LA DIVINIDAD DE JESÚS
¿HECHO
HISTÓRICO O MITO RELIGIOSO?
PARTE 3
ROBERT D. BRINSMEAD
ENSAYO DE PASCUA - 2001
En los credos cristianos
del siglo cuarto, se dice que Jesús es "Dios de Dios", la segunda
persona de la Santísima Trinidad. Por lo que concierne al
cristianismo ortodoxo, el bebé del pesebre de Belén era el Creador
del universo.
La divinidad de
Jesucristo ha sido el sine qua non de la fe cristiana.
Cualquiera de las así llamadas iglesias o sectas que no confiese
que Jesús es Dios en el sentido más elevado no puede ser llamada
"cristiana" ni "evangélica". Por siglos, los herejes arrianos
que negaban que Jesús era coeterno con el Padre fueron
condenados, perseguidos y hasta ejecutados por instigación de la
gran iglesia.
A los ojos de la
sociedad cristiana de corriente principal, y durante la mayor
parte de su historia, nadie que negara que Jesús es Dios podría
salvarse, y ni siquiera era apto para vivir.
Cuando el
brillante médico Michael Servetus fue llevado ante los jueces de
la Génova de Calvino, se le pidió que confesara que Jesús era
"el eterno hijo de Dios". Servetus contestó que sólo podía
confesar que Jesús era "el hijo del Dios eterno". Esto no era
suficientemente bueno para los reformadores de Génova. Servetus
fue sentenciado por las autoridades civiles a morir en la
hoguera. Hay que decir a favor de Calvino que quería que la
sentencia se redujese a la ejecución por espada. El piadoso
Farel estuvo presente en la ejecución para ofrecer la oración
oficial por el alma de Servetus antes de que éste fuese
entregado para que muriese horriblemente en un fuego lento y
verde.
Los reformadores protestantes, junto con los teólogos católicos
de la iglesia, y desde los padres de los credos ecuménicos del
siglo cuarto, reconocían que el edificio entero de la religión
cristiana se sostenía o caía sobre la divinidad de Jesús. Como
dice Ian Guthrie, historiador y teólogo jesuita: "Ciertamente,
si uno preguntara cuánto de todo lo que los cristianos han
sostenido más firmemente quedaría intacto si abandonáramos la
idea tradicional de que Jesucristo es Dios, seguramente la
respuesta sería que muy poco, pues tanto la divinidad de Cristo
como la inspiración divina de toda la Escritura son casi las
piedras angulares gemelas sobre las cuales se ha construido y se
ha sostenido la estructura entera del cristianismo durante más o
menos 1,500 años". (The Rise
and Decline of the Christian Empire [El Surgimiento y
la Decadencia del Imperio Cristiano], p. 344).
La doctrina de la deidad de Jesús no apareció súbitamente en la
iglesia. Los eruditos de todas las ramas de la iglesia, ya
fueran conservadores o liberales, por lo general reconocen ahora
que esta doctrina necesitó como 400 años para desarrollarse por
completo. Como dice Karen Armstrong: "La doctrina de que Jesús
había sido Dios en forma humana no se concretó sino en el siglo
cuarto. El desarrollo de la creencia cristiana en la encarnación
fue un proceso gradual y complejo". (A History of God [Una Historia de Dios], p.
98). Luego, se necesitaron otros 400 años antes de que se
estableciera plenamente en toda la cristiandad. Como comenta
Guthrie, "la divinidad de Cristo no fue aceptada universalmente
sino hasta bien entrado el siglo octavo". (Ibid., p. 340).
"La odisea de Jesús de Nazaret de profeta crucificado a
gobernante divino del cosmos es un extraordinario acontecimiento
de la historia intelectual de occidente", escribe Thomas
Sheehan, "y, dado el estado actual de la erudición bíblica, uno
de los mejor documentados". (The
First Coming: How the Kingdom of God Became Christianity
[La Primera Venida: Cómo el Reino de Dios Llegó a Ser el
Cristianismo].
Como propusimos en la Parte 1 de esta serie de ensayos, una de
las mejores maneras de evaluar cualquier interpretación acerca
de Jesús de Nazaret es seguir el rastro de cómo se desarrolló esa interpretación
particular. Esto es lo que proponemos hacer ahora con la
doctrina de la divinidad de Jesús.
Jesús
en el movimiento intrajudío
El movimiento original de Jesús era intrajudío. Jesús de Nazaret
era judío. Y todos sus apóstoles eran judíos. La primera iglesia
de Jerusalén, presidida por Santiago, el hermano de Jesús, se
componía enteramente de judíos palestinos.
Es claro, por el libro de Hechos en el NT, que estos primeros
"cristianos" continuaron teniendo culto con los otros judíos en
la sinagoga. Guardaban el sábado judío, comían alimentos kosher, y circuncidaban a
sus hijos como todos los judíos practicantes. Santiago era
tenido en alta estima por la mayor parte de la comunidad judía,
aunque era el líder reconocido de la primera iglesia en
Jerusalén. Y, como Santiago le recordó a Pablo en la última
visita de éste a Jerusalén como treinta años después de la
muerte de Jesús, el grueso de los conversos a Jesús en
Palestina, "eran todos firmes defensores de la ley", es decir,
las sagradas costumbres de los judíos" (véase Hechos 2:12,
18-22).
Fundamental en las creencias y el culto judíos era su estricto
monoteísmo. Cada acto de culto en cada una de las sinagogas
estaba basado en su sagrado shema:
"Oye Isarael: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es" (Deuteronomio
6:4). Geza Vermes tiene absolutamente toda la razón cuando dice
que "la identificación con Dios por parte de una figura
histórica contemporánea habría sido inconcebible para un judío
palestino del siglo primero de la era cristiana. Esta
identificación no podría haber sido expresada en público, en
presencia de hombres condicionados por siglos de religión
monoteísta bíblica". (Jesus
the Jew, p. 212).
Cuando ponemos la cuestión en un contexto histórico, es
imposible imaginar que los seguidores de Jesús pudieran haber
tenido culto en la sinagoga con otros judíos durante los
siguientes 50 años si los primeros hubiesen estado enseñando que
Jesús era Dios u otra divinidad. Ninguna armonía habría sido
posible en el culto de la sinagoga si los seguidores de Jesús
hubieran sido vistos poniendo en peligro el antiguo shema.
Como lo expresa Michael Morwood, un autor católico
contemporáneo:
"Para los primeros judíos cristianos, habría sido impensable
identificar con Dios ni siquiera al exaltado Jesús de la
post-resurrección. .... El cristianismo no comenzó con la
creencia de que Jesús se identificaba con Dios de la manera en
que el pensamiento trinitario posterior vendría a entenderlo. En
sus comienzos, el movimiento cristiano no se veía a sí mismo
como separado del judaísmo. Esto es significativo porque el
judaísmo no podría de ninguna manera aceptar la idea de que una
persona humana se identificara con Dios ... [en los credos del
siglo cuarto que hablan de Jesús como Dios] estamos bien
alejados del pensamiento cristiano inicial acerca de Jesús aquí.
Es un modelo de pensamiento acerca de Dios con el cual Jesús,
como judío, jamás habría soñado, y muy probablemente, porque era
judío, no habría aceptado". (Tomorrow´s Catholic, pp. 60-63).
Que los primeros cristianos no proclamaron que Jesús es Dios no
es sólo una conclusión extraída de los antecedentes históricos.
Está también apoyada por mucha evidencia directa extraída de los
mismos documentos del NT.
Pedro fue el primer apóstol que proclamó la fe cristiana sobre
la resurrección de Jesús. De acuerdo con el registro del libro
de Hechos, Pedro dijo que Jesús "fue varón aprobado por Dios
entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios
hizo entre vosotros por medio de él". Acusó a algunos de sus
compatriotas de haber participado en su condena y su muerte.
Pedro dijo que, al levantarle a la vida nuevamente, Dios no sólo
revirtió el veredicto humano, sino que "a este Jesús a quien
vosotros crucificásteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo"
(Hechos 2:22-36).
Hay un par de puntos muy cruciales a notar en estos pasajes del
libro de Hechos. Primero, para citar las palabras de Karen
Armstrong: "Pedro no declaró que Jesús era Dios" (Ibid., 107). Segundo, Pedro
expresó por primera vez el punto de vista cristiano de que Jesús
se convirtió en Mesías cuando Dios le levantó de entre los
muertos. Según Hechos 13:32, ésta también era la manera en que
Pablo veía las cosas. Predicaba a los judíos que Jesús fue
"engendrado" o instalado como hijo de Dios - es decir, se
convirtió en Mesías en el día de su resurrección y su exaltación
a la diestra de Dios.
Por consiguiente, en la primera fe y predicación, se creía que
Jesús era un profeta mártir a quien Dios designó para que fuese
el Mesías al resucitarle de entre los muertos. No hay nada en
esta primitiva proclamación cristiana que sugiera que Jesús era
el Creador incógnito o que su muerte era un sacrificio
expiatorio por los pecados del mundo. El camino desde la primera
predicación de Pedro acerca de Jesús en Pentecostés hasta los
credos de la iglesia que declaraban que Jesús era Dios fue un
largo viaje de 400 años. ¡Ciertamente no es legítimo leer el
cristianismo de los credos en la enseñanza de los primeros
apóstoles!
Jesús fue llamado el hijo de
Dios durante toda la era del NT, pero cuándo y cómo se
convirtió en hijo de Dios fue sometido a mucho desarrollo. Pablo
fue el primer escritor del NT. Sus cartas se escribieron entre
veinte y treinta años después de la muerte de Jesús. En su carta
más importante, dirigida a los cristianos de Roma, Pablo dice
que Jesús fue "declarado hijo de Dios por su resurrección de
entre los muertos" (Rom. 1:3; véase también Hechos 13:32). Como
veinte años más tarde, el evangelio de Marcos dijo que Jesús fue
declarado hijo de Dios en el momento de su bautismo en el río
Jordán. Como quince o veinte años después de que se escribió
Marcos, Mateo y Lucas dijeron que Jesús vino a ser hijo de Dios
en el momento de su nacimiento sobrenatural. Luego, por último,
el evangelio de Juan, escrito a finales del siglo, basa la
condición de Jesús como hijo en el Verbo que existía con Dios
antes del inicio del tiempo. Todos estos pasos en la manera de
pensar del cristianismo primitivo representan un desarrollo
durante aproximadamente 70 años pero, como veremos, hasta Juan
se queda bien lejos del Jesús deificado que se desarrolló
durante 400 años y fue expresado en los credos.
Jesús
en los sinópticos y en Hechos
Los así llamados evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas)
nunca hablan de manera que haga borrosa la distinción entre Dios
y Jesús. Los cristianos actuales están demasiado inclinados a
leer estos evangelios a través del lente del cuarto evangelio y
del lente de los credos posteriores y las tradiciones de la
iglesia, pero, como Vermes arguye correctamente en Jesus the Jew [Jesús, el
judío], cualquier lectura honesta de estos tres evangelios en
sus propios términos no revela ninguna evidencia de que ellos
enseñan que Jesús es Dios. ¿Un hombre de Dios como Moisés o
Eliseo? ¡Sí! ¿Pero un hombre-Dios? ¡No!
Además, no hay ni la más ligera sugerencia en estos tres
evangelios del NT de que Jesús pre-existía antes de su
nacimiento sobrenatural. De acuerdo con el relato que Lucas hace
de las cosas, Jesús vino a ser el hijo de Dios como resultado de
su nacimiento sobrenatural (Lucas 1:34, 35). Como dice el bien
conocido erudito del NT, B. F. Wescott: "En los sinópticos no
hay ninguna afirmación directa de la preexistencia de Cristo.
... Ellos no declaran su preexistencia en ninguna parte" (The
Gospel of John, lxxxiv, lxxxvii). Raymond Brown, el bien
conocido teólogo católico, también reconoce que, en los relatos
sobre el nacimiento virginal en Mateo y Lucas, "no hay ninguna
sugerencia de una encarnación por la cual una figura que estaba
anteriormente con Dios hubiese asumido la naturaleza humana
carnal". Mateo y Lucas no muestran ningún conocimiento de la
preexistencia; aparentemente, para ellos, la concepción
fue el comienzo del engendramiento del hijo de Dios". (The Birth
of the Messiah, pp. 141, 31, fn. 7).
Así también en el libro de Hechos, no hay ninguna indicación de
un Cristo preexistente en la presciencia y el consejo de Dios.
