la caída de las estrellas ... todo?" Sí - y
dicho sea de paso, este punto es una prueba muy buena de su
compromiso con el principio con el que comenzamos este
capítulo.
La Escritura interpreta la Escritura, dije yo;
y usted asintió con la cabeza y bostezó, pensando: "Claro.
Yo sé todo eso, Vaya al punto. ¿Dónde entran las explosiones
atómicas y las abejas asesinas?" El Señor Jesús declaró que
"esta generación" - la gente que estaba viva
en ese entonces - no pasaría antes de que
ocurrieran las cosas que él profetizaba. La pregunta es:
¿Cree usted en él?
Algunos han tratado de soslayar la fuerza de este texto
diciendo que aquí la palabra generación significa
realmente raza, y que Jesús estaba diciendo
simplemente que la raza judía no moriría sino hasta que
todas estas cosas se cumplieran. ¿Es cierto eso? Yo lo
desafío a usted: Saque su concordancia y mire cada una
de las ocasiones en que la palabra generación (en griego: genea)
ocurre en el Nuevo Testamento, y vea si en alguna de ellas
la palabra significa "raza" en cualquier otro contexto. He
aquí todas las referencias en los evangelios: Mateo 1:17;
11:16; 12:39, 41, 42, 45; 16:4; 17:17; 23:36; 24:34; Marcos
8:12, 38; 9:19; 13:30; Lucas 1:48, 50; 7:31; 9:41; 11.29,
30, 31, 32, 50, 51; 16:8;17:25; 21:32. Ni una sola
de estas referencias habla de la totalidad de la raza judía
durante miles de años; todas usan la palabra en su
sentido normal de la suma total de los que estaban vivos
al mismo tiempo. La palabra siempre se refiere
a los contemporáneos. (En realidad, los que
dicen que significa "raza" tienden a reconocer este hecho,
¡pero explican que la palabra cambia súbitamente de
significado cuando Jesús la usa en Mateo 24! Podemos sonreír
ante un error tan transparente, pero también debemos
recordar que esto es muy serio. Estamos tratando con la
palabra del Dios viviente).
Por consiguiente, la conclusión - antes de que comencemos
siquiera a investigar el pasaje en su totalidad - es que los
sucesos
profetizados en Mateo 24 ocurrieron dentro de la vida de
la generación que estaba viva en ese entonces. Fue a
esta generación a la que Jesús llamó "mala y perversa"
(Mateo 12:39, 45; 16:4; 17:17); fue esta "generación
terminal" la que crucificó al Señor; y fue esta generación,
dijo Jesús, sobre la cual vendría el castigo por
"toda la sangre justa derramada sobre la tierra" (Mateo
23:35).
TODAS ESTAS COSAS
De cierto os digo que todo esto vendrá
sobre esta generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas, y apedreas a los que te son
enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos,
como la gallina junta a sus polluelos debajo de las
alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada
desierta (Mateo 23:36-38).
La declaración de Jesús en Mateo 23 prepara el
escenario para su enseñanza de Mateo 24. Jesús habló
claramente de un inminente juicio contra Israel por
rechazar la palabra de Dios, y por la apostasía final de
rechazar al Hijo de Dios. Los discípulos quedaron tan
alterados por la profecía de condenación sobre la
generación actual y la "desolación" de la "casa" (el
templo) que, cuando estuvieron solos con él, no pudieron
sino pedirle una explicación.
Cuando Jesús salió del templo y se iba,
se acercaron los discípulos para mostrarle los
edificios del templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis
todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí
piedra sobre piedra, que no sea derribada. Y estando
él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos
se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán
estas cosas, y qué señal habrá de tu venida y del fin
del siglo? (Mateo 24:1-3).
Nuevamente, debemos tomar nota cuidadosa de que Jesús
no estaba hablando de algo que ocurriría miles de años
más tarde, a algún templo futuro. Estaba
profetizando de "todas estas cosas", diciendo que
"no quedará piedra sobre piedra". Esto se ve aun más
claro si consultamos los pasajes paralelos:
Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de
sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué
edificios. Jesús, respondiendo, le dijo: No quedará
piedra sobre piedra, que no sea derribada (Marcos
13:1-2).
Y a unos que hablaban de que el templo
estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas
votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días
vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no
sea destruida (Lucas 21:5-6).
La única interpretación de las palabras de Jesús, que
él mismo permite, es que estaba hablando de la
destrucción del templo que entonces existía en
Jerusalén, los mismos edificios que los discípulos
contemplaban en ese momento de la historia. El templo
del que Jesús hablaba fue destruido en la toma de
Jerusalén por los ejércitos romanos en el año 70 d. C.
