EL ESPÍRITU HUMANO
Colleen Tinker
Traducido de Proclamation!
Edición de septiembre-octubre de 2004
"Cuerpo más aliento es
igual a alma viviente" salmodiaba mi maestro de Biblia en la
escuela preparatoria, mientras escribía la ecuación sobre el
pizarrón. Yo estaba en séptimo grado, y me sentía segura al
contemplar la concisa fórmula que se hacía eco de Génesis 2:7:
"Y formó Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre alma viviente". La
frase sencilla de mi maestro contenía una fórmula poderosa -
el espíritu humano es simplemente aliento - que me ayudaba a
separarme de los "protestantes apóstatas" y me protegía del
engaño. Más que cualquier otra, esta doctrina había conformado
mi visión del mundo. A causa de esta "verdad" definitoria,
estaba segura de varias cosas. Por ejemplo, entendía que la
palabra "alma" era una referencia poética a "una persona" o
quizás a su personalidad. Un "alma viviente" era simplemente
alguien que no había muerto todavía. Además, cuando la gente
moría, sus almas dormían; en otras palabras, nada quedaba de
ellos, excepto un recuerdo en la mente de Dios. Sus cuerpos
iban a la tierra, y su espíritu (aliento) regresaba al
Creador. A causa de esta creencia, yo podía estar segura de
que ningún pariente muerto regresaría para engañarme con el
espiritismo. Cualquier espectro potencial que yo viera sería
ciertamente un demonio, no el abuelo. También, se me decía
repetidamente que esta creencia era un gran consuelo; como no
quedaba nada de mis seres amados muertos, no se enterarían de
mi persistente desobediencia y sufrimiento. (Siempre dudé del
consuelo de esta doctrina. A veces deseaba que los que morían
pudiesen estar con Jesús, aunque se enterasen de todos mis
secretos, pero en seguida suprimía este anhelo por
considerarlo una peligrosa tentación).
Estas eran las cosas que yo sabía como persona de doce años de
edad. Sin embargo, a medida que crecía, me daba cuenta de que
esta creencia de que "espíritu es igual a aliento" tenía
implicaciones para la naturaleza de Jesús y también del
pecado. Se me decía que Jesús era exactamente como nosotros
los seres humanos. No tenía ninguna ventaja sobre nosotros, a
pesar de haber sido concebido por obra del Espíritu Santo.
Aunque era definidamente Dios, mientras estuvo en la tierra
tomó sobre sí la humanidad e hizo a un lado su ventaja divina
por amor a mí. Como yo lo entendía, por su concepción
milagrosa, Jesús recibió la mitad de sus cromosomas por parte
de Dios y la otra mitad por parte de María. Y sin embargo,
esta extraña disposición resultó en que fuese 100% Dios y 100%
humano. Esta anomalía genética generó discusiones en la
iglesia, que todavía no se han resuelto: ¿Heredó Jesús o no la
naturaleza pecaminosa de María? La misma Ellen White hizo
afirmaciones que daban autoridad a los partidarios de ambos
lados del argumento.
Si Jesús heredó la naturaleza pecaminosa de María, ¿entonces
se puede decir que es sin pecado? Pero, si no heredó la
naturaleza pecaminosa de María, tenía una ventaja sobre
nosotros, lo cual significaba que no teníamos esperanza de ser
justos. Se nos decía que Jesús era nuestro ejemplo. Debido a
que guardó la ley perfectamente, nosotros podríamos hacerlo
también potencialmente. Sin embargo, si no heredó la carne
pecaminosa de María, no podría propiamente ser nuestro
ejemplo. Este dilema no pudo ser resuelto. Cada vez que
trataba de llegar a una conclusión, quedaba confundido y tenía
que dejar de pensar.
Con el tiempo, me di cuenta de que esta perplejidad sí tenía
una solución, pero no pude encontrarla sino hasta que
reexaminé mi interpretación de "espíritu".
