Hermanos Hilda y Julián:

He terminado de revisar el libro que me prestaron, o más bien, que me prestó Julián, llamado "Las Hermosas Enseñanzas de la Biblia". Deseo agradecerles el haber deseado compartir conmigo las enseñanzas de este libro, acerca del cual he preparado algunas observaciones de variada naturaleza. Deseo también pedirles que me disculpen por la tardanza en devolverlo, pero la verdad es que el libro es bastante extenso y me tomó bastante tiempo revisarlo. Además, la vida normal diaria, el trabajo, la familia, también requieren considerable tiempo y esfuerzo, como ustedes saben por experiencia personal
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Las notas que tengo en mente son de dos clases principales. Unas son sobre el libro mismo, en cuanto obra literaria, su autor o sus autores, la casa publicadora, la presentación, el propósito aparente o declarado de su publicación, y cosas semejantes. Las otras notas se refieren al contenido del libro, cómo se relaciona con la Biblia, el método de interpretación que se usa, la utilidad o necesidad de un libro como éste para el cristiano Adventista del Séptimo Día, y si debe uno atenerse o no a lo que dice, sostiene, enseña, o niega. En esta oportunidad, sólo mencionaré las primeras. Las segundas me tomarán un poco más de tiempo, y deberán ustedes recibirlas junto con el libro.

Al examinar este libro u otros semejantes, vengan de donde vengan, es bueno siempre tener en cuenta el sabio consejo del apóstol Pablo: "Escudriñadlo todo. Retened lo bueno" (1 Tes. 5:21). Y al examinarlo todo, es preciso tener un metro, alguna medida con la cual comparar lo que se examina, para saber si es bueno o malo. Si es bueno, hasta qué punto; y si es malo, también hasta qué punto. La medida de comparación que deberían usar todos los cristianos son las Sagradas Escrituras primero, el sentido común y la inteligencia después, y por último, la historia o los antecedentes históricos. Siendo la Escritura la palabra inspirada de Dios, sin embargo, está escrita para el hombre, habla el lenguaje del hombre, es comprensible por el hombre y, por lo tanto, apela al sentido común y a la inteligencia del hombre. Cuando se echa mano de los recursos que el Señor ha puesto a disposición del hombre, y se solicita la asistencia del Espíritu Santo, las Escrituras se abren como una cortina y nuestro espíritu percibe claramente el mensaje de ellas. Cuando el cristiano busca afanosamente la verdad en las Escrituras con sinceridad y amor, no puede menos que encontrarla, y en ese momento, se regocija. Así me regocijo y así pienso yo que se regocijan ustedes en presencia de la verdad.       

Pero hay que tener cuidado. Muchas veces, la verdad aparece mezclada con error, y el error es presentado como verdad. Esto es especialmente así cuando se trata de libros, en particular cuando se trata de libros que hablan de la Biblia. Es necesario escudriñar cuidadosamente cada idea o concepto, aplicando  el consejo, esta vez del mismo Jesús, que dijo: "... sed, pues, prudentes como serpientes ...". (Mat. 10:16). Así, pues, fue con este criterio con el que me acerqué a este libro, con prudencio, tratando de tener los ojos bien abiertos. Las notas que siguen reflejan más o menos el resultado de este examen.

Primero, sin embargo,debo decir algunas cosas personales. Por diversas razones, algunas temas, como la política y la religión, rara vez se pueden comentar sin entrar en polémica. Y la razón es bien sencilla: Cada uno cree que tiene la razón y que el otro está equivocado. Esto es muy humano. Pero no tiene que ser así si tenemos en cuenta un principio universal: Ninguna persona, ninguna iglesia, ninguna religión, es poseedora exclusiva  de toda la verdad. La verdad absoluta sólo es potestad de Dios, y aunque Él ha entregado grandes verdades a la humanidad, la verdad absoluta, en términos teológicos, es tan grande que ninguna persona la soportaría. No es esa la intención del Señor, ni es necesario que ninguna iglesia posea toda la verdad. Los individuos no la necesitan para su salvación, y la iglesia no la necesita para hacer su trrabajo. Todo lo que los unos y los otros necesitan está en las Sagradas Escrituras. Todo lo que tenemos que hacer es creerlo y ponerlo por obra.