Jesús
en Pablo
Todas las partes reconocen que Pablo y el Juan del cuarto
evangelio enseñan una cristología superior o por lo menos más
avanzada. Pero, ¿enseñan hasta estos autores del Nuevo Testmento
que Jesús era Dios? ¿En qué sentido hablan de su preexistencia?
Pablo era un judío de la Diáspora, un helenista que sabía cómo
comunicar el mensaje sobre Jesús a un mundo saturado de la
cultura, la religión y el lenguaje griegos. Sin embargo, a pesar
de todo esto, Pablo nunca se apartó de su estricto monoteísmo
judío. A sus conversos corintios les escribió: "Hay un solo
Dios, el Padre" (1 Corintios 8:6). En su gran epístola a los
romanos, se refiere a la persona de Dios más de 150 veces; sin
embargo, en ningún momento hace borrosa la distinción entre Dios
y su hijo Jesucristo. Por consiguiente, Karen Armstrong está
bastante en lo correcto cuando dice: "Pablo nunca llama 'Dios' a
Jesús. Lo llamó 'hijo de Dios' en su sentido judío; ciertamente
no creía que Jesús había sido la encarnación de Dios mismo. ...
Pablo era demasiado judío como para aceptar la idea de que
Cristo existía como un segundo ser divino además de YHWH desde
toda la eternidad". (A
History of God, pp. 99, 106).
Frances Young concuerda con Armstrong cuando dice: "Pablo ni
llama a Jesús Dios ni lo identifica con Dios en ninguna parte.
Es verdad que hace la obra de Dios; es ciertamente el agente
sobrenatural de Dios que actúa a causa de la iniciativa de
Dios". (The Myth of God
Incarnate, p. 21).
Como judío, Pablo habría estado familiarizado con la bien
conocida tradición rabínica que decía que, desde el principio,
el Mesías había estado oculto en el cielo antes de aparecer en
la tierra. Hasta su nombre era conocido por Dios antes del
principio del tiempo. Pero, cuando presionamos este concepto
judío un poco más, hallamos que la preexistencia del Mesías era
nocional, no real. (Véase de Vermes, Ibid., pp. 129-156). Se decía que había
existido en la voluntad y la presciencia predestinadas de Dios.
En la manera de pensar judía, podía decirse que cualquier cosa
que existiese en los planes y propósitos predestinados de Dios
ya existía en el cielo. Como dijo Pablo: "Dios llama a las cosas
que no existen como si existiesen" (Romanos 4:17). De la misma
manera, quizás el más judío de todos los libros del NT, puede
hablar de que Jesús fue "crucificado desde antes de la fundación
del mundo" (Apocalipsis 13:8). Para un excelente tratamiento de
este significado muy judío de la preexistencia, véase de Anthony
F. Buzzard y Charles F. Hunting, The Doctrine of the Trinity: Christianity´s
Self-Inflicted Wound [La doctrina de la Trinidad: La
Herida Autoinfligida del Cristianismo], pp. 171-214).
Así, dice Karen Armstrong: "Cuando Pablo habla de Jesús como si
éste tuviera alguna clase de vida preexistente, no están
sugiriendo que era una segunda 'persona' divina en el sentido
trinitario posterior. Están indicando que Jesús había
trascendido modos de existencia temporales e individuales.
Puesto que el 'poder' y la 'sabiduría' que él representaba eran
actividades que se derivaban de Dios, en cierto modo expresaba
'lo que era desde el principio'." (A History of God, p. 106.)
Tenemos que recordar que el Nuevo Testamento, no menos que el
Antiguo Testamento, es un libro muy judío. Está sumergido en
expresiones y modos de pensar muy judíos. Con la posible
excepción de Lucas, los autores de cada una de las partes son
todos judíos. Sus ideas sobre la predestinación, la
preordenación y la preexistencia son bastante comprensibles si
se leen en un apropiado contexto judío y del Antiguo Testamento.
Pero surgió un enorme problema cuando, más tarde, cristianos con
antecedentes muy ajenos al judaísmo comenzaron a interpretar
estas cosas de una manera muy ajena al judaísmo. El problema se
volvió aun mayor cuando la gran iglesia, compuesta enteramente
de gentiles, se volvió rabiosamente antisemita y hostil hacia
todo lo que fuera judío, incluyendo hasta el cristianismo judío.
La iglesia perdió el contacto con las formas de pensar judías de
su propio NT. Comenzó a interpretar estos documentos por medio
de sus propios ojos grecolatinos y sus propias formas de pensar
grecolatinas. El cristianismo perdió el contacto con sus raíces
semitas en suelo palestino. Se convirtió en una extraña religión
grecorromana. No sólo se volvió hostil hacia los judíos en
general, sino hacia los cristianos judíos en particular. Aunque
Jesús y los apóstoles eran todos judíos, aunque los autores del
NT eran judíos, y aunque el mensaje sobre Jesús comenzó como un
movimiento intrajudío, los cristianos judíos fueron condenados,
expulsados de la iglesia y perseguidos desde el principio del
siglo segundo.
Todo esto suscita la inquietante pregunta de si el cristianismo
grecolatino era el gran cuco en el nido del movimiento de Jesús
original. La iglesia perdió el contacto con las formas de pensar
judías de su propio NT, ¡y luego procedió a sacar de su propio y
verdadero contexto judío muchos de los dichos del NT! ¿Cómo
podía una iglesia infectada con la rabia del antisemitismo
comprender un libro tan judío como el NT?
Siguiendo la línea de eruditos como J. A. T. Robinson y James
Dunn, en la actualidad más y más eruditos cristianos están
comenzando a preguntar si Pablo enseñó una verdadera
preexistencia de Jesús. Hasta el finado F. F. Bruce, considerado
por muchos como el príncipe de los eruditos evangélicos
conservadores, hizo esta asombrosa afirmación antes de morir:
"Sobre la cuestión de la preexistencia, uno puede por lo menos
aceptar la preexistencia del verbo eterno o la eterna sabiduría
de Dios que (¿quien) encarnó en Jesús. Pero no está muy claro si
cualquier escritor del Nuevo Testamento creía en su existencia
consciente separada como 'segunda persona divina' ... No estoy
tan seguro de si Pablo lo creía así". (De la correspondencia
citada por Anthony F. Buzzard y Charles F. Hunting en The Doctrine of the Trinity,
p. 190).
Aquí no nos ocuparemos de examinar cada una de las afirmaciones
paulinas que se citan como "pruebas" de que el apóstol enseñaba
una real preexistencia de Jesús. No es difícil leer estos
pasajes bajo otra luz cuando se entiende el pensamiento judío
acerca de la predestinación y la preexistencia. Después de
examinar todos estos textos paulinos, hasta el trinitario James
Dunn está convencido de que, fuera del evangelio de Juan, no hay
en el Nuevo Testamento ninguna doctrina de una preexistencia
literal de Jesús. (Christology
in the Making, p. 24).
Sin embargo, lo que define la cuestión es el contexto histórico
de estos controversiales textos paulinos. Sabemos que el hecho
de que Pablo rehusara imponer la observancia de la ley judía a
los conversos gentiles lo llevó a una prolongada y encarnizada
disputa con algunos de los cristianos de Jerusalén. Ahora
sabemos, por documentos judeocristianos del siglo segundo,
algunos desenterrados en Nag Hammadi en 1945-46, que esta
encendida controversia sobre si la ley judía del AT debía ser
observada siguió a Pablo mucho tiempo después de su muerte.
Pero, mientras que estos documentos judeocristianos denuncian a
Pablo vehementemente como enemigo de la ley, no se dice ni una
palabra sobre su alejamiento de un estricto monoteísmo judío. Si
Pablo hubiese estado enseñando que Jesús era Dios o una segunda
persona divina, sus oponentes seguramente habrían resaltado esto
como un repudio blasfemo del shema
judío.
Mirando más adelante, a la historia de la iglesia en los siglos
tercero y cuarto, vemos que el cristianismo se lanzó a una larga
y a veces violenta controversia sobre la cuestión de la
divinidad y la preexistencia de Jesús. La batalla rugió por
cientos de años. Hubo intrigas políticas, manipulaciones del
clero, vergonzosos juegos de poder, levantamientos y a veces
hasta sangrientos disturbios antes de que la doctrina de la
absoluta divinidad de Cristo fuera impuesta universalmente, so
pena de muerte, en toda la cristiandad.
Y mientras todo este conflicto sobre la divinidad de Cristo
tenía lugar en la gran iglesia, los creyentes judíos
desterrados, llamados nazarenos o ebionitas, nunca consideraron
la idea de que Jesús era alguna especie de segunda persona
divina. Hasta el mismo siglo cuarto, encontramos a los ebionitas
aferrándose al libro de Mateo como el único documento válido del
NT. Reclamaban para sí mismos una línea directa de descendencia
desde los apóstoles y la iglesia original en Jerusalén.
El punto que queremos subrayar aquí es que la historia entera
del judeocristianismo, desde sus comienzos con los apóstoles en
la iglesia de Jerusalén hasta su desaparición final en las
arenas del desierto del Medio Oriente como en el siglo quinto,
es un claro testimonio del hecho de que esta importante
corriente del movimiento de Jesús nunca aceptó que Jesús era
Dios.
Jesús
en Juan
Cuando seguimos presionando al NT en busca de un testimonio sin
ambigüedades de la preexistencia y la divinidad de Jesús,el
único candidato que queda en pie para ser considerado es el
evangelio de Juan. Pero aun aquí, debemos preguntar: ¿Fue
también este libro del NT mal entendido al ser leído por medio
de los lentes de los credos cristianos del siglo cuarto?
El evangelio de Juan es ampliamente reconocido como el libro
antijudío más virulento del NT. Refleja la encarnizada
separación entre la sinagoga judía y la iglesia intrajudía que
tuvo lugar entre los años 85-90 AD. Cuando los romanos
destruyeron a Jerusalén y a su templo en el año 70 AD, el
sacerdocio y el culto del templo, tan centrales a la vida y al
culto judíos por siglos, fue barrido también. En esta nueva era
post-templo, el judaísmo se enfrentó a una crisis de identidad y
supervivencia. ¿Encontraría el judaísmo su futuro en un judaísmo
rabínico de reciente surgimiento o en el creciente movimiento de
Jesús dentro del judaísmo? El nuevo judaísmo rabínico reemplazó
la secta del templo convirtiendo a la Torá - la ley judía - en
la cosa central de la identidad judía y el culto de la sinagoga.
Obviamente, los partidarios de Jesús argumentaban que Jesús
había tomado el lugar de la Torá como la principal revelación de
Dios. Esa era la esencia del conflicto entre los partidos
rivales. El judaísmo rabínico prevaleció y comenzó a expulsar de
la sinagoga al grupo partidario de Jesús. El libro de Juan
sugiere que esta división entre la sinagoga y la Iglesia era muy
reciente y muy encarnizada. Sin embargo, a pesar de toda la
hostilidad antijudía, la teología del libro de Juan está inmersa
en formas de pensamiento muy judías.
El cuarto evangelio permanece en considerable tensión con los
tres evangelio sinópticos.
Juan no relata ningún nacimiento virginal, y parece suponer que
Jesús es el hijo biológico de José. En un nivel teológico, Juan
no necesita de un nacimiento virginal puesto que basa la
relación especial de Jesús con Dios en el Verbo que existía con
Dios antes de que el tiempo existiese. Mientras que Marcos,
Mateo y Lucas ven la última cena en términos de una comida de
pascua judía, la última cena de Juan no es ninguna comida de
pascua, pues la pascua judía tuvo lugar la noche del viernes
después de la crucifixión. Los evangelios sinópticos indican que
el ministerio público de Jesús duró sólo como 12 meses. En Juan,
el ministerio público de Jesús dura por lo menos tres
años. Según los sinópticos, Jesús echa a los cambistas de los
recintos del templo sólo horas antes de su arresto y
crucifixión. Juan ubica este incidente del templo tres años
antes - al comienzo del ministerio público de Jesús. Marcos y
Mateo ubican claramente la primera aparición de la resurrección
en Galilea, que está situada como a 10 días de viaje desde
Jerusalén. Juan sitúa las apariciones de la resurrección en y
alrededor de Jerusalén el día de la resurrección. Según Juan,
Jesús da el Espíritu Santo a los discípulos el día de la
resurrección, mientras que, según Lucas/Hechos, esto ocurre el
día de Pentecostés, 50 días más tarde. Según Lucas/Hechos, Jesús
ascendió al cielo 40 días después de la resurrección, mientras
que Juan sitúa la resurrección y la ascensión el mismo día.