Entendí que las palabras tanto hebrea como griega para
"espíritu", a saber, ruach
y pneuma,
respectivamente, tienen que ver con viento, aliento, o poder
divino. En el Antiguo Testamento, la palabra ruach se refiere con
frecuencia al poder divino de Dios, aunque a veces significa
también el espíritu humano. Sin embargo, en el Nuevo
Testamento, la palabra pneuma
ocurre 379 veces. De estas ocurrencias, 250 se refieren al
Espíritu Santo. Cuarenta veces, la palabra denota la parte de
la personalidad humana que puede tener una relación con Dios.
El resto de las apariciones de la palabra se refiere a
espíritus demoníacos, inmundos, malvados, o celestiales. Sin
embargo, a pesar de los significados literales de la raíz de
las palabras en el sentido de aliento, aire, o viento, su uso,
particularmente en el caso de pneuma en el Nuevo Testamento, denota
claramente una identidad consciente, no física, pero real. *
¿El Espíritu Santo en mi nariz?
Hace como siete años, Richard y yo estábamos en esa enrarecida
situación de saber que estábamos en una trayectoria fuera del
adventismo, pero todavía sin saber cómo ni cuándo saldríamos.
Habíamos devorado la Biblia de estudio de Dale Ratzlaff sobre
el nuevo pacto en su libro Sabbath
in Crisis (ahora se llama Sabbath in Christ) y, por primera vez en
nuestras vidas, estábamos experimentando la seguridad y la
presencia tangible, diaria, de Jesús. Mientras continuaba
estudiando, yo oraba para que Dios me dirigiera hacia los
libros que Él quería que yo leyese. Un día, caminé hacia
nuestros anaqueles y tomé un libro que yo había estado
llevando conmigo desde - bueno, ¿desde cuándo? No recuerdo
cómo ni cuándo obtuve ese libro. Sólo sabía que lo había
tenido por años y nunca lo había leído. Se titulaba Like A Mighty Wind [Como
un viento poderoso], y había sido escrito por Mel Tari, un
evangelista indonesio. Publicado en 1971, el libro detallaba
incidentes y milagros que ocurrieron durante el reavivamiento
indonesio de la década de 1960.
Recuerdo pocos detalles del libro. Sin embargo, mi inolvidable
experiencia con él ocurrió mientras leía un capítulo en el que
Tari explicaba su interpretación de lo que le ocurre a un
pagano cuando acepta a Jesús y da la espalda a los demonios de
su anterior religión. Mientras leía y cavilaba, de pronto puse
el libro a un lado y me quedé mirando por la ventana. Con el
repentino efecto de un faro que ilumina una caverna
subterránea, la certeza llenó mi mente: mi espíritu debe
ser algo real y consciente para que el Espíritu Santo se
comunique conmigo por medio de él. Mi espíritu no
puede ser mi aliento; si fuese así, el Espíritu Santo estaría
hablándome en mi nariz. Lo absurdo de mi creencia de toda la
vida me sorprendió.
Yo conocía el argumento adventista para oponerse a esta idea.
Dicen que el Espíritu Santo se comunica con nosotros por medio
de nuestras mentes. De hecho, una de las razones por las que
debíamos observar las leyes adventistas sobre la alimentación
y la salud era para que tuviésemos mentes claras y pudiéramos
estar seguros de poder "escuchar" al Espíritu Santo. De manera
similar, debíamos sumergirnos y sumergir a nuestros hijos en
escuelas adventistas para desarrollar nuestros intelectos y
poder percibir el Espíritu Santo.
Sin embargo, Pablo, citando a Isaías en 1 Corintios 1:19,
escribió: "Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé
el entendimiento de los entendidos". Más adelante en la carta,
Pablo continúa: "Lo cual también hablamos, no con palabras
enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el
Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre
natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente" (1 Corintios 2:13-14).
Pablo estaba describiendo claramente alguna clase de
"sabiduría" aparte del análisis intelectual. Dice que el
Espíritu Santo "se discierne espiritualmente", y que no es
reconocido por la mente. Además, Pablo dice que una persona
sin el Espíritu Santo no puede discernir a Dios, y sin
embargo, las personas sin el Espíritu Santo tienen intelecto.