Una consecuencia de lo que acabo de decir es que la Iglesia Adventista del Séptimo Día, aunque descubrió grandes y hermosas verdades, tampoco es depositaria exclusiva de la verdad bíblica. Las otras iglesias cristianas también encontraron grandes y hermosas verdades en la Biblia a lo largo de los años. Ni la una ni las otras posee toda la verdad revelada. Mientras que unas hacen énfasis en ciertos aspectos de la verdad bíblica, otras subrayan otros aspectos de esta verdad. En esto no debe haber ningún problema, porque cada iglesia debe enfatizar la porción que mejor entiende, sin dejar por eso de tener en cuenta las otras porciones también. Los problemas entre las iglesias cristianas ocurren porque cada una insiste en creer, generalmente de buena fe, que ella y sólo ella, es depositaria exclusiva de la verdad y que todas las otras iglesias están en error. Felizmente, la salvación no depende de que las iglesias estén de acuerdo. De lo contrario, ningún creyente se salvaría.                                                                        

Otra consecuencia de lo que estamos diciendo es la libertad personal que Dios dio a cada uno ded nosotros, tanto a ustedes como a mí. Cada persona es completamente libre de creer una cosa o no. Dios mismo no nos exige creer esto o lo otro, pero algunos cristianos sí. A éstos es necesario recordarles que el siervo no es mayor que su señor. Si Dios no obliga a nadie, ¿con qué derecho podemos nosotros obligar a otros? Una cosa sí espera el Señor de nosotros: Que seamos fieles a lo que creemos. El Señor sabe que no todos los cristianos van a tener las mismas ideas. Él nos creó así: diferentes los unos de los otros. Dios, sin embargo, espera que seamos consistentes con nuestras creencias. Si una persona es católica romana y no conoció una iglesia mejor, quédese allí. Pero sea católica romana 100 por ciento, sin dejar por eso de buscar mejorar su nivel espiritual en las Sagradas Escrituras todos los días. Y si ustedes creen de buena fe que la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la iglesia en que se sienten más a gusto por las razones que sean, tienen derecho a creerlo. Nadie debe sentirse con derecho a obligarlos a otra cosa. Pero dije "de buena fe" porque es de esperar que ustedes crean en la Iglesia Adventista después de haber examinado sus enseñanzas a fondo a la luz de la Biblia. La Biblia no debe ser examinada a la luz de lo que la Iglesia enseña y predica, sino que las enseñanzas de la iglesia deben ser examinadas a la luz de la Biblia. No hacerlo así es muy peligroso, porque ustedes quedarían a merced de la interpretación ajena. Por mucho respeto que les merezca la Iglesia, siempre hay la posibilidad de error, lo cual no ocurre si permiten que el Espíritu Santo interprete la Biblia para ustedes. Por años, yo los he estado invitando a hacer este examen, de manera que crean lo que crean por convicción, no por impresión. Les digo todo esto porque tengo la seguridad de que ustedes no saben realmente lo que la Iglesia Adventista enseña, ni si lo que Iglesia enseña es lo que debe enseñar, no otra cosa.

Yo sí sé la diferencia. Por años, fui maestreo de Escuela Sabática, predicador, anciano de Iglesia, evangelista, tesorero, y asiduo estudioso de la Biblia. Como les he comentado en otras ocasiones, hice un concienzudo estudio de las enseñanzas de la Iglesia a la luz de la Biblia. Precisamente fue por estas razones por las que me di cuenta de las discrepancias entre ciertas enseñanzas de la Iglesia y lo que la Biblia muestra a quienquiera que se tome el trabajo de buscarlas con diligencia. Repito: Aunque la Iglesia Advenntista recibió y encontró grandes verdades bíblicas, adolece también de grandes errores de interpretación. Yo llevo mucho tiempo estudiando estas cosas diariamente. Y no por resentimiento -- algunas de mis mejores y sublimes experiencias las tuve siendo miembro y dirigente de la iglesia de San Miguelito -- sino por el interés que siento por estas cosas importantes.

Así que yo conozco las enseñanzas de la Iglesia Adventista al revés y al derecho, por decirlo así. Hablando con hermanos, dirigentes, y pastores, comprobé, no sin asombro, que yo estaba más familiarizado con las enseñanzas de la Iglesia y la Biblia que ellos mismos. Tan es así, que pienso que los hermanos de la Iglesia, en particular ustedes mismos, sed beneficiarían mucho de estudiar conmigo, de preguntarme, no necesariamente acerca de la Iglesia, sino de la Biblia como Palabra de Dios. Deberían aprovechar mis conocimientos y mi experiencia para enriquecer la suya.