Cualquiera puede verificar estas discrepancias por sí mismo
examinando los documentos del NT en unas pocas horas de lectura.
Las diferencias precedentes entre Juan y los sinópticos (y la
lista no es completa en absoluto) son sólo superficiales y de
poca importancia en comparación con los problemas más graves
acerca del hombre que es el centro de todo esto. El retrato de
Jesús que Juan presenta es tan vastamente diferente de los
retratos del hombre que presentan Marcos, Mateo y Lucas que casi
parece que estuvieran hablando de una persona diferente. Por
ejemplo, en los evangelios sinópticos, Jesús es presentado como
un sabio que apenas habla, excepto en parábolas y agudos y
cortos aforismos. Pero el Jesús de Juan no pronuncia una sola
parábola. En los sinópticos, Jesús rehusa dar ninguna señal de
su autoridad. Pero Juan dice que Jesús con frecuencia da señales
de su autoridad. Sin embargo, lo más importante de todo es que
el Jesús de los sinópticos es un hombre modesto que rehusa
firmemente todo título de honor. Ni siquiera quiere que la gente
lo llame rabí, y ciertamente ni siquiera Mesías. Hasta reprende
a un hombre que se dirige a él llamándolo "maestro bueno",
diciéndole: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo hay uno bueno,
Dios". (Mateo 19:17). Modestamente, se llama a sí mismo "hijo
del hombre" - el ser humano, hijo de Adán - que Vermes ha
demostrado que, en la lengua nativa aramea del propio Jesús,
jamás podría ser interpretado como título. Pero, en Juan, Jesús
pronuncia largos monólogos acerca de sí mismo, reclamando para
sí los títulos más asombrosos - "yo soy el pan de vida", "yo soy
la luz del mundo", "yo soy el buen pastor", y muchos más.
En la actualidad, más y más eruditos cristianos, tanto católicos
como protestantes, reconocen que los evangelios sinópticos nos
presentan un relato más histórico de Jesús que el cuarto
evangelio. La presentación de Juan es una reflexión teológica
más bien que un relato histórico de Jesús. Como lo expresa The Oxford Dictionary of the
Christian Church [El Diccionario Oxford de la Iglesia
Cristiana]: "Las diferencias de valor histórico entre el
evangelio de Juan y los sinópticos han sido reconocidas.
Probablemente, el cuarto evangelio no es el informe de un
testigo presencial (Juan, hijo de Zebedeo) ni se ha de
identificar a su autor con el escritor de Apocalipsis ...
[estas] conclusiones son ahora tan ampliamente aceptadas por los
que son aptos para juzgar que son consideradas virtualmente como
seguras". (p. 168).
Dice Guthrie: "El peso de la moderna erudición bíblica tiende a
cuestionar la idea tradicional de que Cristo afirmara alguna vez
ser Dios". (The Rise and
Decline of the Christian Empire, p. 337). Jesús no iba
por allí diciéndole a la gente que era Dios, ni siquiera
pensando que era Dios o Mesías. Habría buenas razones para dudar
de la salud mental de cualquier hombre que hiciera tales
afirmaciones acerca de sí mismo. Marcus Borg sugiere una ley
simple que dice así: "Cualquiera que crea que es el Mesías no es
el Mesías".
El libro de Juan está siendo visto en la actualidad como la
confesión de fe de una comunidad. Esta comunidad de Juan (quién
era él, no lo sabemos realmente) había llegado a ver que la vida
y las enseñanzas de Jesús les reveló a Dios como ninguna otra
cosa lo había hecho jamás. Creían que la Palabra de Dios, la
Sabiduría, la Gracia y la Verdad habían encarnado de manera
singular en esta persona - tal como Pablo había dicho algunos
años antes, "Dios estaba en Cristo". Esta revelación de Dios en
el maestro galileo era para ellos la luz del mundo, el pan de
vida y todas aquellas otras maravillosas figuras de lenguaje
usadas en el libro de Juan.
Todas las cosas que los judíos habían atribuido tradicionalmente
a su Torá - luz, pan, agua, pastor, palabra, verdad, y hasta el
agente por medio del cual Dios hizo el mundo - esta comunidad
ahora las atribuía a la nueva revelación de Dios en Jesús.
Creían que esta revelación de Dios era mayor que la revelación
de Dios dada en la Torá. ¡No es de extrañarse que el judaísmo
rabínico les expulsara de la sinagoga!
El libro de Juan no debería leerse como si Jesús realmente fuera
por allí pronunciando largos monólogos acerca de sí mismo en el
lenguaje del evangelio de Juan. El autor de este evangelio
probablemente quedaría bastante asombrado si cualquiera tomara
tan literalmente su reflexión teológica. Lapide, un erudito
judío contemporáneo, sugiere que el escrito de Juan es como un midrash - una forma de
literatura que crea imaginativos discursos no muy diferentes de
la licencia poética, relatos y dramas parabólicos. Pero el midrash, siendo arte
literario y modo de enseñar judíos, se volvió completamente
extraño e ininteligible para el cristianismo grecolatino. Éste
prefirió leer el libro de Juan literalmente, como si fuese algún
documento legal latino.
Con estas observaciones preliminares, ahora estamos listos para
formular la pregunta: ¿Enseña realmente el cuarto evangelio que
Jesús era Dios? ¿Nos dice este evangelio que Jesús preexistía
eternamente con el Padre?
Más y más eruditos cristianos están llegando a la misma
conclusión que J. A. T. Robinson, que dijo: "La clara evidencia
de Juan es que Jesús rehusó afirmar que era Dios". (Citado en la
obra de Buzzard y Hunting, Doctrine
of the Trinity, p. 173). Hasta el finado F. F. Bruce
admitió poco antes de su muerte que "no está claro" si algún
escritor del NT enseñó realmente la preexistencia y la deidad de
Jesús. ¡Qué asombrosa concesión de un hombre tan ampliamente
considerado el decano de los eruditos evangélicos conservadores!
Si dejamos de leer el evangelio de Juan a través de los ojos de
los credos del siglo cuarto, y comenzamos a leer este creativo
libro del NT con algún grado de sensibilidad hacia sus formas de
pensamiento judías, veremos que el libro no enseña lo que el
cristianismo gentil leyó en él durante siglos.
El cuarto evangelio comienza con un largo prólogo acerca del
Verbo que existía con Dios desde la eternidad. Juan no dice: "En
el principio era Jesús" ni "en el principio era el Hijo", sino
"en el principio era el Verbo". Juan no dice que el Verbo era
Jesús, ni que el Verbo era el hijo de Dios, sino que el Verbo
vino a habitar en Jesús.
La palabra griega logos
tiene un significado mucho más rico del que se nos transmite por
medio de la palabra "Verbo". Logos significa, no sólo Verbo, sino Razón, Pensamiento, Voluntad, Propósito, Consejo,
Plan, Sabiduría, etc. Aunque había mucha especulación
acerca del logos divino en la filosofía griega contemporánea, el
prólogo de Juan tiene mucho más sentido cuando se lee teniendo
como fondo el AT y el pensamiento judío acerca de la Torá. En
ésta se decía que la Torá existía con Dios desde el principio.
Además, el prólogo de Juan refleja la personificación del AT de
la sabiduría como existiendo con Dios desde el principio. (Véase
Proverbios 8).
El énfasis en el prólogo de Juan es que todo comienza con el
Logos divino - el Verbo, el Plan, el Propósito, el Consejo, la
Razón y la Sabiduría de Dios. En la plenitud del tiempo, a la
"gloria" y la "verdad" de este Logos le fue dada una expresión
de carne o humana en la vida de Jesús de Nazaret. El evangelio
de Juan no dice que Jesús preexistía real y conscientemente como
hijo con el Padre. Lo que preexistía en la Voluntad-la
Sabiduría-el Plan-el Pensamiento divinos recibió expresión
visible y audible en carne humana, es decir, en la vida de un
ser humano real.
Sin embargo, en un sentido más profundo, muy judío, el Mesías
escogido de Dios sí preexistía en que existía en el pensamiento
y el propósito de Dios desde el principio. Como señalamos antes
en nuestra discusión sobre el pensamiento de Pablo acerca de la
preexistencia, esta era una forma de pensar bíblica y judía bien
establecida. Porque cualquier cosa que Dios predestine puede
decirse que ya existe. En este sentido, nunca hubo un tiempo en
que Jesús no estuviese cerca de Dios, no fuese amado por Dios ni
escogido por Dios. En esto encontramos el misterio del eterno
Amor que no tiene principio, por cuanto no tiene fin. Aquél a
quien Dios ama, es decir, aquél a quien Dios predestina y conoce
por anticipado, siempre ha existido y nunca dejará de existir
por lo que concierne a Dios. Así, pues, Jesús podría ser
representado como diciendo: "Antes que Abraham fuese, yo soy" u,
orando para que, después de su muerte, Dios le concediera la
gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese. (Juan
17:5).
Lo asombroso de la reflexión teológica de Juan es que él quiere
que la comunidad de los creyentes entienda que ellos también han
preexistido en la gloria de la vida y el amor eterno de Dios.
Así, pues, Jesús es representado como declarando en su oración a
quien él llamó "el único Dios verdadero" (¡cuán cierto en el
monoteísmo judío!): "La gloria que me diste yo se la he dado a
ellos, para que ellos sean uno, así como nosotros somos uno"
(Juan 17:22). Este es el don de amor y vida eterna de Dios que
no tiene principio ni fin. Por lo que concierne a Dios, los que
son amados por Él siempre han existido y nunca dejarán de
existir. Pero esto puede entenderse solamente en el marco de un
estricto monoteísmo judío. No tiene nada del significado de la
reencarnación oriental.
Resumen
de Jesús en la era del NT
En resumen, por la evidencia del NT, tenemos que decir que
ninguno de los autores del NT hace borrosa la distinción
fundamental entre Dios y Jesús hombre. Este punto es bien
presentado por Geza Vermes:
"Ninguno de los evangelios
sinópticos trata de hacer esto. Pablo, el judío de Tarso que
se sentía a gusto en el mundo greco-romano, lo evita. Hasta el
teologizador autor del cuarto evangelio, escribiendo un par de
generaciones más tarde, muestra una comprensible timidez. Un
bien conocido erudito del Nuevo Testamento, contemporáneo pero
de ninguna manera radical, es de opinión que, cuando 'Dios' se
usa ocasionalmente a propósito de Jesús en algunas de las
epístolas del Nuevo Testamento, este uso nunca excede la idea
de Señor exaltado y revelación encarnada.
"No fue sino hasta cuando los
gentiles comenzaron a predicar el evangelio judío a los
pueblos helenizados del Imperio Romano que el titubeo
desapareció y el freno lingüístico fue quitado. Pablo, y aquel
verdadero helenista, el autor de la carta a los Hebreos, se
sienten satisfechos con frases como 'el resplandor de su
gloria y la imagen de su sustancia'. Sin duda, ellos se
habrían abstenido de usar lenguaje como el empleado por el
sirio Ignacio de Antioquia en la primera década del siglo
segundo AD, quien no tuvo dificultades en referirse a Jesús
llamándolo 'nuestro Dios', y 'el Dios que les otorgó tal
sabiduría'.
Si Jesús mismo habría
reaccionado con estupefacción, ira o dolor, nunca podrá
saberse. Sin embargo, una cosa es segura. Cuando más tarde el
cristianismo se dispuso a definir el significado de hijo de
Dios en su Credo, la paráfrasis que produjo - 'Dios de Dios,
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, consubstancial
con el Padre' - halló su inspiración, no en el lenguaje puro y
en las enseñanzas puras del Jesús galileo, ni siquiera en
Pablo, el judío de la Diáspora, sino en la interpretación
cristiana gentil del evangelio, adaptado a la mente del mundo
totalmente extraño del helenismo pagano. (Jesus the Jew, pp. 212,
213).
JESÚS
EN EL ENTORNO GENTIL
La doctrina de que Jesús era Dios en el sentido más elevado sólo
pudo haberse desarrollado en el entorno del cristianismo gentil.
Así, pues, ahora examinaremos el entorno cultural y religioso
del mundo gentil para ver cómo proporcionó un terreno tan
favorable a ideas tan completamente contrarias al monoteísmo
judío del Antiguo Testamento.