Lo que dice la Biblia
Después de mi alarmante revelación de que yo tenía un espíritu
que conoce a Dios y puede comunicarse con Él, todo comenzó a
verse diferente. Los textos que yo había pasado por alto como
metáforas, súbitamente adquirieron un nuevo significado.
Cuando, en Getsemaní, Jesús pidió a sus discípulos que velaran
y oraran para que pudieran resistir la tentación y dijo: "El
espíritu está presto, pero la carne es débil", estaba hablando
de dos componentes distintos de ellos. Sus espíritus, que eran
sensibles a la verdad de Dios, estaban dispuestos a velar y
orar y resistir la tentación, pero sus cuerpos eran carne, y
eran vulnerables. Jesús sabía que ellos necesitaban estar
sometidos activamente a Dios o su carne sucumbiría.
Cuando Lucas escribió sobre el nacimiento de Juan el Bautista
y concluyó: "El niño crecía, y se fortalecía en espíritu"
(Lucas 1:80), no estaba hablando metafóricamente. Estaba
hablando de la parte de Juan que estaba supeditada a Dios y
respondía a Él. No hablaba de su cuerpo ni de su mente física.
Uno de los textos que me habían causado perplejidad por años
ahora estaba claro: Juan 4:23-24. Cuando Jesús se encontró con
la mujer samaritana junto al pozo, ella le preguntó dónde
debía adorar la gente. Los judíos afirmaban que Jerusalén era
el único lugar donde podía tener lugar el culto
verdadero, pero a los samaritanos no se les permitía asociarse
con los judíos, y adoraban en el monte Gerizim. Jesús
echó por tierra la idea de espacio santo con una sola frase
corta: "Llegará el momento, y ya está aquí, en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad, porque ellos son la clase de adoradores que el Padre
busca. Dios
es espíritu, y sus adoradores deben adorarle en espíritu y
en verdad".
Es claro que Jesús no podía estarse refiriendo a la mente, al
intelecto, o al aliento en su referencia al espíritu. "Dios es
espíritu", dijo, y sus seguidores debían adorarle en espíritu
- en la parte de ellos que conoce al Espíritu de Dios - y en
verdad. La verdad requiere las funciones mentales de saber y
decidir, y la verdad encuentra su cumplimiento en Jesús. Sin
embargo, al espíritu se lo compara con la esencia de Dios. El
espíritu debe tener voluntad y alguna especie de conocimiento
y conciencia para adorar a Dios.
Más tarde, Pablo escribió nuevamente a los corintios,
instándoles a que se mantuviesen alejados de "todo lo que
contamina el cuerpo y el espíritu, perfeccionando la santidad
por reverencia a Dios" (2 Corintios 7:1). Si el espíritu fuese
el aliento - o siquiera una metáfora de la esencia de una
persona - no estaría sujeto a contaminación o santidad.
Estos y otros textos indican claramente que el espíritu no es
el aliento de nuestro sistema respiratorio. De manera similar,
no es una metáfora de la personalidad del individuo. Antes
bien, es algo vital en nosotros, que puede conocer a Dios - o
puede rehusar conocerle. Finalmente, es lo que va a Dios
cuando uno de sus hijos muere. Cuando Jesús exclamó desde la
cruz: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", no estaba
enviando su aliento literal de vuelta a Dios. Estaba
entregando a Dios la parte de Él mismo que conocía al Padre y
le amaba y confiaba en Él.
La identidad de Cristo
El descubrimiento de que el espíritu de un ser humano es algo
volitivo y consciente en vez de meramente aliento ha resuelto
finalmente mi confusión sobre la naturaleza de Cristo al
resolver la naturaleza del pecado heredado. He aquí de lo que
me di cuenta: Cuando
Adán y Eva pecaron, murieron efectivamente ese mismo
día, tal como Dios les había advertido. Murieron
espiritualmente. Oh, sí - yo había oído decir que
habían muerto espiritualmente, pero, en el adventismo, la
"muerte espiritual" era una metáfora para indicar que
súbitamente se sintieron culpables, temerosos de Dios, e
incapaces de relacionarse con Él porque uno de ellos había
violado la ley. En realidad, la vergüenza y el temor de Adán
y Eva eran el resultado de algo mucho más serio que una
simple desobediencia. Sus espíritus - las partes esenciales
de ellos que conocían a Dios - quedaron súbitamente fuera de
la comunión con Él y murieron.
