CÓMO SE FORMÓ EL CANON

Roy W. Hoover

¿Cómo decidió la iglesia cuáles libros pertenecen al Nuevo Testamento? ¿Cuándo se tomó la decisión? Las respuestas a estas preguntas constituyen uno de los aspectos más reveladores pero menos conocidos, de la historia de los primeros cristianos.

Tradicionalmente, a esta cuestión se hace referencia como la formación del canon. El significado del término griego es "norma" o "regla", el estándar por medio del cual pueden medirse las cosas. Al designar los veintisiete libros del Nuevo Testamento como un canon, la iglesia estaba declarándolo como su "regla" de fe y práctica, su colección "normativa"de escritos.

Se demoró mucho para llegar

La primera lista de libros "canónicos" que nombra los mismos veintisiete escritos hallados en nuestro Nuevo Testamento aparece en la carta de Pascua de Atanasio, obispo de Alejandría, Egipto, en 367 E. C. Con seguridad, los nombra en un orden diferente. Aún así, la primera lista que concuerda con la nuestra se demoró largo tiempo en llegar.

Para la época de Atanasio, o poco antes, la iglesia había llegado a un consenso informal sobre la mayoría de los escritos que incluirían en el "Nuevo" Testamento. En realidad, más de un siglo antes, se había llegado a un acuerdo sobre gran parte de la lista. El proceso de formar un canon había comenzado aun antes.

Hay evidencia de que las iglesias habían reunido las cartas de Pablo en varias áreas geográficas para fines del siglo primero de la E. C.

En una carta que la iglesia de Roma envió a la iglesia de Corinto, el autor escribe (1 Clemente 47:1): "Examinen la carta del bienaventurado Pablo, el apóstol. ¿Qué les escribió a ustedes al principio, cuando estaba comenzando a proclamar el evangelio?".

Esta es una referencia a la primera carta de Pablo a los corintios. Indica que los cristianos de Roma poseían una copia de ella, y que la iglesia de Corinto todavía tenía una copia, medio siglo después de que Pablo la escribió.

El autor de 2 Pedro también conoce una colección de las cartas de Pablo (3:15-16) y supone que sus lectores también la conocen.

También, a principios del siglo segundo, Ignacio, obispo de Antioquia, escribió cartas a siete iglesias mientras estaba en camino a Roma, donde fue martirizado. En sus cartas, usa un lenguaje que muestra claramente su familiaridad con las palabras de Pablo. Con frecuencia, se refiere a Pablo por nombre. Tal evidencia es clara: para comienzos del siglo primero, varias iglesias ya habían adquirido copias de las cartas de Pablo para su uso. La etapa formativa de una colección canónica de los escritos de Pablo ya había tenido lugar.

En fecha aun más anterior, otros cristianos habían hecho colecciones de los dichos de Jesús y relatos acerca de él. El Evangelio Q de Dichos es uno de estos compendios, y el Evangelio de Señales, que subyace el Evangelio de Juan, es una colección de hechos maravillosos atribuidos a Jesús. Estas colecciones fueron incorporadas a los evangelios  narrativos. Los autores de esos evangelios volvieron a arreglar las colecciones de dichos y relatos para formar historias continuas. Como las cartas de Pablo, estos evangelios, junto con otros escritos, fueron coleccionados por varias iglesias. Para mediados del siglo segundo E. C., una considerable variedad de escritos era conocida de las iglesias: evangelios narrativos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan), por lo menos un evangelio de dichos (el Evangelio de Tomás), diálogos y revelaciones atribuidas a Jesús, varios relatos de su nacimiento, varios relatos de hechos de los apóstoles, homilías, y más. La iglesia se estaba volviendo rápidamente una iglesia erudita. Un siglo después de la muerte de Jesús, pues, los cristianos habían producido una pequeña pero bastante variada biblioteca de escritos. Sin embargo, todavía no había ninguna propuesta para crear una lista oficial, un canon.

