ALGUNAS CONTRADICCIONES BÍBLICAS SOBRE
EL PROBLEMA DE LA FE VS. LAS OBRAS

Traducido de Internet


¿Puede la fe, y la fe sola, justificarnos a la vista de Dios, o también tenemos que hacer buenas obras para que podamos salvarnos?

La epístola paulina a los Romanos asume la anterior posición, y la defiende citando la historia de Abraham, el patriarca del Antiguo Testamento, a quien Dios pidió que sacrificara su hijo Isaac como prueba de su fidelidad:

En realidad, si Abraham hubiera sido justificado por las obras, habría tenido de qué jactarse, pero no delante de Dios. Pues ¿qué dice la Escritura? "Creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia". ... En efecto, no fue mediante la ley como Abraham y su descendencia recibieron la promesa de que él sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe". -- Romanos 4:2, 3, 13 (NVI).

Sin embargo, de manera un poco divertida, la epístola de Santiago cita la misma historia para defender su propia posición, ¡pero extrae de ella la posición exactamente opuesta!

"¿No fue declarado justo nuestro padre Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su hijo Isaac? Ya lo ves: Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la perfección por las obras que hizo. Así se cumplió la escritura que dice: "Le creyó Abraham a Dios y esto se le tomó en cuenta como justicia, y fue llamado amigo de Dios. Como pueden ver, a una persona se le declara justa por las obras, y no sólo por la fe". -- Santiago 2:21-24 (NVI).

En el Nuevo Testamento, las buenas obras a menudo se consideran sinónimas de obedecer la ley judía, y en los primeros días del cristianismo, a menudo rugían encendidos debates sobre si la ley todavía debía ser obedecida. Por lo general, las cartas paulinas sostenían que las leyes del Antiguo Testamento habían sido abolidas (véase Gálatas 2:16, 3:11-12); pero, en otra divertida autocontradicción bíblica, que hace aparecer el espectro de la interpolación, el libro de Romanos no puede ponerse de acuerdo ni siquiera consigo mismo sobre este punto.

"Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado ... Sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige". -- Romanos 3:20, 28 (NVI, énfasis añadido).

versus

"Todos los que han pecado sin conocer la ley, también perecerán sin la ley; y todos los que han pecado conociendo la ley, por la ley serán juzgados. Porque Dios no considera justos a los que oyen la ley sino a los que la cumplen". -- Romanos 2:12, 13 (NVI, énfasis añadido).

Difícilmente podría imaginarse una contradicción más completa. Romanos 3 dice que nadie que obedezca la ley judía será declarado justo, sino que un hombre es justificado por fe sin observar la ley. Romanos 2 dice lo diametralmente opuesto, que los que obedecen la ley serán declarados justos, y que un hombre que meramente oye la ley sin obedecerla (es decir, alguien que trata de justificarse a sí mismo por fe solamente) será debidamente castigado.

Los evangelios contienen una contradicción más sobre el problema de la fe versus las buenas obras. Ésta se debe a Jesucristo mismo, y se centra alrededor de la manifiesta inconsistencia entre las palabras de Jesús y sus obras.

En Mateo 19, un joven va a ver a Jesús y le pregunta qué debe hacer para obtener la vida eterna en el cielo. Jesús menciona cinco de los diez mandamientos, y le dice que se asegure de guardarlos. El joven contesta que ya lo ha hecho, y pregunta si hay alguna otra cosa que deba hacer.

"Jesús respondió: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme". -- Mateo 19:21 (NVI).

Este apoyo a las buenas obras como medio para alcanzar el cielo suscita algunas dificultades para los que arguyen que la fe sola es suficiente para la salvación. Pero dejemos ese punto a un lado por el momento. Teniendo presente el consejo de Jesús aquí, saltemos a dos días antes del arresto y la crucifixión de Jesús. Marcos capítulo 14 relata un incidente muy desusado en este punto de la vida de Jesús:

"En Betania, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Simón llamado el leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy costoso, hecho de nardo puro. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Algunos de los presentes comentaban indignados: ¿Para qué este desperdicio de perfume? ¡Podía haberse vendido por muchísimo dinero para darlo a los pobres! Y la reprendían con severidad.

"Déjenla en paz - dijo Jesús. ¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo. A los pobres siempre los tendrán con ustedes, y podrán ayudarlos cuando quieran; pero a mí no me van a tener siempre. Ella hizo lo que pudo. Ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura. Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo". -- Marcos 14:3-9 (NVI).

"Hagan lo que yo digo, no lo que yo hago" no parece haber estado incluido en las enseñanzas del Hijo del Hombre, y así, la reacción airada y perpleja de los discípulos es plenamente comprensible. Cuando una mujer ungió a Jesús con abundante y costoso perfume, los discípulos pensaron sin duda que ellos sólo estaban siguiendo sus enseñanzas cuando la reprendieron por su desperdicio de dinero que de otro modo podría haber sido gastado en causas más dignas. Pero entonces Jesús sale a defender a la mujer, reprendiendo a los discípulos como si hubiesen hecho algo malo al señalar esto, y diciendo, más bien con cierto egoísmo, que él debería disfrutarlo puesto que, de todas maneras, pronto se habría ido. (En línea con la teoría de que el de Marcos fue el primer evangelio y que escritores posteriores se echaron encima la tarea de "corregir" sus pasajes teológicamente difíciles, Juan 12 presenta a Judas diciendo esto porque quería robar el dinero para sí mismo. Sin embargo, esto no altera la subyacente moraleja, ni resuelve la inconsistencia).

Ninguna fuente apologética que yo conozca resuelve la evidente discrepancia entre las estrictas reglas que Jesús establecía para que las obedecieran otros, y esta indulgencia en el desperdicio que él mismo concedió. Como muchas otras en la Biblia, esta contradicción debe ser marcada como no resuelta.


 
Heterodoxos

Sección de Libros1

Index1