En realidad, su muerte espiritual era tan seria que la brecha
entre ellos y Dios no podría ser reparada nunca sino hasta que
viniera un Redentor, derramara su sangre, y llevara sobre sí
los pecados de toda la humanidad. Sólo cuando el Hijo de Dios
mismo abriese finalmente un camino nuevo y vivo hasta el Padre
al morir por toda la raza podría nuevamente un espíritu humano
conectarse otra vez directamente con el Espíritu de Dios.
Antes de que este sacrificio ocurriera, la gente podía
salvarse por fe en su promesa, pero no podían ser restaurados
a la intimidad con Dios. No fue sino hasta el Pentecostés
cuando algunos seres humanos fueron restaurados a una comunión
tan íntima que el Espíritu de Dios vivió en ellos y trajo sus
espíritus muertos a una nueva vida.
Por fin caí en la cuenta de que la muerte
espiritual de Adán y Eva era el pecado que yo - y toda la
humanidad - heredamos. Puesto que el espíritu es una
cosa real, no meramente aliento, esta idea ya no tenía que ser
explicada en términos físicos. Aparentemente, por medio del
ADN de mis padres, mi "carne de pecado" había heredado, no
sólo los defectos físicos inducidos por el pecado, sino
también todas mis propensiones al mal. Se me había enseñado
que el pecado era inevitable porque yo había heredado el
pecado en mis genes.
Sin embargo, esta explicación del pecado heredado había creado
el dilema de si Cristo había heredado o no el pecado de María.
Ahora por fin entendí. Jesús era humano; por supuesto, heredó
los genes de María. Pero no eran los genes lo que habían
determinado su "naturaleza". Desde el momento de la concepción de
Jesús por el Espíritu Santo, Jesús estaba espiritualmente
vivo. A diferencia de todos los otros humanos que
hayan nacido jamás, Jesús tenía un espíritu viviente conectado
íntimamente con el Padre desde el momento de su concepción por
medio del Espíritu Santo. No tuvo que experimentar un nuevo
nacimiento de la manera en que tendrían que experimentarlo sus
seguidores. Nació
espiritualmente vivo. Los detalles de la herencia
genética de Jesús son un misterio que Dios no nos ha revelado.
Para nosotros, es suficiente saber que, aunque María era su
madre humana y pecadora, que también necesitaba un Salvador,
la herencia humana de María por parte de Jesús no le hacía
pecador. Su
condición sin pecado no era principalmente un asunto
genético; era una cuestión espiritual.
Esta intrínseca vida espiritual es lo que hacía de Jesús el
"segundo Adán". Así como Adán fue creado con un espíritu
viviente en íntima conexión con Dios, también Jesús fue
concebido como ser humano sin pecado, vivo espiritualmente.
Sin embargo, Jesús no era solamente humano. También era Dios.
Finalmente, me di cuenta de la herejía que era pensar que
Jesús no podía haber tenido ventaja sobre mí. Sólo una persona
espiritualmente viva podría traer a la vida a los
espiritualmente muertos. Sólo mi Creador podría tener
la autoridad para restaurarme a sí mismo. Si Jesús no hubiese
venido como ser humano sin ser tocado por la muerte espiritual
del pecado original, jamás podríamos haber sido salvados. De
manera concurrente, si Cristo hubiese sido una mera criatura
en vez del Creador, no podría haber asumido responsabilidad
por todos nosotros. No fue la perfecta observancia de la ley por parte
de Jesús lo que nos salvó y puso el ejemplo para nuestras
vidas. Fue su sangre inocente derramada lo que nos salvó. Su
vida perfecta redimió nuestras vidas, pero su espíritu sin
pecado salvó nuestras almas.