Marción y el primer canon

El primer paso de importancia hacia la creación de un nuevo canon cristiano fue iniciado por Marción, un propietario de barcos y mercader, hijo de un obispo de la iglesia en Asia Menor. Marción propuso que la iglesia rechazara las escrituras judías y abrazara un nuevo canon por su propia cuenta. Ese canon estaría compuesto sólo de un evangelio, Lucas, y un apóstol, Pablo. La tesis de Marción, basada en su lectura de Pablo, era que las escrituras judías sólo concernían al pacto que Dios había hecho con Israel, y no eran válidas para los cristianos. La iglesia, para preservar su unidad y la verdad del evangelio, debería identificar sus propios escritos normativos y dejar de usar las escrituras judías. Marción estaba convencido de que las referencias al Dios adorado por los judíos y que aparecían en los escritos de Lucas y Pablo eran corrupciones de lo que Lucas y Pablo escribieron originalmente. Como resultado, purgó tales referencias de las versiones que él incluyó en su propuesto Nuevo Testamento.

Marción tomó a Pablo como guía para un correcto punto de vista cristiano de estas cuestiones. La supresión por parte de la rebelión de Bar Kochba de 132 - 135 E.C., el último intento en la antigüedad por los judíos para obtener la libertad, puede haber contribuido a la posición de Marción. Si las escrituras judías tenían que ver sólo con la historia de la nación judía y el templo, y si esas instituciones habían llegado a su fin, ya no era necesario que la iglesia tuviera nada que ver con las escrituras judías. El no tener nada que ver con las escrituras hebreas había sido confirmado por los sucesos. La decisión radical de Marción impulsó a la iglesia a abordar la cuestión del canon de una manera consciente por primera vez. Claramente, fue el primero en proponer un nuevo canon específico para el movimiento cristiano.

La propuesta de Marción resultó ofensiva para muchos en su tiempo; su razonamiento teológico era heterodoxo-herético. Requería respuesta. Obligó a la iglesia a demostrar el valor y la posición de las escrituras judías que había adptado como propias, y la movió a establecer cuáles de sus propios escritos debían ser considerados canónicos y normativos, y por qué.

Las primeras listas

La iglesia se enfrentó al reto de Marción preparando listas de libros aprobados para ser leídos en las iglesias. La primera de estas listas, el Canon Muratorium, se fecha por lo general a finales del siglo segundo. La lista más iluminadora es la preparada por Eusebio, obispo de Cesárea, en su historia multivolumen de la iglesia, publicada en 325 E. C.

La lista de Eusebio muestra que ya se había alcanzado un consenso por lo menos en veinte libros, que serían incluidos en la nueva colección de escritos sagrados, que se conocería como el Nuevo Testamento. Dividió los libros en tres categorías: escritos "reconocidos", "en disputa", "rechazados". Esa división es típica de listas anteriores también. Por ejemplo, sabemos que Ireneo, obispo de Lyon en Galia (Francia), en obras producidas alrededor de 185 E. C., consideraba como canónicos los veinte libros que más tarde aparecieron en la categoría de "reconocidos" de Eusebio. Además, éste reconoció a Apocalipsis y al Pastor de Hermas, para un total de veintidós. A principios del siglo siguiente, Orígenes de Alejandría patrocinó veintidós escritos como canónicos. La lista de Orígenes era casi idéntica a las listas aceptadas por Ireneo e incluida en la lista de "reconocidos" por Eusebio.

Puede decirse, entonces, que no más de veinticinco o treinta años después de que Marción propuso su canon, Ireneo había propuesto una lista "ortodoxa" de veinte escritos como canónicos. Más tarde, esta lista fue aumentada, pero nunca alterada, en debates posteriores acerca del canon. La iglesia adoptó las categorías básicas de Marción, "evangelio" y "apóstol", pero discrepó con sus definiciones minimalisticas de ellos. No un evangelio, sino cuatro; no un apóstol, sino "todos" los apóstoles habrían de ser incluidos. Los Hechos de los Apóstoles llegaron a la lista bajo el segundo encabezamiento, junto con las cartas de Pablo y dos epístolas generales (cartas circulares).