Para comenzar, la designación neotestamentaria de Jesús como hijo de Dios tendió a
asumir un significado completamente nuevo en los labios y en el
modo de pensar de los gentiles.
En el AT y en el pensamiento judío, Dios no tenía ni esposa ni
hijo que compartieran su esencia en un sentido ontológico.
Siempre hubo un Dios y Dios era uno. Sin embargo, el término hijo de Dios fue usado
durante todo el AT y en él habla del judaísmo en un sentido adoptivo o metafórico. Un
ejemplo clásico de esto es cuando David fue declarado hijo de
Dios en el día en que fue ungido rey de Israel: "'Tú eres mi
hijo', [dijo Dios], 'yo te engendré hoy'" (Salmos 2:7). En una
interpretación pesha
de este salmo, Pablo lo aplicó a cómo Jesús también vino a ser
hijo de Dios cuando Dios le levantó de entre los muertos y le
ungió como nuevo rey de Israel. (Véase Hechos 13:32).
Acerca del significado judío de hijo de Dios, Vermes dice: "Aunque todo judío
era llamado hijo de Dios, el título vino a ser aplicado
principalmente al hombre justo, y en un sentido muy especial, al
más justo de todos los hombres, el Mesías hijo de David". Jesus the Jew, p. 195.
Karen Armstrong también tiene toda la razón cuando dice:
"Algunas veces, los salmos llamaban a David o al Mesías 'el hijo
de Dios', pero esa era simplemente una manera de expresar su
intimidad con Yahvé. Desde el regreso de Babilonia, nadie
hubiese imaginado que Yahvé tenía realmente un hijo, como las
abominables deidades de los goyim". (A History of God, p. 96).
Hijo
de Dios en el mundo gentil
Cuando nos volvemos al mundo gentil al cual se difundió el
mensaje de Jesús, hijo de Dios significaba algo bien diferente.
En primer lugar, los reyes del mundo antiguo eran con frecuencia
venerados como hijos de Dios divinizados. Se decía que el Faraón
egipcio era hijo de Helios, hijo del sol, no en un sentido
meramente adoptivo ni metafórico, sino en un sentido real,
ontológico. Esto significaba que Faraón era una encarnación del
dios Helios.
Después de que el imperio egipcio se derrumbó y el Faraón
desapareció de la historia, el culto a Helios se mantuvo vivo en
Alejandría. Cuando Alejandro el Grande llegó a Egipto, fue
aclamado por este culto como el nuevo hijo de Dios en la tradición de los antiguos
faraones. Este título divino fue adornado con la leyenda de su
nacimiento de una virgen.
Los sucesores griegos de Alejandro fundaron el imperio seléucida
en Siria, a donde llevaron esta tradición de realeza divina.
Antíoco I asumió el título de Antíoco Soter (Salvador). Antíoco
II se convirtió en Antíoco Theos (Dios). Antíoco III se
autoproclamó Antíoco Magnus (Grande). Y finalmente, aquel gran
azote de los judíos, Antíoco IV, reclamó para sí el nombre de
Antíoco Epífanes (la manifestación de Dios). Así, pues, más o
menos en el año 170 a. C., se dijo que uno de los grandes
carniceros de los judíos en la historia era una manifestación de
Dios mismo. Esta era una versión griega de la encarnación,
siglos antes de que los cristianos reclamaran algo similar para
Cristo Jesús.
El título divino, hijo de
Dios, fue trasladado a los gobernantes romanos. Era
fama que los legendarios fundadores de Roma, Rómulo y Remo,
habían nacido de una virgen como 'hijos de Dios'. También lo
eran los grandes césares de Roma, Julio y Augusto. En las mismas
monedas que Jesús y sus discípulos manejaban aparecía una imagen
de César bajo la cual estaba la inscripción divi filius (hijo de Dios). Las cartas
dirigidas a los césares a menudo llevaban la salutación
introductoria "Mi Señor y mi Dios" ...".
Cuando Jesús comenzó a ser proclamado como hijo de Dios o rey ungido
(Mesías) en todo el mundo greco-romano, habría sido difícil, si
no casi imposible, no comenzar a torcer el significado de esto
para adaptarlo a la profundamente arraigada cultura gentil. En
el relato de la natividad de Lucas, escrito cerca del fin del
siglo primero, no debe pasarse por alto el punto de que Jesús,
no sólo nació durante el reinado del más importante César de
Roma, sino que Lucas hábilmente sugiere que este niño en el
pesebre es el rey rival de otro imperio - el imperio de Dios. La
expectativa de que naciera de una virgen habría sido abrumadora.
Los
dioses que mueren y resucitan
Luego está el asunto de otros hijos de Dios que se pensaba eran
la progenie de los dioses. A menudo, los dioses de este mundo
antiguo bajaban a embarazar a alguna mujer escogida. Por
ejemplo, el padre de los dioses griegos, Zeus, engendró
aproximadamente cien hijos con una variedad de mujeres, la mayor
parte de las cuales se decía que eran vírgenes. Los más famosos
de estos dioses nacidos de vírgenes fueron Aquiles, Demetrio,
Heracles, Apolo, Dionisio, Esculapio. Las leyendas sobre ellos
habían sido influidas por las leyendas más antiguas de Osiris de
Egipto, Atis de Siria, Mitra de Persia, y Tamuz de Babilonia.
Este gran panteón de hombres divinos, la mayoría de ellos
nacidos de una virgen, eran también lo que muchos eruditos
llaman los "dioses que mueren y resucitan" de la antigua
mitología. Siempre los estaban matando. La mayoría de ellos
sufrían y morían como Heracles, o de alguna manera desaparecían
por un tiempo, sólo para reaparecer nuevamente o ser resucitados
de la muerte para convertirse en algún tipo de divinidad en el
mundo superior.
Estas divinidades que morían y resucitaban en Egipto, Babilonia,
Persia, Siria, y Grecia dieron lugar a un gran número de
"religiones de misterio" que florecieron por todo el mundo de
habla griega en la época de Pablo. Cada ciudad tenía su
divinidad patrona y religión de misterio. En la religión de
misterio clásica, el adorador entraba en una especie de unión
mística con su divinidad escogida - Dionisio, Heracles, Sandon,
Mitra etc. - al comer una comida sagrada y experimentar alguna
clase de bautismo. Por medio de esta unión mística, el adorador
participaba del sufrimiento, la muerte y la exaltación de su
héroe. (Los dioses griegos eran llamados héroes, de la palabra
griega eros, que
significa amor).
Cuando Celcus, el crítico pagano del cristianismo del siglo
segundo, se quejó de que los cristianos obviamente habían
copiado y duplicado estos ritos paganos, Justino, el más grande
apólogo cristiano de la época, reconoció libremente que estaba
ocurriendo alguna clase de imitación. Una explicación que
Justino ofreció fue la de que el diablo entró primero y comenzó
a imitar y a apropiarse de la religión cristiana antes de que se
iniciara en el mundo. En otras ocasiones, Justino admitió que
era correcto que lo mejor de la revelación pagana fuera tomada
prestada e incorporada en la revelación cristiana.
Convirtiendo
a los hombres en dioses
Hay un rasgo más del mundo gentil que es muy relevante para el
desarrollo de la divinidad de Jesús. La época en que estas ideas
se desarrollaron era de una asombrosa credulidad religiosa. Se
creía que hombres que parecían desusadamente talentosos, fueran
gobernantes como Augusto, sanadores como Esculapio, o filósofos
como Platón, habían sido dotados de sus dones por un nacimiento
sobrenatural. Mientras que los judíos habían sido condicionados
durante siglos de monoteísmo a no adorar a ningún hombre como
Dios, los gentiles parecían demasiado listos a aclamar como dios
a algún gobernante, guerrero, sanador o atleta. He aquí tres
incidentes registrados en el libro de Hechos del NT que ilustran
esta proclividad gentil.
1. "Y un día señalado, Herodes, vestido con ropas reales,
se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba,
gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! (Hechos 12:21:22).
2. "Entonces la gente [de Listra], visto lo que Pablo
había hecho [sanar a un cojo], alzó la voz, diciendo en lengua
licaónica: "Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a
nosotros". Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio,
porque éste era el que llevaba la palabra. Y el sacerdote de
Júpiter, cuyo templo estaba frente a la ciudad, trajo toros y
guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la
muchedumbre quería ofrecer sacrificios [a Bernabé y a Pablo].
(Hechos 14:11-13).
3. "Los naturales [de Malta] nos trataron con no poca
humanidad; porque encendiendo un fuego, nos recibieron a todos,
a causa de la lluvia que caía, y del frío. Entonces, habiendo
recogido Pablo algunas ramas secas, las echó al fuego; y una
víbora, huyendo del calor, se le prendió de la mano. Cuando los
naturales vieron la víbora colgando de su mano, se decían unos a
otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado
del mar, la justicia no deja vivir. Pero él, sacudiendo la
víbora en el fuego, ningún daño padeció. Ellos estaban esperando
que él se hinchase, o cayese muerto de repente; mas habiendo
esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, cambiaron de
parecer y dijeron que era un dios". (Hechos 28:1-6).
(Para un relato más detallado y muy fascinante de este mundo
gentil griego de héroes y dioses nacidos de vírgenes, y cómo
influyeron estas cosas en el desarrollo del cristianismo, véase
de Gregory J. Riley, One
Jesus, Many Christs [Un Jesús, Muchos Cristos]).
En resumen, la anterior evidencia histórica indica que el
terreno gentil al que el cristianismo fue transplantado de su
suelo judío original era enteramente favorable y hasta
prejuiciado a favor de la transformación de Jesús de un humilde
maestro galileo a una especie de divinidad. Todos los obstáculos
que impedían este desarrollo fueron quitados cuando todo rastro
del cristianismo judío fue echado fuera o purgado de una Iglesia
puramente gentil.
El
triunfo de Atanasio
En el siglo segundo, Justino el apólogo y Tertuliano, padre del
cristianismo latino, comenzaron a enseñar una preexistencia real
y consciente de Jesús. Sin embargo, aun entonces, su Cristo era
una divinidad creada según las líneas de lo que más tarde vino a
ser el modelo arriano. En el siglo tercero, encontramos al
obispo de Antioquia, Pablo Samosata, oponiendo alguna
resistencia a la tendencia popular. Decía que Jesús era
simplemente un hombre en el cual habitaban el Verbo y la
Sabiduría de Dios como en un templo. Pero la corriente ya se
movía demasiado rápidamente hacia convertir a Jesús en Dios, así
que la teología de Pablo Samosata fue condenada por un sínodo en
Antioquia en el año 246 AD. En el siglo cuarto, se cruzó la
barrera final cuando una divinidad creada según la enseñanza de
Arrio fue rechazada en favor del Cristo plenamente divino de
Atanasio. Sin embargo, la encarnizada guerra teológica no
terminó con estos dos protagonistas porque la ortodoxia de
Atanasio no fue universalmente aceptada en toda la cristiandad
sino hasta bien entrado el siglo octavo.
El debate sobre la divinidad de Jesús fue ganado realmente
cuando Atanasio apeló a una premisa central que fue aceptada por
todas las partes. La redención fue definida en términos de
deshacer las consecuencias de la caída de Adán. Atanasio
razonaba que sólo Dios mismo podría hacer expiación por el
pecado de Adán contra una majestad infinita, y que sólo Dios
podía tender un puente sobre el abismo infinito entre el hombre
y Dios. Atanasio razonaba que, si a Cristo le faltaba un paso
para ser Dios en el sentido más elevado - como en la teología
rival de Arrio - esto nos dejaría sin una efectiva redención.
Por consiguiente, Atanasio luchó a favor de esta posición, por
medios correctos y a veces por medios incorrectos, como si la
integridad del mensaje cristiano y la salvación del mundo entero
dependieran de ello.
La victoria de la ortodoxia no se consiguió mediante el debate
razonado solamente. La Iglesia nunca fue una institución
democrática, ni siquiera una institución en la cual el laicato
desempeñara un papel significativo. La definición de ortodoxia y
herejía fue trabajada y decidida por la élite que ostentaba el
poder. Los obispos combatían sobre el cuerpo de Jesús como
gansos belicosos, y a menudo, los problemas se dilucidaban por
medio del gran garrote del poder político. La ortodoxia no
emergió de este conflicto sin algo de sangre en las manos y el
olor de la corrupción política en las ropas.