Por todo esto, me sorprendió que Julián me ofreciera el libro. Creí que él sabría que yo conozco perfectamente todo lo que ese libro dice y más y que, por lo tanto, no lo necesiutaba. Pero no importa. Lo revisé de todos modos.

Lo primero que observé fue que el libro no tiene nombre de autor ni nombres de autores. En el mundo literario, lo normal es que un libro diga quién lo escribió o quiénes lo escribieron. Cuando no aparece el nombre del autor, una obra literaria se convierte en un anónimo. Los anónimos han sido y continúan siendo despreciados y aborrecidos porque revelan cobardía, mala fe, oscuras intenciones de engañar. No importa lo bien escrito o lo bien presentado que esté. Si no tiene nombre, es un anónimo. Las razones que haya tenido la Iglesia para hacer esto escapan a toda lógica y razón. Si lo que se dice allí es correcto y verdad, ¿por qué ocultar la identidad del autor o los autores? Escribir un libro así, es una forma de mentir. Y ya sabemos que los mentirosos no irán al cielo. Esa tarde, en casa ded ustedes, en  Guadalupe, la hija de ustedes comentó que el libro tenía un nombre, pero yo le observé que el nombre que aparece allí no es el del autor, sino del traductor, Héctor Peverini. Ustedes, en particular Julián, deberían desconfiar de una iglesia que procura ocultar su identidad, como si temiera algo. Y es que revelar la identidad compromete a decir la verdad.

A propósito, aunque el libro rehusa decir quién lo escribió, no es imposible averiguarlo. Este Peverini, el traductor, es hermano de Milton. Estos hermanos han sido pilares de la Iglesia, como escritores, teólogos, y muchas otras cosas. El libro es un estudio bíblico, típicamente adventista. El formato es el mismo del folleto de Escuela Sabática, que yo conozco perfectamente. Dice que los derechos son reservados por la Pacific Press Publishing Association. Esta es la casa publicadora de la Iglesia Adventista en los Estados Unidos para material en inglés. Dice además el libro que él fue fue editado por la Asociación Publicadora Interamericana en Florida, Estados Unidos, la casa publicadora de libros en español. Las ilustraciones no son originales. Han sido tomadas de algunos otros libros de la Iglesia.

Pero los misterios no han terminado todavía. Las palabras "Iglesia Adventista" no aparecen en todo el libro ni una sola vez. Cualquiera que no conozca la Iglesia jamás se daría cuenta de cuál iglesia es la dueña del libro. Además, en la página 28 hay una cita de la Sra. White en forma de nota. Dice así: "Si la Palabra de Dios fuese estudiada como debiera - dice una moderna estudiante de la Biblia - ". "¿Una moderna estudiante de la Biblia"? ¡Esta es la Sra. White, por supuesto! Pero, ¿por qué ocultar la identidad de la ilustre Sra. White, sin cuyos escritos la Iglesia Adventista no podría podido existir jamás? Si la cita es lo bastante importante como para incluirla en el libro, ¿por qué no llamar a la autoran por su nombre en vez de describirla solamente como "una moderna estudiante de la Biblia"? ¿Que cómo sé que la cita es de la Sr. White? Porque estoy seguro de haber visto la cita en alguna parte de la abundante literatura de la Iglesia.

En vista de esta seria evidencia, que no es mía sino que procede del propio libro, ¿creen ustedes que cristianos serios y responsables como ustedes y como yo deberíamos creer en las enseñanzas de una iglesia que actúa de esta manera?  Ustedes y yo merecemos respeto. Tenemos una alma que salvar. En ausencia de prueba en contrario, todo parece indicar que, estas omisiones y ocultamientos no son accidentales. Son deliberadas. Ustedes deberían preguntarse por qué.

Hermanos: Vivimos en los últimos días de este mundo convulsionado y peligroso. No podemos darnos el lujo de equivocarnos creyendo en el error. Busquemos al Señor cuanto antes. Lo que ustedes están haciendo, acercándose a la Iglesia, es mucho mejor que lo que hacen muchos, que vuelven sus espaldas a todo lo que tenga que ver con la iglesia o la Biblia. Sin embargo, quisiera reiterarles la invitación que les he hecho en otras ocasiones, a investigar la verdad directamente en las Sagradas Escrituras y probar las enseñanzas de su propia Iglesia con la presentación de las Escrituras, nuestra única salvaguardia. Está en juego la vida eterna.

Atentamente,

Román Quirós M.

Ciudad de Panamá, 14 de abril de 1996.