En Life Assurance Ministries, a menudo hablamos del
"sencillo evangelio de Jesucristo". Es sencillo en que hasta
un niño o un incrédulo sin ningún adiestramiento religioso
puede extender la mano de la fe y aceptar sus tesoros. Sin
embargo, el evangelio es también sumamente profundo, con
reflexiones que distienden nuestra limitada capacidad para
comprender los misterios de Dios. Tal es el estudio que
tenemos delante de nosotros en Juan 3. Al escribir este
artículo, no tengo ninguna hacha que afilar. Vengo como
aprendiz, oro pidiendo nuevos discernimientos que puedan haber
escapado a mi atención la última vez que estudié esta sección.
¿Quisiera usted, lector, acompañarme al pedirle al Espíritu
Santo que nos dé comprensión y discernimiento de las verdades
que Dios desea que captemos de esta importante sección?
Había entre los fariseos un
dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Éste fue de noche
a visitar a Jesús. "Rabí - le dijo - , sabemos que eres un
maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría
hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él".
Dijo Jesús: "De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo
no puede ver el reino de Dios". Juan 3:1-3.
El texto precedente tiene uno de los "divinos 'tienes que'" -
tienes que nacer de
nuevo. No dice "es tu obligación moral" o "debes", sino un tienes no negociable. Por
consiguiente, nuestra meta es averiguar por qué uno tiene que
nacer de nuevo, lo que significa nacer de nuevo, y cómo se
lleva a cabo. A veces, una porción de la Escritura es
igualmente instructiva tanto al delinear verdades positivas
como al revelar cosas que son incorrectas.
Un hombre de entre
los fariseos -
no por la observancia de la ley
Los fariseos eran estrictos observadores de la ley. No sabemos
si Nicodemo personalmente guardaba perfectamente todos los 613
mandamientos bíblicos de la ley. Pero podemos suponer que su
vida era ejemplo de alguien que buscaba estar en armonía con
la ley de Dios revelada. De lo contrario, no habría ocupado
una posición tan alta dentro del judaísmo. Observamos que
Jesús no le dijo a Nicodemo: "Nicodemo, has fallado en
_____ y necesitas pedir perdón por esta violación de la ley.
Entonces serás perfecto delante de Dios". No, ni siquiera se
mencionó nada de eso, porque las obras justas no forman la
base de nuestra salvación.
Él nos salvó, no por
nuestras propias obras de justicia, sino por su
misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la
regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo. Tito
3:5.
Porque sostenemos que todos somos justificados por la
fe, y no por las obras que la ley exige. ¿Es acaso Dios sólo
Dios de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Sí,
también es Dios de los gentiles. Rom. 3:28-29.
Este último versículo transmite más verdad de la que se ve de
inmediato. Leemos que no somos justificados por las obras de
la ley. Para ampliar esta verdad, Pablo afirma que Dios no es
Dios sólo de los judíos (que han guardado la ley) sino también
de los gentiles (que no han guardado la ley). En otras
palabras, la enseñanza de Pablo sobre la justificación excluye
totalmente la asociación con la ley.
Nicodemo habría subrayado
la cuidadosa observancia de le ley y las tradiciones de los
mayores. Para el fariseo leal, éste era el camino de la
salvación. Juan usa esta conversación para mostrar que todos
estos puntos de vista están lejos de la verdad. No se
requiere una devota observancia de la ley, ni siquiera una
presentación revisada del judaísmo. La exigencia se repite
tres veces ... A Nicodemo y a toda su tribu de hacedores de
la ley no les queda la más ligera duda de que lo que se le
pide al hombre no es más ley, sino el poder de Dios dentro
de él para rehacerlo completamente. A su propia manera, este
capítulo deshace las "obras de la ley" tan completamente
como cualquier otra cosa en Pablo (1).
Un
dirigente de los judíos -
no por la posición
Nicodemo era dirigente de los judíos y ocupaba una alta
posición en la sociedad. Muchos eruditos creen que Nicodemo
era una voz importante en el Sanedrín (2), el concilio que
representaba la más alta autoridad judía. Los miembros de este
cuerpo incluiyen los "principales sacerdotes", los escribas y
abogados, cuyo trabajo consistía de interpretar la ley.
El Sanedrín ciertamente
controlaba completamente los asuntos religiosos de la
nación, como lo indica la Misnah. Este tribunal superior era
la suprema autoridad en la interpretación de la ley mosaica
y, cuando mediaba en cuestiones disputadas en los tribunales
de menor rango, su veredicto era final. Más allá de esto, el
Sanedrín también gobernaba los asuntos civiles y juzgaba
ciertos casos criminales bajo la autoridad de Roma (3).