Cuatro cartas, un evangelio

A algunos les parece que cuatro evangelios comprometen la unidad del evangelio de la iglesia. Marción había propuesto un solo evangelio, que tenía la ventaja de evitar cualquier discrepancia o inconsistencia. Alrededor de 165 E.C., Tatiano de Siria había producido el Diatesarón (literalmente "uno por medio de cuatro"). Tatiano había creado un solo evangelio compuesto al combinar y armonizar los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El texto completo de esta obra innovadora no ha sobrevivido, pero sí revela otro impulso para convertir la unidad en un hecho. Pero la antigua iglesia rechazó tales impulsos y decidió más bien entender los cuatro evangelios como cuatro testimonios de un solo relato evangélico, un solo mensaje de salvación. Ireneo embelleció este punto arguyendo que, así como hay cuatro regiones en el mundo y cuatro direcciones del viento, así también hay cuatro pilares del evangelio que Dios había dado al mundo. Ireneo consideró que el número cuatro era evidencia de la autenticidad de los evangelios; la iglesia mundial no podía poseer ni más ni menos que un evangelio cuádruple.

Eusebio, consejero del emperador Constantino

Cuando Eusebio produjo su "lista" en tres categorías en 325 E. C., empleó criterios menos imaginativos que los que Ireneo había defendido más de un siglo antes. Eusebio pregunta si las anteriores generaciones de dirigentes de la iglesia habían mencionado escritos; si el estilo de estos escritos concuerda bien con escritos de los cuales se sabe que habían sido escritos a principios de la historia de la iglesia, y si el contenido de esos escritos es consistente con la ortodoxia establecida. Si los escritos que proclaman representar la fe no se ajustan a estos criterios, él los denomina "falsificaciones de herejes".

El canon fue reservado para obras anteriores, hasta donde su antigüedad podía establecerse. Los compiladores del Canon Muratorium habían rechazado El Pastor de Hermas, a pesar de su popularidad, porque se sabía que había sido compuesto "recientemente". Sobre una base más pintoresca, algunos argüían que la hiel no debería mezclarse con la miel, ésta última representando presumiblemente obras más ortodoxas. Pero ninguna de las listas canónicas menciona la inspiración como criterio para establecer cuáles escritos debían ser incluidos en el canon. Aparentemente, la razón es que, puesto que todos los cristianos están llenos del espíritu, invocar la inspiración no habría sido útil como instrumento para distinguir los escritos cristianos canónicos de los escritos cristianos extracanónicos. Se observa a menudo que el único escrito del Nuevo Testamento que se dice inspirado es el Apocalipsis de Juan, y es precisamente este libro el que estaba más a menudo entre los escritos nominados para ser incluidos en el Nuevo Testamento. La lista de Eusebio en 325 E. C. nombra veintiún escritos como "reconocidos", o aceptados como canónicos, si suponemos que él incluye la carta a los Hebreos entre las cartas de Pablo, y si contamos Apocalipsis entre las obras en disputa. Eusebio no dice cuáles cartas de Pablo incluye; e incluye Apocalipsis dos veces, una vez entre los libros reconocidos y una vez entre los disputados.

La carta de Pascua de Eusebio

La siguiente lista que sobrevivió desde la antigüedad es la lista de Atanasio, publicada en 367 E. C. Si lista nombra los mismos veintisiete libros que constituyen nuestro Nuevo Testamento. En los años que transcurrieron entre  Eusebio y Atanasio, los seis libros que eran disputados o rechazados se abrieron camino hasta llegar a la categoría de los reconocidos. Desde los días de Atanasio hasta los nuestros, permanecen en el canon, aunque han sido cuestionados de tanto en tanto por importantes dirigentes eclesiásticos y teólogos. Por ejemplo, Martín Lutero pensaba que Santiago, Judas y Apocalipsis no eran aptos para ser incluidos entre los libros canónicos.