Fue su espíritu viviente sin pecado lo que Jesús entregó a su
Padre al morir. Su cuerpo, marcado por los genes de María,
murió y yació en la tumba. Cuando resucitó, recibió un cuerpo
glorificado diferente del cuerpo mortal que había heredado de
María. Su cuerpo resucitado es prueba de que nosotros también
perderemos nuestra carne mortal cuando muramos, y en la
resurrección, recibiremos cuerpos espirituales que no han sido
tocados por los defectos heredados, tal como lo hizo Jesús (1
Corintios 15:35-49).
El nuevo nacimiento
Comprender que mi espíritu es una parte real, sapiente,
volitiva, de mí mismo me ayudó a entender finalmente el nuevo
nacimiento. Jesús le dijo a Nicodemo: "Te digo una verdad, que
nadie puede entrar al reino de Dios a menos que haya nacido
del agua y del Espíritu. Lo que nace de la carne, es carne,
pero lo que nace del Espíritu, es espíritu" (Juan 3:5-6).
Cuando una persona acepta la muerte y la resurrección de Jesús
como expiación por sus pecados, el resultado inmediato es que
Dios pone su Espíritu en esa persona como sello de su posición
en Cristo y como garantía de su futura resurrección y su
herencia gloriosa con Cristo (Efesios 1:13-14; 2 Corintios
1:21-22). Esta morada interior del Espíritu Santo produce el
nuevo nacimiento que Jesús le describió a Nicodemo: "Lo que
nace del Espíritu, espíritu es".
En otras palabras, cuando yo acepté a Jesús y su Espíritu vino
y habitó en mí, mi propio espíritu, que estaba separado de
Dios y muerto en mis pecados heredados, revivió. En ese
momento, fui una nueva criatura, un verdadero hijo de Dios
nacido de su Espíritu (2 Corintios 5:17; Juan 1:12.13). Sólo
los que han nacido del Espíritu son verdaderamente hijos de
Dios, y el Espíritu Santo confirma esta nueva identidad
(Romanos 8:16).
Pentecostés marcó el comienzo de esta nueva obra de Dios.
Debido a que el cuerpo quebrantado de Jesús había abierto un
camino nuevo y vivo hasta el Padre (Hebreos 10:19-20), ahora
era posible que la humanidad tuviese una nueva relación con
Dios, que había sido imposible antes de la muerte de Jesús. A
causa de que Jesús derramó su sangre inocente y conquistó la
muerte, está presente en la tierra en nosotros, sus nuevas
creaciones. Fungimos como sus embajadores, y porque somos
nacidos del Padre por su Espíritu, llevamos a cabo su obra de
reconciliación "como si Dios estuviese apelando por medio de
nosotros" (2 Corintios 5:20). Ya no somos "en Adán" (1
Corintios 15:22); somos "en Cristo". Somos seres completamente
nuevos, con nuevas identidades, nuevo poder, nuevo potencial,
y una nueva posición en Dios.
El
pecado,
la salvación, y el Salvador
Se ha dicho que todas las falsas religiones tienen un falso
concepto del pecado, la salvación, y el Salvador. A menos que
entendamos estos tres hechos básicos de la vida, tendremos una
errónea comprensión de nuestra verdadera condición y nuestra
necesidad de Jesús.
He llegado a ver que mi antigua creencia - de que mi espíritu
es meramente mi aliento - deformó mi percepción de todos los
tres conceptos, pecado, salvación, y Jesús. Mientras yo creía
que mi espíritu es mi aliento, entonces mi pecado heredado
sería físico y centrado en mi mente y mi personalidad. Si
fuera físico, entonces yo podría hacer algo para modificarlo.
Así como podría trabajar para aumentar mi fuerza muscular,
también podría llevar una vida limpia, guardar la ley, y
ejercer mi fuerza de voluntad, ayudándome así a perfeccionarme
y alcanzar la justicia que la ley demanda.