Juan, el anciano apóstol, al redactar cuidadosamente este
incidente, nos enseña que la posición no tiene ningún mérito
delante de Dios. Uno puede ser el pastor de mayor edad en una
iglesia grande, presidente de una denominación en crecimiento,
un respetado escritor cristiano y tener todos los títulos de
respeto, pero ninguno de ellos toma el lugar del nuevo
nacimiento que uno tiene
que tener si él o ella ha de ser un verdadero cristiano.
El
maestro en Israel -
no la educación religiosa
Más tarde, Jesús se refirió a Nicodemo como el "maestro de
Israel" e indicó que hasta alguien entendido en la ley del
Antiguo Testamento debería entender los principios
rudimentarios del nuevo nacimiento.
Jesús respondió: "¿Tú eres
maestro de Israel y no entiendes estas cosas?" Juan 3:10.
"El maestro" tiene el artículo definido, indicando que
Nicodemo, si no el principal maestro en Israel, era por lo
menos uno de los respetados educadores a quienes se les había
confiado la instrucción religiosa del pueblo. Aquí nos
enteramos de que una concienzuda educación religiosa, títulos
académicos y certificados de rendimiento sobresaliente no
tienen ningún valor cuando se trata del nuevo nacimiento. Al
escribir a los corintios, Pablo les recuerda:
Hermanos, consideren su
propio llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según
criterios meramente humanos; ni son muchos los poderosos ni
muchos los de noble cuna. 1 Cor. 1:29.
No
una correcta teología
Aunque esto no está tan claramente desarrollado como los
puntos precedentes, es sin embargo un importante sub-punto
reconocer que una correcta teología, por importante que sea,
no salva. Se nos dice que el diablo también cree, pero será
lanzado al lago de fuego. Que una teología perfectamente
correcta no es necesaria para la salvación se ve numerosas
veces en la Escritura. En el siguiente capítulo de Juan, Jesús
da el "agua de vida" a una mujer de Samaria. Jesús recordaba a
los judíos de su tiempo los muchos ejemplos de personas que
eran salvas fuera del judaísmo. Sin duda, estas personas
tenían muchos defectos en su teología.
No cabe duda de que, en
tiempos de Elías, cuando el cielo se cerró por tres años y
medio, de manera que hubo una gran hambre en toda la tierra,
muchas viudas vivían en Israel. Sin embargo, Elías no fue
enviado a ninguna de ellas, sino a una viuda de Sarepta, en
los alrededores de Sidón. Asimismo, había en Israel muchos
enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero
ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán el sirio. Al oír
esto, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron.
Luc. 4:25-28.
El
nuevo nacimiento -
una obra sobrenatural del Espíritu Santo
Si la observancia de la ley, una respetable posición en la
sociedad, una concienzuda educación religiosa y una correcta
teología no son suficientes, entonces ¿qué nos traerá las
bendiciones de la salvación? Regresamos a nuestro texto.
Dijo Jesús: "De veras te
aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de
Dios". Juan 3:3.
La palabra "de nuevo" en griego también puede traducirse como
"de lo alto". Uno tiene que nacer de lo alto - recibir la
nueva vida de Dios dada por el Espíritu Santo.
Respondió Jesús: "Yo te
aseguro que, quien no nazca del agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace del cuerpo es
cuerpo. Lo que nace del Espíritu es espíritu. No te
sorprenda que te haya dicho: 'Tienes que nacer de nuevo'. El
viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque
ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo
el que nace del Espíritu". Juan 3:5-8.
El nuevo nacimiento está fuera del ámbito de los logros
humanos. Es un suceso sobrenatural que nos transforma en el
centro de nuestro ser. Es una regeneración a tal grado que
podemos ser llamados "una nueva creación".
Por lo tanto, si alguno
está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado,
ha llegado ya lo nuevo! 2 Cor. 5:17.
Jesús compara el nuevo nacimiento, o la persona que ha
recibido el nuevo nacimiento, con el viento. Oímos el sonido y
vemos su evidencia, pero no conocemos ni su origen ni su
destino. Así, la persona que ha experimentado el nuevo
nacimiento ha de ser guiada por el Espíritu, a veces hacia
donde la persona no quiere o no ha decidido ir. Nicodemo
parece estar completamente confundido y pregunta: "¿Cómo puede
ser esto así?"
Como levantó Moisés la
serpiente en el desierto, así también tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en
él tenga vida eterna. Juan 3:14,15.
Ahora Nicodemo pudo entender mejor la enseñanza del nuevo
nacimiento. Estaba familiarizado con el relato de la serpiente
en el desierto. Ahora podía ver la sencillez de la enseñanza.