La Biblia y las intrigas políticas

¡Qué ocurrió entre el tiempo de Eusebio y el de Atanasio que pueda explicar el último paso en dirección de un consenso? ¿Cómo decidió finalmente la iglesia cuáles escritos incluir y cuáles dejar fuera? Desafortunadamente, nuestras fuentes guardan silencio sobre este problema. El Concilio de Nicea en 325 E. C. no resolvió la cuestión, y ni Eusebio ni Atanasio ni ningún otro escritor de ese período nos dice cómo ocurrió esto.

Un desarrollo sugiere una explicación intrigantemente plausible. En 331 E.C., el emperador romano Constantino envió una carta, cuyo texto ha sobrevivido, al obispo Eusebio en Cesárea pidiéndole que hiciera arreglos para la producción de cincuenta Biblias. Estos libros serían copias, hábilmente ejecutadas
en fino pergamino, de "las divinas escrituras", para uso en las iglesias de la nueva capital del imperio, Constantinopla. Constantino no sólo prometió pagar todos los gastos incurridos en este proyecto, sino que también proporcionó dos carruajes para garantizar el rápido despacho de las copias terminadas para que él las inspeccionara personalmente.

Eusebio era consejero y confidente del emperador. Es ampliamente considerado el principal arquitecto de la filosofía política del imperio reconstituido de Constantino. Era aliado de confianza del emperador en la defensa y la implementación de las políticas del estado recientemente cristianizado. Eusebio sabía que Constantino estaba preocupado por la unidad de la iglesia y la unidad del estado. Eusebio también sabía que estas nuevas biblias preparadas para la ciudad capital jugarían un papel importante en la unidad de la iglesia. La inclusividad de la lista de Atanasio  parecía un acomodo político. Esto resuelve el desacuerdo sobre la posición canónica de Hebreos y Apocalipsis al incluirlos a ambos. Por lo tanto, parece plausible conjeturar que la adición de los seis últimos libros a la lista canónica no fue resultado de argumentos históricos ni teológicos, sino que fue motivada por las necesidades del estado. En otras palabras, el canon del Nuevo Testamento se decidió para todos los fines prácticos cuando Constantino dio la orden de crear 50 biblias. Su publicación era evidencia palpable de la unidad de la iglesia y, por ende, de la unidad del imperio.

Una Biblia de extremos abiertos

El canon del siglo cuarto ha sido duradero, pero no fue considerado final y nunca ha sido universal. Entre las iglesias ortodoxas orientales, la diversidad canónica evidente antes de Constantino continuó. Por ejemplo, el canon de la iglesia de Siria es el peshita, una versión siríaca del Nuevo Testamento que data del siglo quinto. La versión peshita carece de 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas, y Apocalipsis. Lutero ubicó a Hebreos, Santiago, Judas, y Apocalipsis de último en su traducción del Nuevo Testamento en 1522 porque tenía dudas acerca de su posición en el status canónico. La Biblia de Gustavo Adolfo (Estocolmo, 1618) identifica a éstos como escritos apócrifos. William Tyndale,"el padre de la Biblia inglesa", colocó estos mismos cuatro escritos en último lugar en su traducción del Nuevo Testamento en 1526, aparentemente siguiendo la práctica de Lutero.

la Iglesia Católica Romana no emitió una declaración autorizada acerca del contenido de la Biblia sino hasta el 8 de abril de 1546, cuando el Concilio de Trento, por el voto de veinticuatro a quince, con dieciséis abstenciones, declaró que los escritos de la Vulgata Latina de Jerónimo era el canon oficial de la iglesia. Sin embargo, el canon católico romano difiere de la Biblia aceptada por la mayoría de las iglesias protestantes: incluye el Antiguo Testamento apócrifo, una serie de libros intertestamentarios omitidos en las Biblias protestantes.

En realidad, ningún canon ha sido aceptado como final por la iglesia entera. Para la iglesia católica universal con "c" minúscula, el status del canon actual se parece a lo que era en los días de Eusebio: es tanto una cuestión de consenso como una cuestión de diferencias.

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