Además, si mi pecado estuviese basado en mis genes, el aceptar
a Jesús no podría realmente cambiar ese pecado hasta la
resurrección. Mi justicia sólo sería en realidad esperanza o
una promesa para el futuro, y yo sólo podría tener la
esperanza de que eventualmente "llegaría al cielo" y encontrar
la perfección que procuraba en la tierra. Tal creencia hace de
la salvación una realidad futura, no una realidad presente.
También, si el pecado es meramente físico, entonces el
Espíritu Santo no tiene más trabajo que ayudarnos a cambiar
nuestra mentalidad sibarítica y hacernos buenos. Sin embargo,
Romanos 6:22 afirma claramente que los seguidores de Cristo
"han sido liberados del pecado y han sido hechos
esclavos para Dios". "El Espíritu Santo funciona en nuestros
espíritus. Nuestras mentes y emociones descarriadas no definen
nuestro pecado; sólo reflejan nuestra herencia pecaminosa.
Obviamente, mi carne todavía peca; pero, si en fin de cuentas,
el pecado es espiritual, cuando el Espíritu Santo lleva vida a
mi espíritu, el poder del pecado en mí queda quebrantado. Mi
salvación no depende de mi conducta o mi mente. El Dios del
universo vive en mí, y yo soy nacido del Espíritu. Soy una
nueva creación. Mi salvación está asegurada y es efectiva
ahora. Debido a mi nueva identidad, ahora tengo el poder del
Espíritu Santo actuando en mí, no sólo trayendo vida a mi
espíritu, sino también trayendo sanidad a mis emociones y mi
mente dañadas por el pecado y dando testimonio a mi espíritu
de que soy hijo de Dios. Su presencia en mí ahora hace posible
que yo escoja rendirme a Él en lugar de ser vencido por el
pecado cuando soy tentado. Él ha quebrantado el poder del
pecado en mí.
Finalmente, si el pecado es genético en vez de espiritual,
entonces Jesús no podría realmente haber sido nuestro
Salvador. Biológicamente, habría tenido que heredar los genes
de María marcados por el pecado, y debió haber tenido una
naturaleza intermedia. Si su espíritu hubiese sido su aliento,
entonces su condición espiritual habría sido definida por su
rendimiento físico. Su perfecta observancia de la ley habría
tenido que ser la base de nuestra salvación. Si el pecado
fuese meramente genético, entonces la perfección humana de
Jesús debería ser posible también para nosotros, porque él
heredó la carne humana lo mismo que nosotros. Sin embargo, si
su espíritu es más que aliento, entonces el espíritu de Jesús
define su condición espiritual. Su Espíritu estaba vivo desde
su concepción; no necesitaba un nuevo nacimiento. Debido a que
tuvo un espíritu viviente desde la concepción, no heredó el
pecado de la humanidad. Su espíritu inmaculado y su intimidad
con el Padre le daban el poder para no sucumbir nunca a las
tentaciones que soportó como ser humano.
Mi maestro de Biblia del séptimo grado casi estaba en lo
cierto. "Cuerpo más aliento es igual a alma viviente". Sin
embargo, su interpretación adventista de ruach meramente como
"aliento" o "aire" negaba el poder eterno del Espíritu Santo
para dar vida implícito en el texto de Génesis. Según la
explicación de mi maestro sobre la vida humana, nosotros no
somos diferentes de los animales; somos cuerpos que respiran.
Cuando morimos, cesa nuestra respiración, y también nosotros.
En vez de eso, el maestro debió haber dicho: "Cuerpo más
Espíritu de Dios es igual a alma viviente". La diferencia
entre la ecuación de él y la mía es pequeñita - una variante
interpretativa de una palabra hebrea. Sin embargo, es una
diferencia que lo conduce a uno bien a las arenas movedizas de
la herejía o a la sólida roca de la seguridad en Jesús.
Es la diferencia entre la vida y la muerte.
*New Bible Dictionary,
third edition, reprinted 1997; Inter-Varsity Press; p. 1125.
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