(Como lectura adicional, se recomienda el muy concluyente relato
de estas cosas por Richard E. Rubinstein en una nueva
publicación llamada When
Jesus Became God - The Struggle to Define Christianity During
the Last Days of Rome [Cuando Jesús se convirtió en
Dios - La lucha para definir el cristianismo durante los últimos
días de Roma].
Si en la actualidad aceptáramos las mismas premisas mitológicas
y religiosas acerca de la caída del hombre como las aceptaban
los clérigos del tiempo de Atanasio, entonces el Credo de
Atanasio todavía podría ser convincente. Sobre esta base,
podríamos proceder a desestimar cualquier cosa que se aparte de
la ortodoxia, como el arrianismo - o el sebelianismo, el
nestorianismo, el adopcionismo, el modalismo o cualesquiera
otros términos que los antiguos concilios usaran para desechar
cualquier punto de vista que discrepara con la ortodoxia. Pero,
de acuerdo con un punto de vista moderno y científico, esta
premisa entera sobre la cual Atanasio construyó este Cristo
divino se ha vuelto insostenible.
Al hacer de la caída el punto de partida o la premisa de su modo
de pensar acerca de Cristo, la Iglesia ha cargado a la humanidad
con la culpa por introducir en el mundo todo el sufrimiento
humano y toda la muerte - además de la terrible misoginia sobre
la premisa de que todo comenzó cuando Eva tentó a Adán en el
paraíso. De todas maneras, todo sufrimiento temporal y toda la
muerte eran vistos como alguna especie de juicio divino por el
pecado de Adán, y que esto es un mero pago inicial de la
condenación eterna. ¡Qué terrible blasfemia contra la humanidad,
por no decir nada de su terrible representación de Dios! Sin
embargo, como hemos señalado, ésta era la visión mundial sobre
la cual Atanasio y la Iglesia cristiana construyeron su
argumento final y decisivo para la divinidad absoluta de Cristo.
EL
JESÚS HISTÓRICO
La evidencia más decisiva contra la divinidad de Cristo reposa
en las enseñanzas del Jesús histórico mismo. Todo lo que
enseñaba se resumía en lo que él seguía llamando "el reino de
Dios". Éste era el tema de sus parábolas y aforismos - aquellos
memorables dichos de una sola línea. El reino de Dios, siempre
en sus labios, era su obsesión y su pasión, su perla de gran
precio, el tesoro escondido en el campo por cuyo gozo estaba
dispuesto a dar todo lo que tenía, incluyendo su vida.
Su propia familia creía que
estaba "fuera de sí", los escribas pensaban que estaba
"poseído", y otros lo declaraban "loco". ... El reino era su
locura. Lo celebraba con cualquiera que estuviera dispuesto
a juntarse con él a la mesa; declaraba a todos libres en
su nombre, violaba todas las reglas que se interponían en su
camino, y finalmente dio su vida por él - o más bien, dio su
vida para salvar la única cosa por la cual vivía.
(Thomas Sheehan, The First Coming: How the Kingdom of God Became
Christianity. Bajo el capítulo The Kingdom of God).
La predicación cristiana posterior convirtió a Jesús mismo en el
mensaje. Pero es asombroso que, en todas las enseñanzas de Jesús
sobre el reino de Dios (que resume todo lo que enseñó) no se
dice nada, absolutamente nada, que haga de él mismo el tema de
su enseñanza. Jesús no reclamó para sí ningún título, ni se
presentó como el objeto de la fe. En todas sus enseñanzas sobre
el reino de Dios, no califica ni siquiera como problema
secundario junto con el tema principal. Por eso, el consenso
erudito de la actualidad es que Jesús no se consideraba a sí
mismo Dios, y mucho menos iba por allí diciendo que era Dios.
Cuando el asunto se pone en su contexto histórico, la mera
sugerencia de que podría haber hecho esas afirmaciones carece de
toda credibilidad.
Las enseñanzas de Jesús sobre el reino de Dios eran realmente
bastante singulares. Eran diferentes de las de cualquiera de sus
contemporáneos. No sonaban para nada parecidas a las enseñanzas
subsiguientes de sus seguidores. Ellos convirtieron al mensajero
en el mensaje y al iconoclasta en el ícono.
Los credos de la Iglesia no tienen absolutamente nada que decir
sobre la enseñanza central de Jesús sobre el reino de Dios. Si
usted tuviera la nariz de un perro labrador, no podría hallar en
ninguno de los credos ni el más débil rastro del tema del "reino
de Dios", del que hablaba Jesús. Todo lo que los credos dicen
acerca del Jesús histórico podría escribirse en una estampilla
de correos con un gran pedazo de tiza. Esto indica que el Cristo
de los credos se ha convertido en un invento mítico que no tiene
ninguna base real en el Jesús de la historia. Peor, el invento
mítico y el hombre histórico son mutuamente excluyentes -
¡totalmente incompatibles!
Esto suscita algunas preguntas muy inquietantes sobre la posible
identidad del anticristo - si es que se le ha de dar alguna
realidad a esta figura mítica. Aparentemente, Pedro fue el
primer apóstol en identificar positiva y públicamente a Jesús
como el Mesías. Fue en el día de Pentecostés cuando hizo el
alarmante anuncio de que Dios había hecho a Jesús su Mesías al
resucitarle de entre los muertos (Hechos 2). Dos autores del NT
advierten a los primeros cristianos acerca del peligro real de
abrazar a "otro Jesús" que es llamado el "anticristo". En un
lugar se dice que sería un hombre que "se sienta en el templo de
Dios afirmando ser Dios" (2 Tesalonicenses 2:4).
Un
reino ya presente
En la enseñanza de Jesús, el reino de Dios era algo que ya había
llegado. Se decía que estaba "en vosotros", "entre vosotros" y
"difundido sobre la faz de la tierra". (Luc. 17:20-21; 11:20; y
en el Evangelio de Tomás (113:1-4), que fue descubierto en 1945.
No todos podían ver este reino, sin embargo, pues era como el
tesoro escondido en un campo, la semilla esparcida o la levadura
oculta en la masa. (Mateo 13:33, 44; Lucas 8:5).
Según Jesús veía las cosas, la llegada y la presencia del reino
de Dios en medio de la situación humana era algo que debía
celebrarse con cualquiera que quisiera acompañarle a la mesa.
Rehusaba ayunar siguiendo la costumbre religiosa de su tiempo, y
adquirió la reputación, al menos en algunos lugares, de ser
"glotón y borracho".
Las enseñanzas de Jesús acerca de un reino silencioso y oculto
que ya había llegado discrepaba totalmente con el modo de pensar
y la visión mundial del judaísmo contemporáneo. En primer lugar,
el pensamiento apocalíptico del reino de Dios en términos de una
irrupción súbita y violenta en la historia de un reino
"celestial". En un poderoso acto de coerción omnipotente, el
mundo llegaría a su fin por medio del fuego. Los justos
("nosotros") serían rescatados y los impíos ("ellos") serían
destruidos. En esa era, todos estaban de puntillas, esperando
ver señales y portentos que indicasen que este reino estaba a
punto de llegar.
La enseñanza apocalíptica se basaba en la posición de que Dios
se relacionaba con este mundo de una manera muy episódica y milagrosa. Por ejemplo, el
mito de la creación/caída era tomado muy literalmente y jugaba
un papel muy fundacional en la apocalíptica. Así como Dios
pondría fin al mundo y resolvería todos los problemas humanos
súbitamente como si se tratara de ondear una varita mágica, la
apocalíptica pensaba que, al principio de la historia, Dios
había creado, instantánea y milagrosamente, un hombre y una
mujer perfectos, y luego los puso en un paraíso igualmente
perfecto.
La apocalíptica no tenía ningún aprecio por cómo el desarrollo
de un lenguaje, una cultura y un carácter humanos requeriría una
enorme cantidad de tiempo si el producto final habría de ser
verdaderamente humano. ¡Ni Dios pudo construir a Roma en un día!
¡Si va a haber una comunidad humana, ni Dios puede apresurarse,
interferir ni crear atajos para el proceso!
La apocalíptica describía a Israel como representando la caída
de Adán. Cuando Israel desobedeció la ley, fue expulsado de
Palestina del mismo modo que Adán fue expulsado del paraíso. En
respuesta al pecado de Adán y el repetido fracaso de Israel en
obedecer la ley, Dios huyó de la tierra, se retiró a su alto
cielo como un Soberano distanciado, y cerró las puertas. Las
naciones gentiles fueron dejadas para que se dedicaran al
pillaje y pisotearan la tierra como bestias salvajes (véase
Daniel 7). En la apocalíptica, Dios estaba esencialmente ausente
del mundo. Como un soberano muy distante y alejado, manifestaría
su presencia en la tierra sólo por medio de la ley, los ángeles
y las observancias religiosas. En muy limitados episodios, sin embargo, se
pensaba que él se revelaría - aunque eso era mayormente en la
historia pasada o en una era por venir. En presencia de este
desaliento histórico, la única esperanza real era un fin
apocalíptico de la historia.
Este trasfondo apocalíptico sólo sirvió para hacer aun más
impresionante el contraste de "las buenas nuevas del reino" de
Jesús. Jesús insistía en que la llegada del reino de Dios en
medio de la situación humana no estaba acompañada por ninguna
señal ni demostración externa. Esta clase de enseñanza habría
sido un escándalo en los círculos judíos, ¡como si alguien hoy
día les dijera a los cristianos que no hay ninguna segunda
venida!
(La mejor obra para recuperar este Jesús no apocalíptico se
halla en las publicaciones de Robert Funk, Roy Hoover, John
Dominic Crossan, Marcus Borg, Robert Miller, Stephen Patterson y
otros eruditos del Seminario de Jesús. Pero el capítulo de
Thomas Sheehan sobre The Kingdom of God in the First Coming: How
the Kingdom of God Became Christianity [El reino de Dios en la
primera venida: Cómo el reino de Dios se convirtió en el
cristianismo] sobresale como una joya brillante).
El
reino de Dios como la presencia de Abba Padre
Algunos eruditos interpretan el término "reino de Dios" como el
"gobierno de Dios". Hablando lingüísticamente, eso puede ser
correcto, pero es susceptible de conducir a confusión. Porque,
en su enseñanza, Jesús describe a Dios como el Abba (papito)
Padre, no como un Soberano distanciado. No hablaba de Dios
en términos del antiguo modelo monárquico. En su lugar, Jesús
tenía esta manera audaz, casi blasfema, de hablar de Dios en
términos del afecto más íntimo y familiar. Le ponía a Dios un
rostro muy humano.
Así, pues, en vez de interpretar el reino de Dios como el
gobierno de Dios, como si fuera el de un monarca celestial,
deberíamos entender que Jesús quiere decir la
presencia de su supremamente humano Abba Padre.
Sin embargo, no es correcto decir que la enseñanza de Jesús era
enteramente nueva. A diferencia de la apocalíptica judía, los
grandes profetas del AT también creían que el reino de Dios era
una realidad presente y que la historia era la escena de la
presencia de Dios, no la de su ausencia. Hay hasta pasajes que
hablan elocuentemente del cuidado paternal y hasta maternal por
la humanidad, especialmente a favor de los oprimidos. Los
profetas no tenían ninguna teología de la caída y el retiro de
Dios del mundo. En el espíritu de los profetas del AT, Jesús
envolvió en frescura y poder la enseñanza de ellos acerca de la
presencia esencial de Dios en el mundo y su cuidado por la
humanidad.
En su enseñanza del reino - la amante presencia del Abba Padre -
Jesús tampoco tenía nada que decir acerca de la caída, mucho
menos una enseñanza acerca de un Dios ofendido que se había
retirado de la tierra a su alto cielo y había cerrado la puerta.
Y a diferencia de los credos cristianos y los teólogos, Jesús no
tenía nada que decir acerca de algún gran abismo entre la
humanidad y el Abba Padre sobre el cual era necesario tender un
puente. ¡Ni un poquito! Por lo que concernía a Jesús, Dios nunca
se fue, y nunca necesitó que nadie abriera la cerradura de la
puerta para dar a la familia humana libre acceso a su persencia.