Luego el Señor le dijo a
Moisés: "Hazte una serpiente, y ponla en un asta. Todos los
que sean mordidos y la miren, vivirán". Y Moisés hizo una
serpiente de bronce y la puso en un asta. Los que eran
mordidos, miraban a la serpiente de bronce y vivían. Núm.
21:8, 9.
¿Cuál, es, pues, el secreto del nuevo nacimiento? Lo primero
es reconocer que hemos sido mordidos por la ardiente serpiente
del pecado. ¡Esto no requiere mucho discernimiento! ¡Sólo
pregúntele a cualquiera que haya sido mordido por una
serpiente venenosa! He oído decir que una mordedura de
serpiente es mucho peor que una picadura de abeja!
Ahora llegamos al segundo "tiene" de este incidente. "El Hijo
del hombre tiene que
ser levantado". Se han presentado muchas teorías diferentes
sobre la expiación para explicar por qué Cristo tenía que
morir en una cruz. Una cosa es segura. ¡Tenía que hacerlo! Era su obra allí en la cruz
tomando sobre sí el veneno del pecado, llevando su castigo por
todos los que quieren mirarlo a Él en busca de sanidad.
Al que no cometió pecado
alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en
él recibiéramos la justicia de Dios. 2 Cor. 5:21.
Esa era la obra de Cristo y de él solamente. ¿Cuál fue el
resultado de la obra de Cristo?
... para que todo el que
crea en él tenga vida eterna. Juan 3:15.
La segunda cosa que tenemos que hacer - y es aquí donde
fracasa la mayoría de nosotros - es mirar en dirección opuesta
a nosotros y a la herida. De nada sirve cortar la herida o
succionar el veneno del pecado. Todos hemos recibido una dosis
letal y no hay nada que podamos hacer para neutralziar su
poder mortal. No servirá ninguna observancia de la ley. No
será suficiente ninguna posición de honor, ni ninguna
instrucción religiosa avanzada (ni siquiera una correcta
teología, por sí sola). Tenemos que mirar en dirección opuesta
a cualquier cosa centrada en el ser humano. Tenemos que mirar
y vivir. ¿Qué significa mirar? Mirar es lo mismo que creer. Es
confiar solamente en Cristo para obtener salvación. Cuando el
israelita que era mordido miraba la serpiente que había sido
levantada, dependía de lo que Dios haría por él y no de lo que
él mismo podía hacer.
Ahora llegamos al versículo más profundo, sencillo y amado de
la Escritura.
Porque tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree
en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16.
Nuestra vida eterna está anclada en Dios y el alcance de su
amor - ¡tanto nos amó! ¿Qué amó? Amó al mundo, es decir,
a la humanidad - cada una de las tribus y razas de ella - a
pesar de todo nuestro pecado, nuestra degradación, y malvada
independencia. ¿Cuánto amó Dios? ¡Amó lo suficiente como para
dar a su Hijo unigénito!
Si Cristo no fuese miembro de la divina Trinidad y plenamente
Dios por derecho propio, el sacrificio de Cristo sería
bárbaro. Pero, cuando nos damos cuenta de que Cristo era
plenamente Dios, emtonces la muerte de Cristo en la cruz se
convierte en una de las más grandes evidencias del amor de
Dios por la perdida humanidad.
En Cristo, Dios estaba
reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta
sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la
reconciliación. 2 Cor. 5:19.
Este infinito amor está expresado para "todo el que cree".
Algunos quieren definir "todo el que cree" como sólo los
elegidos que fueron escogidos por Dios antes de la fundación
del mundo. Otros quieren poner peso meritorio en el acto de
creer por parte del hombre. Sin importar la interpretación que
uno tenga de este profundo misterio, simplemente asegurémosnos
de que nosotros
confiamos sólo en Cristo para nuestra salvación. Extendamos la
mano de la fe y hagamos nuestra la sencilla promesa de Dios:
"El que cree tiene vida eterna". Juan 6:47.
Dios no envió a su hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio
de él. Juan 3:17.
Aquí vemos claramente el propósito divino. ¡Dios quiere salvar
al mundo! ¿Cómo se pierde uno?
El que cree en él no es
condenado, pero el que no cree ya está condenado por no
haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Ésta
es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo,
pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque
sus hechos eran perversos. Juan 3:18, 19.
Es claro que nuestra salvación o nuestra condenación tiene que
ver con nuestra aceptación o nuestro rechazo de Cristo. Él es
la "verdad que prueba". ¡Nunca olvidaré el gozo que sentí
cuando el peso de la verdad de este versículo se me hizo
claro! ¡No más temor al juicio venidero! ¡Ya he sido juzgado
"en Cristo"! ¡No más tratar de hacerme lo bastante bueno como
para ir al cielo! ¡No más enfocarme en la ley del pecado y de
la muerte! Antes bien, ¡podía mirar en dirección opuesta a la
mía y en dirección a Cristo y al amor de Dios que me alcanzó
aún a mí!
