LOS
PELIGROS DEL PERFECCIONISMO
Rodney Nelson
El debate sobre el perfeccionismo en la
vida cristiana ha persistido durante toda la historia cristiana.
Tales esfuerzos han sido muchos y variados, con diferentes
énfasis. La manera de entender el perfeccionismo que se
discutirá en este artículo es la de perfeccionismo sin pecado.
Esta posición proclama que es, no solamente posible, sino
necesario, alcanzar una existencia en que el creyente cristiano
no comete pecado ni de pensamiento ni de acción. Este punto de
vista, pues, es absoluto en su aplicación a la vida cristiana.
Se citan muchos textos bíblicos para corroborar esta posición,
siendo uno de ellos Mateo 5:48: "Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto".
Podría hacerse mucha exégesis para mostrar las falsas
afirmaciones e interpretaciones de los proponentes del
perfeccionismo sin pecado. Sin embargo, para los fines de este
artículo, será suficiente un breve resumen de cómo entiende el
perfeccionismo el Nuevo Testamento. ¿Cuál es el énfasis en el
Nuevo Testamento sobre el perfeccionismo? ¿Cuál es la meta que
se desea? Primero, la palabra inglesa consecuente que puede
significar lo mismo que perfecto cuando se traduce del griego es
"completo". Afirmar que Dios desea que su pueblo sea completo y
que no carezca de nada (Sant. 1:4) es ciertamente bíblico. Pero,
asegurar que ser completo es ser absolutamente sin pecado no es
el énfasis del pensamiento bíblico. Insistir que esto es así es
afirmar algo que la Escritura declara que es imposible. 1 Juan
1:8-10 dice:
Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros. Sin confesamos nuestros pecados, él es fiel y
justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad. Si decimos que no tenemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Irónicamente, Juan escribe esto para que
los que le escuchan no pequen (2:1). Además, la cláusula en 2:1:
"pero si alguno pecare" implica que ciertamente habrá pecados
que perdonar. En estos pasajes, Juan está afirmando que los
individuos siempre necesitarán perdón y que este hecho es de una
duración perpetua. El hombre siempre será pecador, así que el
perdón siempre estará disponible.
La manera en que el Nuevo Testamento entiende la perfección es
que cada cristiano debe buscar madurez y plenitud en su
desarrollo espiritual como meta, y que el pecado puede ser y
será vencido en la vida cristiana, pero no hasta el punto de no
necesitar perdón nunca.
Entonces, el énfasis bíblico en la perfección no implica
perfección absoluta, sino un carácter sin mancha que es moral y
espiritualmente íntegro en relación con Dios. Se establece la
meta de la madurez espiritual, y el creyente es responsable de
hacer un uso sincero y adecuado de los recursos espirituales
disponibles a través de Cristo para alcanzar esta madurez en
comunidad con Cristo y la comunidad cristiana. (R.E.O.White, Evangelical
Dictionary of Theology, artículo "Perfection,
Perfectionism", pp. 839-840).
Después de este
corto discurso sobre cómo entiende la perfección la Biblia,
¿cuáles son las principales debilidades del perfeccionismo sin
pecado desde el punto de vista teológico y práctico? Como lo
indica el estudio precedente, la perfección no es una palabra
sucia que debe ser evitada. Sin embargo, una errónea comprensión
de este concepto, que el resumen anterior trata de evitar,
conducirá a una terrible aplicación. El patrón de pensamiento
del perfeccionismo sin pecado revela varias falsas suposiciones
y varios falsos conceptos que apuntan al corazón de la teología
y la práctica de la salvación cristiana. A continuación,
presentamos una discusión de algunos de estos falsos conceptos,
no necesariamente en orden de importancia.
Primero, el perfeccionismo sin pecado implica por
necesidad que algún grado de desempeño y esfuerzo meritorio es
vital para la perfección espiritual de la persona. Esto
significa que algún mérito redentor se encuentra en el desempeño
de las buenas obras y la santidad del carácter. El problema
central con este hecho, aparte de que es legalismo, es que
presupone que suplementa la gracia, o favor inmerecido, con
algún grado de logro o esfuerzo humano. Si la salvación se
obtiene incondicionalmente mediante el favor y el mérito divino,
entonces el perfeccionismo sin pecado implica ciertamente una
deficiencia en la capacidad de Dios para salvar a la humanidad
independientemente del esfuerzo humano. Entonces, el esfuerzo
humano es visto como un componente legítimo de la obra de gracia
de Dios en la existencia humana. Sin embargo, tal posición es
insostenible cuando uno cae en cuenta de que todo lo que un ser
humano hace se origina en la gracia. Nuestra capacidad decisoria
es un don de Dios. La fe es un don de Dios. Por lo tanto, lo que
un cristiano es y hace tiene sus raíces en la gracia. No hay
lugar para exaltar el esfuerzo humano cuando, para comenzar, ese
esfuerzo se basa en la gracia. ¿Dónde entra el esfuerzo humano?