Thomas Sheehan resume brillantemente el significado del reino de
Dios como lo presentaba Jesús:
Dios, como Dios, se había
identificado, sin reservas, con su pueblo. El reino de Dios
significa la encarnación de Dios. Esta orientación enteramente
humana del Padre - la presencia amante, encarnada, del hasta
ahora distante Soberano - marcaba la radical novedad del
mensaje de Jesús acerca del reino de Dios. El reino no era
algo separado de Dios, como un estado de bienestar espiritual
que un benigno monarca celestial podría establecer para sus
fieles súbditos. Tampoco era ninguna forma de religión. El
reino de Dios era el Padre mismo entregado a su pueblo. Era un
nuevo orden de cosas en el que Dios echó su suerte
irrevocablemente con los seres humanos y escogió la relación
con ellos como la única definición de sí mismo. De ahora en
adelante, Dios era uno con la humanidad ... (ibid).
Esta es la razón de por qué Jesús siempre hablaba del reino de
Dios en términos muy del mundo, no en términos religiosos.
Presentaba el reino o la presencia del Abba Padre en relatos o
dichos sobre personas muy ordinarias que hacían cosas muy
ordinarias - un samaritano que ayudaba a un hombre herido a un
lado del camino, un padre que daba la bienvenida a su hijo
derrochador como si éste no hubiese hecho nada malo, un corazón
amable que ofrecía un vaso de agua fría, un acreedor que
generosamente perdonaba una deuda, un dador que no esperaba nada
a cambio; en resumen, en personas ordinarias que hacían cosas
muy humanas a favor de personas muy humanas. Allí es donde se
manifestaba la presencia de Dios - en personas que eran
verdaderamente humanas las unas con las otras, ayudando a la
gente y dejándose ayudar por personas de maneras muy mundanas.
Jesús se llamaba a sí mismo el hijo del hombre. Esto no era un
título. Simplemente significaba hijo de Adán, el ser humano, este hombre, sólo humano,
etc. En vista de ello, este parecía un nombre modesto, hasta
rebajante, para dárselo a uno mismo. La suya era una época en
que cada grupo de personas quería sacralizar su identidad como
especial y poor encima de la muchedumbre común de la humanidad.
Pero Jesús sabía que había una dignidad y una autoridad en ser
verdaderamente humano que era mayor que cualquier título que
cualquier sistema religioso o político pudiera invocar.
Ser humano es "la imagen y semejanza de Dios" (Génesis 2:28;
Salmos 8:5-8). "Dios es espíritu", dijo Jesús, y como el
espíritu de Abba Padre, no tiene manos, ni voz ni rostro. Las
manos, la voz, o el rostro humanos son las únicas manos, la
única voz o el único rostro que Dios tendrá jamás en este mundo;
y el prójimo, ya sea que esté enfermo o sano, sea pobre o rico,
tenga hambre o esté bien alimentado, contento o triste, es la
única presencia que Dios tiene en este mundo. De aquí que, para
parafrasear las palabras de Jesús en el Sermón del Monte:
"Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un
monte ... Vosotros sois la sal de la tierra ... Dejadme ver
buenas obras [vuestras simples acciones de ser humanos] de tal
manera que otros vendrán a ver cómo es vuestro Abba Padre".
Dios
revelado sólo en y por medio de la humanidad
Esto significa que toda búsqueda y toda pretensión de conocer a
Dios-en-sí-mismo es una ilusión religiosa. Porque
Dios-en-sí-mismo es impenetrable, inimaginable, incomprensible,
inconcebible, inescrutable, incognoscible y, como los hebreos
solían decir acerca de su nombre, impronunciable.
La carga religiosa de tratar de invocar a Dios-en-sí-mismo es
una carga aplastante que la humanidad nunca ha podido llevar. La
devoción a este Dios incognoscible, abstracto, allí afuera o
allí arriba ha enloquecido a la gente lo bastante como para
resentir, descuidar, abusar, odiar, perseguir y masacrar a
millones de personas. No hay en la tierra ninguna violencia tan
perversa como la violencia religiosa.
Cuando Jesús reemplazó la devoción a un Dios-en-sí-mismo por una
devoción a un Dios-con-la-humanidad, fundió en uno solo los dos
grandes mandamientos de la ley - amor a Dios y amor al prójimo.
Ahora no hay ningún mandamiento mayor que el amor al prójimo. La
llamada "regla de oro" "es la ley y los profetas".
Esto explica la misteriosa ausencia de cualquier énfasis en el
llamado "mayor" o "primer" gran mandamiento en las enseñanzas de
Jesús. Antes que repetir los cansados y antiguos clichés
religiosos sobre poner a Dios en primer lugar, Jesús hasta dijo
que deberíamos poner la reconciliación con nuestro hermano antes
que el culto a Dios. Como lo expresa Sheehan:
De aquí en adelante, según el
profeta de Galilea, el Padre no había de ser hallado en un
cielo distante sino enteramente identificado con la causa de
los hombres y las mujeres. La doctrina de Jesús sobre el reino
significaba que Dios se había encarnado: Se había derramado,
había desaparecido en la humanidad y no podía ser hallado en
ninguna otra parte excepto allí ... La doctrina del reino
significaba que, de aquí en adelante y para siempre, Dios
estaría presente sólo en y como el prójimo de cada uno. Jesús
disolvió las extravagantes especulaciones de la escatología
apocalíptica en el llamado a la justicia y la caridad. (Ibid).
La idea de que hay alguna especie de autoridad vertical allí
afuera o allí arriba que tiene prioridad por encima del amor al
prójimo ha causado más divisiones, odios, y derramamiento de
sangre que cualquier otra cosa en la historia de la humanidad.
Esto fue lo que llevó a Saulo de Tarso a perseguir a los
primeros cristianos. Esto fue lo que hizo que la Iglesia
desterrara o quemara a judíos y herejes. Llevó a Calvino a
ejecutar a Servetus y a los puritanos a flagelar a los
cuáqueros. Todavía lleva a los extremistas religiosos de
nuestros días a quemar, bombardear, o acribillar a otros por
devoción a un Dios que tiene prioridad por encima de la
humanidad. Pero, al fundir los dos grandes mandamientos en
uno sólo, Jesús puso el hacha a la raíz de todos los actos de
inhumanidad inspirados en la religión.
Un
acceso a Dios sin intermediarios
En la enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios, cada uno sin
distinción puede tener acceso al Abba Padre sin intermediario.
No hay ninguna necesidad de sacerdotes, gurús, padres,
sacrificios, ritos, ni siquiera de Jesús mismo, para tender un
puente sobre algún abismo entre Dios y su pueblo. Ningún abismo
existió jamás y ningún mediador se necesitó jamás.
Por supuesto, es verdad que la Iglesia puso a Jesús en el centro
de las cosas como el eslabón esencial entre Dios y el hombre,
pero, al hacerlo, perdió por completo la visión de Jesús sobre
el reino y estableció la religión nuevamente con su acceso a
Dios a través de un intermediario. Pero Jesús ni siquiera
hablaba de la salvación en el sentido cristiano. Según él veía
las cosas, la humanidad nunca ha existido fuera del abrazo
salvador de Dios. Siempre estaba diciendo: "No temáis", "por
nada estéis ansiosos", "no temáis al que puede matar el cuerpo",
porque el Abba Padre está con vosotros y en vosotros - en
vuestro trabajar, vuestro amar, jugar, comer, beber; en vuestro
éxito y en el fracaso, el sufrimiento y la muerte. Él está más
cerca de vosotros que vuestras manos y vuestros pies, y aun más
cerca que vuestro respirar y el latir de vuestro corazón. Su
cuidado por nosotros va más allá de la alborada de la primera
conciencia humana misma, hasta la profundidad de un amor eterno
que planeó para esta humanidad emergente en los eternos consejos
de Dios. Nunca hubo un tiempo en que nosotros no existiésemos ni
habrá un tiempo en que dejaremos de existir en el corazón del
Abba Padre.
Era esta visión decidida y clara del reino lo que hacía que este
galileo descalzo e itinerante le pareciera tan excéntrico,
poseído y fuera de sentido hasta a su propia familia, incluyendo
a su madre. ¿De qué otro modo podríamos explicar algunos de sus
más escandalosos dichos de una sola línea que parecían expresar
una tan temeraria indiferencia por los vínculos de familia o por
un prudente planeamiento financiero - afirmaciones como "dejad
que los muertos entierren a sus muertos", "odia a tu padre y a
tu madre y también tu propia vida"; "vende lo que tienes y
regálalo"; "id descalzos y no llevéis ni ropas ni bolsas de
dinero para vuestro viaje"; "dad a todo el que os pida y no
esperéis que se os lo devuelva", etc. Como observó un escritor
bien perceptivo, es mucho más fácil convertirlo en una divinidad
venerada que tratar de tomar demasiado en serio su dura
perspectiva de la vida. ¡Eso es lo que hicieron también los
seguidores de Zoroastro y Buda!
El fin
de la religión
Todos estos rasgos de las enseñanzas de Jesús se resumen en lo
que puede llamarse el fin y la abolición de la religión. ¡La
mayor ironía es que se diga que el mayor iconoclasta religioso
de todos ellos es el fundador de una nueva religión! ¡O que se
convirtió en objeto de devoción religiosa! Esto es como hacer de
Adam Smith el santo patrono del estado comunista. Como dice
Robert Funk, fundador del Seminario Jesús:
"Cuando se menciona el nombre
de Jesús, se supone que el tema es "religión". Pero, en
realidad, puede decirse que el Jesús del cual captamos
vistazos en los evangelios ha sido irreligioso, irreverente e
impío. Como Paul Tillich observó una vez: La primera palabra
que pronunció fue contra la religión en su forma habitual;
porque era indiferente a la práctica formal de la religión, se
dice que había profanado el templo, el sábado, y violado las
leyes de pureza de su propio legado; y lo más importante de
todo, hablaba del reino de Dios en términos profanos - es
decir, no religiosos ... Por consiguiente, la inauguración de
un sacerdocio y un clero parece contraria a los deseos de
Jesús" (Honest to Jesus, p. 302).
Sheehan, otro erudito del Seminario Jesús, dice:
Su proclamación marcó la
muerte de la religión y el Dios de la religión, y saludó el
principio de la experiencia post-religiosa: la abdicación de
"Dios" en favor de su oculta presencia entre los seres humanos
... Y cuando Dios llega a escena, Jesús pareció decir: Todos
los intermediarios, incluyendo la religión misma, están hechos
pedazos. ¿Quién los necesita? ¡El Padre está aquí!
(Ibid. capítulo sobre El Reino de Dios [The Kingdom of God]).
LA
VISIÓN DE JESÚS ACERCA DEL REINO, PERDIDA: LA RELIGIÓN,
REESTABLECIDA
La ruptura entre las enseñanzas de Jesús sobre el reino de Dios
y la predicación de hasta sus seguidores inmediatos es tan clara
como asombrosa.
El evangelio del reino predicado por Jesús era acerca de
Dios-con-el-hombre, Dios encarnado en la totalidad de la
humanidad, Dios en y con mi prójimo ¡en esta tierra aquí y ahora!
Esto significa Dios presente en lo que parece el embrollo, la
confusión y la pecaminosidad de una humanidad que emerge en este
histórico proceso. Significa Dios como el espíritu ubicuo y como
"la voz suave y apacible" - que impulsa e inspira a una
humanidad en desarrollo hacia la semejanza y la imagen de Dios -
no por coerción, no en grandiosos episodios de intervención,
sino como el espíritu de persuasión, leudando este fermento
humano para que sea verdaderamente humano como era el propósito
que el hombre fuese.
La Iglesia Cristiana también proclamaba un mensaje de
Dios-con-el-hombre. Este era Dios encarnado en sólo un hombre a
su propia mano derecha en el cielo. ¡Dios estuvo con el hombre
sólo en el cielo! Estuvo con este hombre sólo por un fugaz
momento en esta tierra, pero era un hombre nacido de una virgen
(el catolicismo dice que fue una virgen concebida
inmaculadamente), y un hombre cuya perfección absolutamente sin
pecado era igual a la justicia infinita de Dios. Este hombre ya
no está en esta tierra, sino que ha sido retirado al cielo.
Aquí nos encontramos nuevamente con este Dios de la
apocalíptica, retirado-de-esta-tierra-a-su-alto-cielo. Cuando se
combina esto con la doctrina agustiniana del pecado original,
este es un Dios que está tan elevado y separado de esta tierra
que no podría siquiera tocar la humanidad pecadora con una vara
desinfectada. Está con un hombre en el cielo, este hombre mítico
de los credos que ha sido despojado de contenido histórico y de
su enseñanza sobre el reino de Dios. Se dice que este hombre
mítico es Dios mismo. Cualquier verdadera humanidad es consumida
y aborbida por su divinidad. Así, pues, esta teología cristiana
de Dios-con-el-hombre en el cielo es Dios-consigo-mismo en el
cielo.