Esta es la única interpretación posible de la profecía
de Jesús en este capítulo. La gran tribulación
terminó con la destrucción del templo enel año 70 d. C.
Aun en el caso (improbable) de que se hubiese construido
otro templo en algún momento futuro, las palabras de
Jesús en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21 no tienen nada
que decir acerca de él.Jesús estaba hablando solamente
del templo de aquella generación. No hay ninguna base
bíblica para afirmar que el pasaje signifique ningún
otro templo. Jesús confirmó ls temores de los
discípulos: el hermoso templo de Jerusalén sería
destruido dentro de aquella generación; su casa quedaría
desierta.
Los discípulos entendieron la importancia y el
significado de esto. Sabían que la venida de Cristo en
juicio para destruir el templo significaría la completa
disolución de Israel como la nación del pacto. Sería la
señal de que Dios se había divorciado de Israel,
apartándose de en medio de él, quitándole el reino y
dándoselo a otra nación (Mateo 21:43). Señalaría el fin
de aquella era y la llegada de una era enteramente nueva
en la historia del mundo - el nuevo orden mundial. Desde
el principio de la creación hasta 70 d. C., el mundo
estuvo organizado alrededor de un santuario central, una
única casa de Dios. Ahora, en el orden del nuevo pacto,
los santuarios se establecen dondequiera que exista el
culto verdadero, donde se observen los sacramentos y se
manifieste la presencia especial de Dios. Más
anteriormente en su ministerio, Jesús había dicho: "La
hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén
adoraréis al Padre ... Mas la hora viene, y ahora es,
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad" (Juan 4:21-23). Ahora Jesús estaba
dejando bien claro que la nueva era estaba a punto de
ser establecida permanentemente sobre las cenizas de la
antigua. Los discípulos preguntaron con urgencia:
"¿Cuándo ocurrirán estas cosas y cuál señal habrá de tu
venida y del fin del siglo?"
Algunos han intentado leer esto como dos o tres
preguntas enteramente separadas, como si los discípulos
hubiesen preguntado primero sobre la
destrucción del templo, y luego sobre las
señales del fin del mundo. Esto difícilmente parece
creíble. El contexto inmediato (el reciente sermón de
Jesús) tiene que ver con la suerte de esta
generación. Consternados, los discípulos habían señalado
las bellezas del templo, como para argumentar que un
espectáculo tan magnífico no debería ser arruinado;
luego habían sido silenciados por la categórica
declaración de Jesús de que no quedaría piedra sobre
piedra. No hay nada en absoluto que indique que los
discípulos cambiaron súbitamente de tema y preguntaron
por el fin del universo material. (La traducción "fin
del mundo" en la versión King James) conduce a error,
porque el significado de la palabra inglesa world
(mundo) ha cambiado en los últimos siglos. La palabra
griega aquí no es cosmos [mundo], sino aion,
que significa eón o era). Los discípulos
tenían una preocupación, y sus preguntas
giraban en torno a un solo punto difícil: el hecho de
que su propia generación sería testigo del fin de la era
pre-cristiana y la llegada de la nueva era prometida por
los profetas. Todo lo que los discípulos querían saber
era cuándo ocurriría, y qué
señales debían esperar, para estar
plenamente preparados.
LAS
SEÑALES DEL FIN
Jesús respondió dando a los
discípulos, no una, sino siete señales del fin.
(Debemos recordar que "el fin" en este pasaje no
es el fin del mundo, sino el fin de aquella era, el
fin del templo, el sistema de sacrificios, Israel como
nación del pacto, y los últimos restos de la era
pre-cristiana). Es notable que hay una progresión en
esta lista: las señales parecen volverse más
específicas y pronunciadas hasta que llegamos al
final, el inmediato precursor del fin. La lista
comienza con ciertos sucesos que ocurrirían meramente
como "principio de dolores" (Mateo 24:8). Jesús
advirtió que, por sí mismos, estos sucesos no debían
ser considerados señales de un fin inminente; por esta
razón, los discípulos debían estar en guardia para no
ser engañados sobre este punto (v. 4). Estos sucesos
"iniciales", que marcaban el período entre la
resurrección de Cristo y la destrucción del templo en
70 d. C., eran como sigue:
- Falsos mesías. "Porque muchos
vendrán en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo,
y a muchos engañarán" (v. 5).
- Guerras. "Y
oiréis guerras y rumores de guerras; mirad que no
os turbéis, porque es necesario que todo esto
acontezca, peor aún no es el fin. Porque se
levantará nación contra nación, y reino contra
reino" (vv. 6-7a).
- Desastres naturales. "Y habrá pestes, hambres, y
terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será
principio de dolores" (vv. 7b-8).