Dios nos ha dado a usted y a mí la capacidad de servirle. El
pecado ha vuelto a la humanidad incapaz de servirle completa y
justamente. La vida cristiana es de continuo servicio a Dios, lo
cual resulta progresivamente en victoria sobre el pecado y la
tentación. Por lo tanto, el esfuerzo y el desempeño humano sólo
es meritorio hasta donde el hombre reconozca que el mérito no se
encuentra en el desempeño, sino más bien en el reconocimiento de
que el desempeño se deriva de la gracia, que en sí misma es un
don de Dios. Mientras la gente no reconozca que la gracia
comienza y termina en la existencia humana, la gente continuará
insistiendo en que lo que hace necesita alguna respuesta de
parte de Dios, como si Él esperase que el esfuerzo humano fuese
un ingrediente vital de su gracia.
Segundo, el perfeccionismo sin pecado
condiciona la justicia imputada de Cristo a la plenitud de la
justicia impartida. La teología cristiana relativa a la
salvación se centra en la verdad de que la justicia imputada de
Cristo toma el lugar de la injusticia humana para que el
individuo sea justo delante de Dios. Así, ante Dios, el esfuerzo
humano no tiene ninguna importancia por lo que concierne a
merecer la salvación. ¿Por qué? Porque el hombre es incapaz de
alcanzar lo que es otorgado sólo por Dios. Sin embargo, Dios no
da sólo un don parcial. Así como la justicia imputada existe
fuera del hombre, la justicia se le concede al hombre para que
ese individuo alcance la justicia durante su existencia aquí en
la tierra. Por esta razón, la salvación se alcanza por medio de
la obra de Cristo en favor de la humanidad, y la salvación es
asignada a un individuo existencialmente por medio del Espíritu
Santo.
El perfeccionismo sin pecado le da vuelta a esto al insistir en
que la justicia impartida por medio del Espíritu Santo, que
resulta en buenas obras, de alguna manera condiciona la
perfección de la obra de Cristo. Lo hace al rehusar la todo
suficiencia del sacrificio de Cristo en la cruz para hacer a una
persona aceptable a Cristo cien por ciento. El resultado es que
lo que Dios está haciendo en una persona para restaurar su
imagen es esencial a la obra de Cristo en favor del hombre. El
error aquí consiste en que no se reconoce que lo que ocurre en
una persona por medio del Espíritu Santo está condicionado por y
depende de lo que Cristo hizo fuera de nuestra existencia.
Calificar o condicionar la justicia imputada a la justicia
impartida es insistir en que la impartición afecta la
imputación, y así, lo que ocurre en el hombre califica para
mérito de justicia. Más bien, es al revés. Lo que se ha obtenido
por medio de Cristo al declarar todos los pecados abolidos y a
todos los hombres justos en Sí mismo ha hecho posible que toda
la humanidad llegue a ser lo que ya es en Cristo Jesús. Sin
embargo, no todos los hombres llegarán a serlo porque, al
insistir en su propia autonomía y su propio valor, niegan la
todo suficiencia de la obra de Cristo en su favor.
Tercero, el perfeccionismo sin pecado supone una poco realista
alta estima de la naturaleza humana, lo cual, en efecto, niega
la naturaleza pecaminosa inherente en el hombre y su continua
presencia en la vida cristiana. Esta suposición es en sí misma
mortal para nuestra aceptación del evangelio. ¿Por qué? Porque,
mientras veamos algún valor o mérito en nosotros mismos, la
justicia de Cristo no puede convertirnos en lo que era el
propósito, hijos e hijas de Dios. El valor propio sólo se ve en
el reconocimiento de que uno tiene valor porque es creación de
Dios. Aparte de Dios, no tenemos ningún valor autónoma o
independientemente. De esto se sigue que la estima del valor de
él o de ella sólo es alcanzada o reconocida por el sacrificio de
Cristo, un sacrificio que costó la vida del Hijo de Dios, y que
se efectuó para que la creación de Dios tuviera su imagen
nuevamente. Es esta imagen lo que nos hace valiosos y da un alto
valor a la existencia humana. Dios hizo al hombre a su imagen, y
esta imagen es de infinita importancia para Dios, lo suficiente
como para enviar a su Hijo a tomar el lugar que me correspondía
a mí en aquella cruz para restaurar esa imagen. Así, mi valor
está centrado en Dios y legitimizado por la creación de Dios y
su redención a favor mío.