Se dice que este Dios de la apocalíptica, distante,
retirado-a-su-alto-cielo, que-cierra-la-puerta, transmite su
presencia sólo por medio del Jesús divino, más la intercesión de
María y los santos (en la tradición católica) y por medio de los
sacramentos y los ministerios sacerdotales y clericales de la
Iglesia - fuera de los cuales, según la ortodoxia cristiana,
nadie se puede salvar. Por consiguiente, lo que tenemos en la
enseñanza de la Iglesia es un regreso a la religión y a la
apocalíptica. Para citar a Sheehan nuevamente:
Jesús se había librado de la
religión y el apocalipsis al transformar la esperanza en
caridad y al refundir la escatología como liberación actual.
Pero sus discípulos redirigieron su atención hacia un futuro
fantástico y, de ese modo, reinstalaron a Jesús en la religión
que éste había dejado atrás. Rehicieron la presencia de
Dios-entre-los-hombres como la
presencia-de-Dios-que-habría-de-venir, y eventualmente como
Jesús mismo. De allí en adelante, la relación de uno con Dios
(del cual Jesús ya había dicho que estaba presente) fue
determinada por la relación de uno con Jesús (del cual los
discípulos ahora decian que estaba ausente temporalmente).
Ibid, capítulo sobre The Apocalyptic Judge [El Juez
Apocalíptico]).
Sheehan también subraya el punto de que, mientras más los
discípulos elevaban la posición de Jesús, más se alejaban de sus
enseñanzas sobre el reino.
El regreso a la religión es ilustrado por el retorno de la
Iglesia a la práctica del ayuno. A comienzos del siglo segundo,
el ayuno se convirtió en un ejercicio riguroso y monótono que
puso a la sombra al ayuno judío por su mórbida flagelación del
cuerpo. Jesús había rehusado ayunar porque, como decía: "Los
hijos del esposo no pueden ayunar mientras el esposo está con
ellos". En esta parábola, Jesús no se refiere a sí mismo. Usó
una figura de lenguaje familiar en el AT en la cual se dice que
Dios era el esposo de Israel. Lo que Jesús quiso decir
claramente era esto: ¿Cómo podemos ayunar cuando la presencia
del Abba Padre está aquí? Pero los autores del NT no sólo
convirtieron a Jesús en el esposo figurado, sino que pusieron en
su boca las isguientes palabras para justificar su regreso a la
religión: "Vendrán días cuando el esposo les será quitado, y
entonces ayunarán". (Mateo 9:15). ¡El ayuno era un acto de duelo
por una ausencia real!
La religión y la apocalíptica son intentos humanos de habérselas
con la completa falta de esperanza causada por la ausencia de
Dios, no su presencia. El apocalipsis cristiano hace este
revelador reconocimiento cuando dice que, en el futuro, no se
necesitará ningún templo para la práctica de la religión, cuando
Dios venga finalmente a habitar entre su pueblo plenamente
restaurado y libre de pecado. (Véase Apocalipsis 21:3, 22). Pero
toda esta existencia sin religión es trasladada desde el
presente, como en la enseñanza de Jesús, hasta el futuro, como
en el apocalipsis cristiano.
En la enseñanza de Jesús, Dios habita con la humanidad
imperfecta, emergente, en el aquí y ahora. Pero, según la
enseñanza cristiana, Dios habitará con los salvados sólo después
de que toda su humana suciedad haya sido lavada. Esto refleja a
un padre distante que besa y abraza al niño sólo después de que
la nana le haya cambiado los pañales, lavado la nariz mocosa, y
lo haya hecho aceptable con perfume. En la teología cristiana,
ninguna humanidad mortal podría osar aproximarse a la terrible
presencia de la infinita majestad de Dios aparte de todas las
provisiones mediatorias de la religión cristiana. La absoluta
pieza central de esta mediación religiosa es la divinidad de
Jesús.
LOS
FRUTOS DE LA DIVINIDAD DE JESÚS
Habiendo seguido la pista a la historia de cómo se desarrolló la
doctrina de la divinidad de Jesús, necesitamos examinar los
frutos de esta doctrina. James Madison, uno de los padres
fundadores de la nación estadounidense, no fue demasiado
halagüeño acerca de los frutos de la religión cristiana.
"Durante casi quince siglos,
el establecimiento legal conocido como el cristianismo ha
estado bajo juicio. ¿Y cuáles han sido los frutos, más o
menos, en todos los lugares? Éstos son los frutos: orgullo,
indolencia, ignorancia y arrogancia en el clero. Ignorancia,
arrogancia y servilismo en el laicato. Y tanto en clero como
en el laicato, superstición, fanatismo y persecución".
El cristianismo ha sido culpable de crímenes sistemáticos y
sostenidos de enormes proporciones contra la humanidad. Cuando
se examina esta dolorosa evidencia, a veces se sugiere que estos
crímenes contra la humanidad fueron el resultado de haberse
apartado del verdadero cristianismo. Pero, por el contrario,
necesitamos ver que estos males eran la expresión del auténtico
cristianismo, cuyo corazón era el mito de la divinidad de Jesús.
Una vez que la Iglesia asumió la posición de que la totalidad de
la inagotable realidad de Dios se había manifestado en un solo
ser humano, el cristianismo se convirtió en la más exclusiva
secta de salvación que este mundo había visto jamás. La Iglesia
se convirtió en el único custodio de los tesoros celestiales.
Todas las otras religiones fuera del cristianismo habían ser
contadas como oscuridad, superstición e ignorancia.
En nuestra moderna Global Village, los clérigos están tratando
de reinterpretar esta histórica exclusividad cristiana para
hacerla sonar menos arrogante y menos ofensiva para los no
cristianos; pero no es realmente posible exorcizar este
exclusivo elemento de la tradición cristiana mientras permanezca
la columna central de la divinidad de Jesús. Cuando la Iglesia
elevó a Jesús a la categoría de Dios, fue empalada en el poste
de su propio status especial. Esta exclusividad cristiana - de
que no hay verdad salvadora fuera del cristianismo - es una
carga de la que muchos cristianos pensantes les gustaría
deshacerse. Huele a ser un mal vecino. Es esencialmente
inhumano. Rosemary Ruether lo llama "un enorme y absurdo
chauvinismo religioso". Y discrepa totalmente tanto con el
espíritu como con la enseñanza del Jesús histórico.
Al afirmar que la revelación total de Dios se hallaba sólo en un
hombre, la Iglesia no pudo evitar convertirse en el sistema de
religión más totalitario que el mundo haya visto jamás.
Para ser fiel a su propia confesión, la Iglesia tuvo que
reclamar para su religión la verdad total y lealtad total.
El paso siguiente fue hacer cumplir estos reclamos con un
reinado de aplastante intolerancia religiosa y persecución. Si
la Iglesia estaba en posesión de la exclusiva y total revelación
de Dios en su Hombre divino, ¿por qué debería tolerar
cualesquiera discernimientos rivales de los misterios de Dios o
la condición humana?
En lugar de transmitir el mensaje de Jesús sobre el reino, la
Iglesia convirtió al mensajero en el mensaje. Aunque a aquéllos
que creían en sus siempre expansivas afirmaciones acerca de
Jesús se les prometía salvación para la vida eterna, se decía
que los que no hacían los ruidos correctos acerca del status de
Jesús estaban condenados y era merecedores del castigo divino.
Hasta Pablo fue arastrado por este pensamiento apocalíptico
cuando dijo que su Jesús vendría en fuego ardiente para tomar
venganza de aquéllos que no obedecieran su evangelio (2
Tesalonicenses 1:8). Sin embargo, esta afirmación es mansa
cuando se la compara con los sanguinarios ayes, las plagas y los
tormentos que el libro de Apocalipsis amontona sobre cualquiera
que esté fuera de la pequeña secta cristiana.
La historia de Jonás en el AT parece ilustrar la ley de que, los
que comienzan declarando que ciertas personas van a ser
castigadas, terminarán teniendo la esperanza y hasta exigiendo
que sean castigadas. El libro de Apocalipsis, que describe la
secta cristiana regocijándose en los castigos divinos aplicados
a sus oponentes, es un excelente ejemplo de esta ley en
funcionamiento. El rasgo más objetable del mensaje cristiano
desde el mismo comienzo fue su tendencia a engatusar y amenazar
a la gente para que creyera sus afirmaciones acerca de Jesús. El
fin lógico de esta clase de chantaje intelectual era el
bandidaje físico para hacer cumplir la fe. A su debido tiempo,
los tornillos intelectuales eran seguidos por los tornillos
verdaderos de la Inquisición.
La doctrina de que Jesús es Dios no sólo es una doctrina
cristiana entre muchas. Es el corazón y la esencia del
cristianismo hasta el punto de que todo lo demás es sólo un
corolario de ese punto central. Ya hemos visto que esta
enseñanza cristiana central no se estableció plenamente sino
hasta que fue defendida por Atanasio en el siglo IV. La batalla
por la divinidad de Jesús no fue ganada sin enormes conflictos,
intrigas políticas y hasta algún derramamiento de sangre. Pero,
aun entonces, muchos de los reinos bárbaros que se asentaron en
el Imperio Romano Occidental continuaron siendo arrianos y
resistieron el credo ortodoxo. Está más allá del alcance de este
bosquejo seguir el rastro al conflicto que continuó hasta que la
divinidad de Jesús fue aceptada universalmente en el siglo
octavo. Esta victoria de la ortodoxia cristiana fue ganada más
por el filo de la espada que por persuasión intelectual. En
muchos casos, el obispo ortodoxo convertía a una princesa o
reina, las mujeres entonces ganaban al gobernante de un reino
bárbaro, y luego el gobernante hacía cumplir la adhesión a la
divinidad de Jesús a filo de espada.
Habiendo obtenido el apoyo del poder político, la Iglesia se
dispuso a destruir sistemáticamente la literatura, el saber, el
arte, la medicina, la ciencia y la cultura del mundo pagano,
todo lo cual era juzgado como demoníaco. Hay también razón para
sospechar que la Iglesia estaba ansiosa por sepultar la
evidencia de cuán extensamente había tomado prestadas muchas de
sus ideas y prácticas del mundo pagano.
Fueron esta exclusividad cristiana, este totalitarismo y esta
intolerancia religiosa los que desempeñaron un papel
significativoal comienzo de la Edad Media. Aunque el mundo
islámico mantuvo viva la erudición, creó universidades y
hospitales, y hasta otorgó libertad religiosa en gran medida a
judíos y cristianos en países bajo su jurisdicción, la Europa
cristiana se aferró a su Jesús divino y suprimió despiadadamente
el espíritu humano.
El autor católico Walbert Buhlmann (God´s Chosen Peoples) lamenta que la religión
cristiana haya derramado más sangre que cualquier religión
rival. El principal punto de conflicto en todo este
derramamiento de sangre, ya fuera de judíos, musulmanes, o
disidentes dentro de sus propias filas, era la divinidad de
Jesús. La persecución sistemática de los judíos era la política
oficial de la Iglesia pero, por orden de Agustín, siempre se
detenía cuando estaba a punto de convertirse en genocidio. Decía
que el sufrimiento del pueblo judío era ser testimonio de de su
rechazo de la divinidad de Jesús. En cuanto a los disidentes que
cuestionaban la absoluta dvinidad de Jesús desde dentro de la
cristiandad, fue política oficial de la Iglesia por siglos
desterrarlos o quemarlos.
Ni siquiera los reformadores abandonaron esta política, como lo
demostró Calvino cuando hizo ejecutar a Servetus en la hoguera.
En Inglaterra, un joven estudiante de nombre Lambert hizo
algunas preguntas sobre la doctrina de la Trinidad. El arzobispo
Cranmer, uno de los padres de la Reforma inglesa, firmó el
decreto para que el estudiante fuera ejecutado en la hoguera. El
joven se arrepintió, pero fue considerado como fuera del alcance
de la misericordia, por lo menos en esta vida. En respuesta a
las dudas acerca de quemar a un joven estudiante en la hoguera,
Cranmer expresó la opinión de que ser quemado en la hoguera no
era una manera tan mala de morir. No fue sino mucho tiempo
después de esto que el partido católico recuperó el poder en
Inglaterra bajo el corto reinado de Mary, "la sanguinaria".