Al mismo tiempo, Juan pudo decir, no sólo que "el que cree en
el Hijo tiene vida eterna", sino también, refiriéndose al que
no cree y no ha nacido de nuevo, que "permanece bajo el
castigo de Dios" (Juan 3:36). Esta enseñanza se opone al
universalismo - la enseñanza de que todos serán salvos.
También se opone a la enseñanza que impregna ciertas iglesias
en el sur de California de que uno "nace salvo" y que la única
manera de que se pierda es que quebrante la ley repetida y
flagrantemente. No. La Escritura en general y Juan 3 en
particular dejan claro que uno tiene que nacer de nuevo.
Una
ilustración personal
Era domingo por la mañana - habíamos ido a la iglesia el
sábado por la noche - cuando me senté a la computadora para
escribir este artículo. Acababa de tener un buen comienzo
cuando mi esposa, Carolyn, me recordó que debía visitar a Don
Brice, un cliente católico de bienes raíces que estaba
moribundo en el hospital. Al principio, me sentí un poco
frustrado porque se me había privado de lo que creía era una
mañana ininterrumpida durante la cual podía escribir sin la
miríada de distracciones que generalmente llenan mi día. Pero,
reflexioné, quizás ésta era una cita divina durante la cual
podía ser usado por Dios para llevar el sencillo mensaje del
evangelio a este hombre moribundo, y en la cual Dios podría
enseñarme algo sobre el nuevo nacimiento. Era la manera de
Dios para moverme de mi torre de marfil intelectual de
hermenéutica al lado de la cama del hijo amado de Dios que
necesitaba escuchar el sencillo evangelio.
Mientras conducía hacia el hospital, comencé a encender la
radio, creyendo que el último juego de la Serie Mundial podría
estar siendo transmitido. "No", me dije a mí mismo, "debes
usar el tiempo en oración". Así que oré para que Dios me
abriera la puerta para proclamar el sencillo evangelio
de Cristo. Oré para que ni los médicos ni las enfermeras
no interrumpieran mi visita y yo pudiese estar a solas con
Don. Confié la situación a Dios, pidiéndole que las cosas
salieran según su voluntad. Al llegar al hospital Boswell,
pregunté en recepción dónde estaba la habitación 242. La dama
detrás del escritorio se levantó y me dijo: "Yo le llevaré,
está bastante lejos".
"No tiene que hacerlo", dije. "Sólo deme las instrucciones".
Pero ella insistió. Era un largo trecho, pero ella permaneció
conmigo hasta que llegamos a la habitación 242. Allí vi a Don.
Su cabeza y sus manos estaban tan hinchadas que apenas lo
reconocí. Sin embargo, no estaba solo, como yo había
solicitado. En la habitación con él estaban su esposa,
Marilyn, y dos amigos. Don apenas podía hablar, y cuando lo
hizo, apenas pude entender su débil voz.
Después de algunas palabras de saludo, pude compartir con él
el sencillo evangelio del nuevo nacimiento y de cómo uno debe
mirar a Jesús solamente. Le cité algunos versos clave
sencillos. Compartí con él el hecho de que Cristo murió por
nuestros pecados y se levantó de los muertos para nuestra
justificación. Le dije que todo lo que tenemos que hacer es
creer y confiar en Cristo. "El que cree tiene vida eterna". Le
pregunté si creía en Cristo. Asintió con la cabeza y se
persignó - su manera de expresar fe en Cristo. Dijo en su
débil voz: "He confiado a Dios toda la situación". Su esposa,
que era luterana, enjugó sus ojos al reconocer por primera vez
que Don realmente había confiado su vida a Dios. Don cerró los
ojos, oré con el grupo, y dejando a Marilyn varios folletos de
"Life Assurance", salí. Sólo Dios sabe lo que tuvo lugar allí.
Como el viento, no discernimos la dirección del Espíritu
Santo, pero tuve la impresión de que Dios había dado a Don la
vida eterna en Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
También a mí me había dado una nueva ilustración de la
sencillez y la necesidad del nuevo nacimiento. Poco después de
que yo salí, Don cayó en coma y creo que se fue a estar con el
Señor.
Sí, hay dos imperativos y divinos "tienes". Cristo tiene que ser levantado.
Nosotros tenemos que
nacer de nuevo. Y la manera en que nacemos de nuevo es por la
obra sobrenatural del Espíritu Santo cuando miramos en
dirección opuesta a nosotros y cualquier cosa que podamos
hacer, y hacia Cristo y lo que Él ha hecho por nosotros. Sí,
eso es vivir la clase de vida eterna.
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