El perfeccionismo sin pecado subraya un intento de restaurar
esta imagen minimizando el alcance del pecado en la vida
cristiana. El pecado existe en la vida del cristiano. Pablo,
quizás el más grande apóstol, se refirió a sí mismo como el
primero de los pecadores (1 Tim. 1:15-16). Una autoevaluación
como ésta al final de la vida por parte de un apóstol como éste
debería decir algo a todas las autoevaluaciones cristianas.
Cualquiera que diga que no tiene pecado es un mentiroso, como
afirmó Juan, y esto se refiere a la posición de uno durante toda
la vida. No existirá ningún momento en que un cristiano pueda
afirmar que está libre de pecado. Sin embargo, un cristiano
puede saber que es salvo y justo delante de Dios. ¿Por qué?
Porque siempre necesita la misericordia y el perdón. Por lo
tanto, todos los seres humanos, en virtud del pecado de Adán,
son por sí mismos pecadores desde su nacimiento y siempre
necesitarán un Salvador. El perfeccionismo sin pecado yerra al
creer que el hombre puede alcanzar una posición y una condición
de impecabilidad, implicando con ello que el hombre no tendrá
necesidad de perdón. El perdón sólo es necesario a causa de la
pcaminosidad del hombre. Un verdadero cristiano es siempre un
pecador, siempre un penitente, y siempre será perdonado. La
naturaleza pecaminosa existirá siempre en la vida redimida de un
cristiano, y combatirá contra la naturaleza justa impartida a
cada cristiano salvado. La batalla ruge hasta la muerte. Esto no
niega el poder de Dios en la vida de uno, sino que afirma la
realidad actual de la existencia espiritual. El cristiano
peleará la buena batalla, pero siempre combatirá al enemigo.
Cuarto, el perfeccionismo sin pecado, en su celo por alcanzar la
santidad y una vida santificada, tiende al legalismo mediante
deberes incesantes y superficiales que deben ejecutarse en
obediencia a la ley. El problema con este factor debería ser
bastante evidente. Jesús y Pablo tuvieron que combatir estas
tendencias durante todas sus vidas. Esa tendencia buscaba
clarificar la ley de Dios interpretando e imponiendo incesantes
reglas en cuanto a su observancia. Así se crearon el Talmud y el
Mishnah en el pensamiento judío del siglo segundo. Tales
intentos, mientras tratan de clarificar la ley, sólo pervierten
y oscurecen el significado y la aplicación de las leyes en la
vida de las personas. La obediencia se convierte en una mera
serie de reglas y reglamentos que deben ser observados mediante
detallados rituales y autodegradación. Jesús y Pablo afirmaron
correctamente la validez de la ley, pero también apelaron al
motivo correcto para su observancia, el amor. Pablo afirma que
la ley no puede ser obedecida siguiendo meramente reglas
detalladas. El cristiano obedece a Dios permitiendo que el
Espíritu Santo controle su vida y sus motivos. El Espíritu guía
a toda verdad y a la correcta observancia. La tendencia del
perfeccionismo hacia el legalismo es quizás la mayor falacia.
Quinto, el perfeccionismo sin pecado confunde la erradicación
del pecado voluntario y deliberado con la abolición del pecado
absoluto y natural en la vida cristiana. Este es un punto muy
importante. En las Escrituras existe una distinción entre el
pecado voluntario y deliberado y el pecado que ocurre como
resultado de la naturaleza pecaminosa. El pecado voluntario y
deliberado resulta de un esfuerzo a propósito por parte del
individuo para hacer realmente algo que es incorrecto. Estos
pecados se cometen una y otra vez. Son pecados habituales. La
Biblia afirma que este tipo de pecado no ocurrirá en la
experiencia cristiana genuina. 1 Juan 3:9 afirma que los
creyentes no continuarán pecando. Nótese que no dice que los
creyentes no pecarán. En el griego, los verbos denotan acción
continua, no simplemente una sola ocurrencia. Esto significa que
Juan está diciendo que "el creyente no puede practicar el pecado
habitualmente" (Simon J. Kistemaker, Santiago y 1-3 Juan, p.
303). Los pecados habituales son erradicados de la vida del
cristiano, mientras que los pecados de la naturaleza humana
continúan. El pecado permanece en la vida cristiana, pero no
reina (Véase Romanos 6-8). Una vez que el creyente ha nacido de
nuevo, el pecado ya no puede controlarlo y dominarlo más. ¿Por
qué? Porque ese individuo ha sido "nacido de Dios" y la
naturaleza de Cristo le ha sido impartida. El perfeccionismo sin
pecado supone que el pecado deliberado y habitual, no sólo es
erradicado, sino que el individuo será finalmente incapaz de
ninguna acción errónea.