Cualquiera de estos sucesos podría
haber hecho pensar a los cristianos que el fin ya
estaba encima, de no ser porque Jesús les había
advertido que tales sucesos eran solamente tendencias
generales que caracterizarían a la generación
final, y no precisamente señales del fin. Aunque
todavía caracterizan al período como un todo, las dos
señales siguientes sí nos llevan a un punto
cerca del fin de la época:
- Persecución. "Entonces os
entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis
aborrecidos de todas las gentes por causa de mi
nombre" (v. 9).
- Apostasía. "Muchos tropezarán entonces, y
se entregarán unos a otros, y unos a otros se
aborrecerán. Y muchos falsos profetas se
levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse
multiplicado la maldad, el amor de muchos se
enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste
será salvo" (vv. 10-13).
Los dos últimos ítems de la lista son
mucho más específicos que los anteriores. Éstas serían
las señales finales y definitivas del fin - una, el
cumplimiento de un proceso, y la otra un
acontecimiento decisivo:
- Evangelización mundial. "Y será predicado este evangelio
del reino en todo el mundo, para testimonio a
todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (v.
14).
A primera vista, esto parece
increíble. ¿Podría el evangelio haber sido predicado
al mundo entero dentro de la generación en que se
pronunciaron estas palabras? El testimonio de la
Escritura es claro. No sólo podía haber
ocurrido, sino que en realidad ocurrió.
¿Prueba? Algunos años antes de la destrucción de
Jerusalén, Pablo escribió a los cristianos de Colosas
acerca de "... la palabra verdadera del evangelio, que
ha llegado hasta vosotros, así como a todo el
mundo, y lleva fruto y crece también en
vosotros" (Colosenses 1:5-6), y les exhortó a no
apartarse "de la esperanza del evangelio que habéis
oído, el cual se predica en toda la creación
que está debajo del cielo" (Colosenses
1:23). A la iglesia de Roma, Pablo le anunció que
"vuestra fe se divulga por todo el mundo" (Rom. 1:8),
porque la voz de los predicadores del evangelio "ha
salido por toda la tierra, y hasta los fines de la
tierra sus palabras" (Romanos 10:18). De acuerdo con
la infalible palabra de Dios, el evangelio fue
realmente predicado al mundo entero, mucho antes de
que Jerusalén fuese destruida en 70 d. C. Esta señal
crucial del fin se cumplió, como Jesús había dicho.
Todo lo que faltaba era la séptima y última señal; y
cuando este suceso ocurriera, cualesquiera cristianos
que quedasen en o cerca de Jerusalén tenían
instrucciones de escapar en seguida:
- La abominación desoladora. "Por tanto, cuando veáis en el
lugar santo la abominación desoladora de que habló
el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces
los que estén en Judea, huyan a los montes. El que
esté en la azotea, no descienda para tomar algo de
su casa; y el que esté en el campo, no vuelva
atrás para tomar su capa" (vv. 15-18).
El texto del Antiguo Testamento al
cual se refería Jesús está en Daniel 9:26-27, que
profetiza la llegada de ejércitos para destruir a
Jerusalén y el templo: "El pueblo de un príncipe que
ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su
fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra
durarán las devastaciones, ... Con la muchedumbre de
las abominaciones vendrá el desolador, hasta
que venga la consumación, y lo que está determinado se
derrame sobre el desolador". La palabra hebrea
correspondiente a abominación se usa en
todo el Antiguo Testamento para indicar ídolos y
prácticas degradantes e idólatras,
especialmente por parte de los enemigos de Israel (por
ejemplo, Deuteronomio 29:17; 1 Reyes 11:5, 7; 2 Reyes
23:13; 2 Crónicas 15:8; Isaías 66:3; Jeremías 4:1;
7:30; 13:27; 32:34; Ezequiel 5:11; 7:20; 11:18, 21;
20:7-8, 30). El significado tanto de Daniel como de
Mateo queda claro por la referencia paralela en Lucas.
En vez de "abominación desoladora", Lucas dice:
"Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada
de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha
llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a
los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y
los que estén en los campos, no entren en ella.
Porque estos son días de retribución, para que se
cumplan todas las cosas que están escritas" (Lucas
21:20-22).
Por consiguiente, la "abominación desoladora"
habría de ser la invasión armada de Jerusalén.
Durante el período de las guerras judías, Jerusalén
fue rodeada por ejércitos paganos varias veces. Pero
el evento específico descrito por Jesús como la
"abominación desoladora" parece ser la ocasión en que
los edomitas (idumeos), los enemigos de Israel de toda
la vida, atacaron a Jerusalén. Varias veces en la
historia de Israel, mientras éste era atacado por
enemigos paganos, los edomitas habían irrumpido en la
ciudad para saquearla y asolarla, aumentando así
grandemente las miserias de Israel (2 Crónicas 20:2;
28:17; Salmos 137:7; Ezequiel 35:5-15; Amós 1:9, 11;
Abdías 10-16).