Cranmer recibió un trago de su propia medicina cuando él también
fue quemado vivo en la hoguera.
Cuando los cruzados cristianos invadieron la Tierra Santa,
quedaron perplejos al descubrir un paraíso en la tierra. Bajo el
gobierno del Islam, se les permitía libertad religiosa a judíos,
cristianos y musulmanes y tenían permiso para vivir felices
juntos en una región que prosperaba más allá de los sueños más
extravagantes de la Europa cristiana. Pero, inspirados por la
locura religiosa de la lealtad a su divino Jesús, los cristianos
saquearon pueblos, masacrando a musulmanes, judíos, y cristianos
que, a menudo, no se podían distinguir unos de otros. Pero, como
decían los cruzados cristianos, "¡Dios sabrá la diferencia!".
Ni católicos ni protestantes parecían reconocer que siglos de
brutal intolerancia religiosa eran desesperadamente inhumanos.
El triunfo en favor de la tolerancia religiosa fue
mayormente el fruto del Siglo de las Luces, la era de la ciencia
y el triunfo de las democracias liberales. En muchos casos, las
modernas potencias seculares intervinieron para impedir que los
conflictos religiosos degenerasen en persecución y derramamiento
de sangre. Pero, sobre todo, era la emergente conciencia humana
la que juzgaba que la intolerancia religiosa era totalmente
inhumana y totalmente inaceptable.
Observamos antes que la noción de un Dios-en-sí-mismo, allá
afuera o allá arriba, combinada con la idea de que la devoción a
esta clase de Dios debía tener prioridad por encima de toda
consideración humana, es la idea más peligrosa y destructiva que
jamás se haya difundido en este planeta. Encendidos con la
devoción religiosa por su Dios abstracto, no hay nada que los
seres humanos no hagan para deshumanizarse y aplastarse los unos
a los otros. El cristianismo ha demostrado que no es ninguna
excepción cuando se trata de violencia inspirada en la religión.
En Indonesia en este momento, cristianos y musulmanes se hacen
pedazos unos a otros hasta matarse en nombre de su Dios.
En las sectas cristianas pequeñas, hasta los pacifistas que no
quieren participar en ninguna forma de derramiento de sangre
como militares, los miembros que se salen de la línea son
evitados, vapuleados emocionalmente y sometidos a toda clase de
tratamientos inhumanos, especialmente si la divinidad de Jesús
es cuestionada. Los papas de estas pequeñas sectas cristianas
son mucho más despóticos que el gran papa de Roma. Las sectas
religiosas tienden a ser pocilgas para la supresión y el control
del espíritu humano. Sin embargo, las condiciones son tolerables
cuando los miembros no toman su religión demasiado en serio.
Como dijo en son de burla una vez el historiador protestante
Marty Marty: "Los cristianos comprometidos no son educados y los
cristianos educados no están comprometidos".
El tratamiento inhumano de los disidentes, en nombre del Jesús
divino, se extiende al mundo de la erudición cristiana. Un caso
que lo ilustra es el de los insultos vitriólicos que actualmente
se amontonan contra los eruditos del Seminario Jesús cuyo único crimen es que están
haciendo sus mejores esfuerzos para recuperar al Jesús
histórico. Como dijo un miembro del Seminario en una reciente
publicación:
"... algunos críticos del
Seminario lo denuncian con lenguaje rencoroso y a veces
venenoso. La polémica retórica de estos críticos es la más fea
con la que me he encontrado jamás en escritos eruditos. La
suposición operativa de estos eruditos y de los comités
editoriales que aprueban sus escritos para ser publicados es
que es apropiado no sólo atacar las ideas del oponente sino
también insultarlos personalmente, impugnar su honestidad
intelectual, y hasta sus compromisos religiosos. Quizás estoy
más triste que otros por estos insultos verbales porque
pertenezco al grupo al cual están dirigidos". (Robert
J. Miller, The Jesus Seminar and its Critics, pp. 76-77).
El punto que reclama atención aquí es que el cristianismo ha
derramado ríos de sangre y hecho daño a multitud de personas a
causa del status de Jesús, pero nunca a causa de sus enseñanzas.
Nadie podría jamás sentirse motivado a perseguir ni a injuriar a
su prójimo por seguir lo que el Jesús histórico dijo o hizo. No
sería posible que nadie hiciera estas cosas brutales a sus
prójimos si creyera que las enseñanzas del Jesús histórico
acerca de Dios están presentes sólo en y con el prójimo - y no
hace ninguna diferencia si ese prójimo es judío, musulmán,
hereje, ateo o cualquier clase de "pecador". El Dios del Jesús
histórico estaba igualmente presente en todos y para toda la
humanidad sin distinción.
Sería negligencia de parte nuestra no reconocer libremente que
el espíritu del Jesús histórico recibió a menudo expresión
dentro del movimiento cristiano. Porque, a pesar de su teología,
la Iglesia sí dio testimonio del Jesús histórico en su NT, y
esto siempre ha inspirado un vasto número de obras humanitarias
llevadas a cabo dentro de la Iglesia. Saludamos gustosamente la
expresión de este espíritu humano en las vidas de pesonas como
San Francisco, Abelardo, John Milton, William Wilberforce, Madre
Teresa e incontables otros dedicados a dar expresión a un
verdadero espíritu humano.
Además del espíritu de exclusividad, totalitarismo, intolerancia
y persecución que ha marcado tanto de la historia cristiana, hay
un gran número de prácticas inhumanas que, no sólo fueron
sancionadas por la Iglesia, sino defendidas vigorosamente por
siglos. Nos referimos al apoyo, por la Iglesia, de la
institución de la esclavitud hasta tiempos muy modernos, una
actitud hacia las mujeres que iba desde la subordinación hasta
la patente misoginia de los padres de la Iglesia, la supresión
de los derechos civiles, el apoyo a los derechos divinos de los
reyes por encima de las libertades democráticas, la supremacía
europea y el craso racismo, el patrocinio estatal de las
instituciones de la Iglesia y la obligatoriedad de las
enseñanzas cristianas en el resto de la sociedad, oposición al
conocimiento científico y resistencia al Siglo de las Luces y la
moderna erudición bíblica - para mencionar sólo algunas cosas
inhumanas. (Véase de John Hicks, Non-Absoluteness of Christianity, pp. 17-30).
Si la divinidad de Jesús era la Luz brillante que alumbraba en
lugar oscuro, como ha sostenido siempre la religión cristiana,
¿cómo fue que todas estas prácticas inhumanas prosperaron en
presencia de esta gran Luz? ¿O era esta Luz tan celestial que no
tenía ninguna utilidad en la tierra?
El movimiento cristiano no puede ni siquiera afirmar que fue el
primero en preconizar la liberación humana en ninguna de las
áreas antes mencionadas. Muy a menudo, la Iglesia se resistió al
progreso y arrastró los pies en nombre de alguna clase de
lealtad a su Jesús divino y la Biblia. Por lo general, fueron la
influencia del Siglo de las Luces, la edad de la ciencia, o el
humanismo liberal los que abrieron el camino para estas reformas
humanas. O quizás podríamos decir que fue una conciencia humana
emergente que trabajaba en el mundo en general lo que hizo que
hasta la Iglesia ajustara sua prácticas para ponerlas más a tono
con una conciencia humana de avanzada. El ímpetu a favor del
cambio ciertamente no procedió de la teología de la Iglesia.
Hay que preguntar si había una relación entre la teología de la
Iglesia centrada en la divinidad de Jesús y estas prácticas
inhumanas. ¡Por supuesto que había una conexión! Las prácticas
inhumanas eran el fruto de su teología inhumana. Si el
movimiento cristiano cree que puede cambiar sus prácticas en
tantas áreas sin cambiar su teología, está podando las copas de
los árboles pero dejando las raíces.
Al final del día, la divinidad de Jesús debe ser juzgada por su
historia y sus frutos.
UN
EPÍLOGO SOBRE LA MODERNA VISIÓN MUNDIAL
Las enseñanzas de Jesús sobre el reino de Dios encajan muy
cómodamente con una visión mundial moderna y científica. En la
visión mundial moderna, tenemos una humanidad emergente, una
conciencia humana en desarrollo en un universo de enormes
dimensiones espacio/tiempo. Todas las ramas del conocimiento
humano, ya sea en las ciencias físicas, humanas o históricas,
apuntan en la dirección de una humanidad emergente, no en la de
una creación súbita. Ahora sabemos que millones de años antes de
que el primer hombre caminara en la tierra, ocurría suficiente
vida y muerte aquí para crear ríos de combustible fósil para
nuestras necesidades actuales. La muerte siempre ha jugado un
papel vital en el desarrollo de todas las especies vivientes.
En las enseñanzas de Jesús, se decía que el reino de Dios
operaba en el mundo como la levadura oculta en la masa o como
una planta de mostaza cuya semilla es tan ubicua que no puede
ser erradicada. Estas imágenes también sugieren el proceso de
una humanidad emergente.
La imaginación religiosa sobre la caída del hombre y un Dios
ofendido que se retira al cielo están completamente fuera de
lugar en una cosmología moderna. (¿Tiene sentido siquiera un cielo allí arriba en el
contexto de una cosmología científica?) También está
completamente fuera de lugar en la visión de Jesús acerca del
reino. A diferencia de sus contemporáneos, él no creía que la
gente se enfermaba o moría como resultado del pecado de alguien
ahora o en el pasado. Su Dios nunca pidió rescate por este mundo
a causa de ningún error humano en el pasado o en el presente. Lo
que era importante para él no eran los pecados que la gente
había cometido - nunca les pidió que se arrepintieran a causa de
ello - sino si aceptaban la escandalosa generosidad de la
presencia perdonadora del Abba Padre entre ellos.
Las personas con una visión mundial esclarecida y moderna ya no
aceptan la proposición de que Dios sólo habla con un grupo de
personas en el mundo entero - al principio los judíos y luego la
Iglesia. La afirmación de que la religión cristiana es la única
religión verdadera por medio de la cual Dios pude actuar, o que
sólo la Iglesia tiene las llaves del reino es descartada
actualmente como una pieza de tontería sectaria de mente
estrecha. Y con razón, porque esta es una era en la que ha
habido gran progreso en importantes problemas humanos como la no
discriminación con respecto a razas, igualdad de géneros,
tolerancia religiosa, derechos humanos, conciencia ambiental y
justicia para los que están en desventaja. Esta conciencia
humana emergente no está limitada a la Iglesia ni a ningún grupo
de personas, sino que está difundida sobre la faz de la tierra
como el reino de Dios del que hablaba Jesús.
La Iglesia debería dejar de tratar de hacer que la gente se
sienta culpable por no ser religiosa. Ser religioso y ser humano
no es la misma cosa. Los profetas del AT no eran grandes
fanáticos de la escena religiosa en sus días, y Jesús continuó
desde donde ellos se habían detenido. Quitó toda distinción
entre el mundo sagrado y el mundo secular. Todo, hasta el reino
de Dios, fue hecho para ser secular. Pero, al mismo tiempo, veía
todo en el mundo "saturado con la presencia de la divinidad"
(Morwood). El Jesús de la historia se sienta bastante
cómodamente con la visión mundial post-religiosa.
A la luz de las enseñanzas de Jesús sobre Dios-con-el-hombre en
esta tierra en el aquí y ahora, necesitamos redefinir el
significado de un verdadero "creyente". Puesto que Jesús nunca
se presentó como objeto de fe, mucho menos quiso convertirse en
la sustancia del evangelio, podemos pensar en abandonar la
enseñanza de la Iglesia sobre "la fe en Jesús". Puede que ésta
sea la idea que la Iglesia tiene del evangelio, aun en tiempos
del NT, pero no era la idea de Jesús acerca del contenido del
evangelio. Y si también hemos de abandonar la fe en el
Dios-en-sí-mismo allí arriba o allí afuera, también debemos
llegar a la conclusión de que Dios no va a molestarse con nadie
que llegue a la conclusión de que este Dios de la religión es
increíble. Si el Dios que se nos ha dejado es el Dios que está
en y con nuestro prójimo, entonces la fe en la humanidad y el
amor al prójimo es el único encuentro con Dios que es posible,
no importa cuál manija uno trate de colocarle a esa estupenda
realidad. Nadie podría decirlo mejor que este pasaje del NT: "El
que vive en amor, vive en Dios y Dios vive en él". (1 Juan
4:16).