Sexto, el perfeccionismo sin pecado tiende a centrar su atención
en la experiencia y el desempeño del individuo, más bien que en
la experiencia histórica y la obra de Cristo. Esta tendencia
conduce a la preocupación por la espiritualidad y el esfuerzo
propios percibidos por la persona. Es mayormente subjetivo, y
tiende a un complejo de culpa que se convierte en un círculo
vicioso de condenación legalista del yo. El resultado es el
temor, porque tememos no alcanzar el blanco. En esta área, hay
una interesante comparación entre Pablo y Martín Lutero. Mucho
se ha hablado de las similitudes entre estos dos individuos. Sin
embargo, cualesquiera similitudes que existan no representan la
diferencia mayor. Ambos eran conscientes de su incapacidad para
alcanzar el elevado modelo de justicia y santidad de Dios, y
ambos eran conscientes de que sólo en Jesús podía alcanzarse
esta justicia requerida. Sin embargo, ambos llegaron a la misma
conclusión desde diferentes puntos de vista y diferentes
posiciones en sus vidas. Lutero reconoció su condición cuando
todavía era cristiano, mientras que Pablo la reconoció en su
conversión. Antes de la experiencia en el camino a Damasco,
Pablo se consideraba intachable, y lo bastante bueno para ser
aceptable a Dios (Fil. 3:4-6). Su perspectiva cambió cuando fue
confrontado con la justicia de Cristo, que destruyó
completamente toda jactancia carnal hasta el punto de que todas
las anteriores consideraciones fueron como basura para Pablo
(Fil. 3:7-9). Por otra parte, Lutero intentaba agradar a Dios
por medio del cristianismo monástico de su tiempo hasta el punto
de confesar sus pecados continuamente ante su confesor personal.
Lutero era consciente de su incapacidad para agradar a Dios,
reconociendo que su cristianismo no ameritaba estar de pie
delante de Dios, sino que sólo le conduciría a más confesiones y
más culpa. Sólo la justicia de otro expiaría su pecado y su
culpa. Así debe ser con todos los cristianos. No importa si
somos conversos recientes o hemos sido miembros de iglesia
durante toda la vida, el reconocimiento de que Cristo es todo
suficiente para la salvación por fe solamente debe estar
afianzado en nuestra confesión y nuestra vida cristiana.
En conclusión, el perfeccionismo sin pecado es incapaz de una
cosa final, proporcionar la certeza de la salvación. Cuando uno
confunde, funde, o usa la justicia impartida con una definición
de justicia imputada, se queda con un escenario de salvación que
asegura al creyente una cosa, a saber, continua y perpetua
inseguridad y culpa. De esta manera, lo que el perfeccionismo
sin pecado busca establecer como su mayor fortaleza resulta en
su mayor maldición, una salvación de base humana y
legalísticamente motivada. Aún la motivación del amor a Dios
como impulsador y capacitador para llevar una vida sin pecado
queda desprovista de valor y poder.
La única alternativa evangélica para el perfeccionismo sin
pecado es la justicia de Cristo entendida en una aplicación
forense, fuera del hombre. Es una declaración legal, que afirma
que el hombre es incapaz de alcanzar la salvación fuera de los
méritos y la justicia de Cristo. La justicia por fe no es
justicia impartida a un individuo para perfeccionar su vida,
sino que es la justicia que ninguna vida humana podría vivir
jamás, no ya merecer; una justicia que declara al hombre pecador
y le eleva por medio de la acción de un substituto. Este es el
punto en que quizás falla por completo el perfeccionismo sin
pecado: la verdad de que sólo en Cristo puede encontrarse un
sustituto que satisfaga los justos reclamos del Padre. El
perfeccionismo sin pecado insiste en que las criaturas finitas
pueden poseer lo que sólo el Hijo de Dios pudo alcanzar,
completa y final perfección de espíritu, naturaleza, y cuerpo.
Como cristianos, nosotros somos llamados a ser semejantes a
Cristo, no duplicados de Cristo. Sólo el milagro de la
glorificación verá la unión tanto de la justificación como de la
santificación, de la justicia imputada y la justicia impartida,
reunidas en una entidad perfecta y completa. Mientras tanto, los
creyentes deben contentarse con vivir de acuerdo con el llamado
que tienen en Cristo, reconociendo plenamente que la vida que
llevan en esta existencia sólo será completa parcialmente. El
pecado no se enseñoreará de nosotros, pero permanecerá en
nosotros. Tanto la naturaleza de Adán como la de Cristo existen
simultáneamente en nuestros cuerpos, hasta la segunda venida de
nuestro Señor. Gloriémosnos siempre en la justicia de Cristo,
más bien que en nuestra propia justicia. El perfeccionismo sin
pecado llevará finalmente a la glorificación del Señor Yo antes
que la del Señor Jesucristo.