Los edomitas permanecieron fieles a su costumbre, y su
patrón característico se repitió durante la gran
tribulación. Una noche en 68 d. C., los edomitas
rodearon la santa ciudad con 20,000 soldados. Según
Josefo, mientras permanecían fuera del muro, "estalló
durante la noche una terrible tormenta, con la mayor
violencia y vientos muy fuertes, grandes aguaceros,
continuos relámpagos y truenos, y tremendas
concusiones y rugidos de la tierra, que experimentaba
un terremoto. Estas cosas eran una indicación
manifiesta de que algún tipo de destrucción estaba
ocurriendo a los hombres, para que el sistema del
mundo estuviese sufriendo un tal desorden; y
cualquiera adivinaría que estas maravillas presagiaban
algunas grandes calamidades venideras". Esta era la
última oportunidad para escapar de la ciudad de
Jerusalén, condenada a muerte.
Cualquiera que deseara huir tenía que hacerlo
inmediatamente, sin demora. Los edomitas irrumpieron
en la ciudad y fueron directamente al templo, donde
masacraron a 8,500 personas degollándolas. Mientras el
templo rebosaba de sangre, los edomitas corrían como
locos por toda la ciudad, saqueando casas y asesinando
a cualquier persona que encontraban, incluyendo al
sumo sacerdote. Según el historiador Josefo, este
suceso marcó "el principio de la destrucción de la
ciudad ... en este mismo día puede fecharse el
derribamiento del muro y la ruina de sus asuntos".
LA GRAN TRIBULACIÓN
Mas ¡ay de las que estén encinta y
de las que críen en aquellos días! Orad, pues,
que vuestra huida no sea en invierno ni en día
de reposo, porque habrá entonces gran
tribulación, cual no la habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá
(Mateo 24:19-21).
El relato de Lucas da detalles adicionales:
Mas ¡ay de las que estén encinta, y
de las que críen en aquellos días!, porque habrá
gran calamidad en la tierra, e ira sobre este
pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán
llevados cautivos a todas las naciones; y
Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta
que los tiempos de los gentiles se cumplan
(Lucas 21:23-24).
Como señaló Jesús en Mateo, la gran tribulación
debía tener lugar, no al final de la
historia, sino a la mitad, pues
nada similar había ocurrido "desde el principio
del mundo hasta ahora, ni lo habrá". Así, pues, la
profecía de la tribulación se refiere a la
destrucción del templo en aquella generación (70
d. C.) solamente. No puede hacérsela
encajar en ningún esquema de interpretación de
"doble cumplimiento"; la gran tribulación de 70 d.
C. fue un suceso absolutamente singular, que jamás
habría de repetirse.
Josefo nos ha dejado un registro presencial de
mucho del horror de aquellos años, especialmente
de los días finales de Jerusalén. Fue un tiempo en
que "el día se pasaba en medio del derramamiento
de sangre, y la noche en medio del temor"; cuando
era "común ver ciudades llenas de cadáveres";
cuando los judíos se llenaron de pánico y
comenzaron a matarse entre sí indiscriminadamente;
cuando los padres, con lágrimas en los ojos,
masacraban a toda su familia, para evitar que
sufrieran un tratamiento peor a manos de los
romanos; cuando, en medio de la terrible hambruna,
las madres mataban, asaban y comían sus propios
hijos (ver Deuteronomio 28:53); cuando la tierra
entera "rebosaba de fuego y sangre"; cuando los
lagos y los mares se tornaban rojos, con cadáveres
flotando por todas partes, amontonándose en las
orillas, hinchándose al sol, pudriéndose y
reventándose; cuando los soldados romanos
capturaban a personas intentando escapar, y las
crucificaban - a razón de 500 personas en un solo
día.
"¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado! ¡Su
sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros
hijos!", habían exclamado los apóstatas
cuarenta años antes (Mateo 27:22-25); y cuando
todo hubo terminado, más de un millón de judíos
habían sido muertos en el sitio de Jerusalén;
cerca de un millón más habían sido vendidos como
esclavos en todo el imperio, y la totalidad de
Judea yacía en ruinas humeantes, virtualmente
despoblada. Los días de retribución habían llegado
con intensidad horrenda y despiadada. Al romper el
pacto, la santa ciudad se había convertido en la
ramera babilónica; y ahora era un desierto,
"habitación de demonios, guarida de todo espíritu
inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible" (Apocalipsis 18:2).