MIS EXPERIENCIAS CON EL

ADVENTISMO DEL SÉPTIMO DÍA

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Capítulo 2


JUSTIFICACIÓN

La verdad a la que hemos aludido en el capítulo anterior es que el hombre alcanza la paz con Dios sólo después de que ha sido justificado por medio de la fe en los méritos de Jesús, tal como dice Romanos 5:1: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". Leyendo el contexto en la Biblia para ver de qué ha estado hablando Pablo en su carta, vemos que el pasaje en particular es la conclusión de un argumento,que comienza al principio de su carta, en el cual Pablo demuestra, primero, la culpabilidad de judíos y gentiles delante de Dios y su irremediable separación de Él; después, que las obras no le sirven al hombre para ponerse en paz con Dios, y finalmente, que la justificación viene por fe, por medio de Jesucristo, como hemos visto en el pasaje citado.

Antes de seguir adelante, es pertinente preguntarnos: ¿Qué es justificación o ser justificado? Aunque paradójico, no hemos encontrado una mejor definición que la que presenta el propio Comentario Bíblico Adventista, Tomo 8, "Diccionario Bíblico", página 616, "Justificación". Después de citar las correspondientes palabras griegas y sus significados, dice así: [El verbo justificar es mucho más frecuente que el sustantivo justificación]. Usado teológicamente, es el acto divino por el cual Dios declara o considera justo al pecador penitente. La justificación es lo opuesto a la condenación. (Romanos 5:16). Ninguno de los dos términos especifica el carácter, sino sólo la posición delante de Dios. La justificación no es una transformación del carácter inherente; no imparte justicia, de la misma manera que la condenación no imparte la condición al pecador. El hombre cae bajo condenación a causa de sus transgresiones, pero, como pecador, puede experimentar la justificación sólo por medio de Dios. La condenación se gana o se merece, pero, la justificación no puede ganarse, es un 'don gratuito´ [inmerecido] (versículo 16). Al justificar al pecador, Dios lo absuelve, lo declara justo, lo considera justo, y procede a tratarlo como a un hombre justo. La justificación es un acto mediante el cual se absuelve de culpa y se declara que existe un estado justo. La acusación de haber hecho lo malo es cancelada y el pecador, ahora justificado, es puesto en la correcta relación con Dios que Pablo describe como "estar en paz con Dios" (Rom.5:1). El estado de justicia que el pecador alcanza a traves de la justificación es imputado (Rom. 4:22), esto es, contado (ver. 3), o acreditado (vers. 4). Cuando Dios imputa la justicia al pecador arrepentido, le acredita al pecador de manera figurada la expiación, provista por Cristo y su justicia, en los libros del cielo, y el pecador aparece delante de Dios como si nunca hubiera pecado".



En vista de que esta esclarecedora declaración aparece en el Comentario Bíblico Adventista, y de que el mismo Gran Conflicto invita y anima a los creyentes a escudriñar la Biblia po ellos mismos, usted se preguntará por qué tenía que haber un conflicto entre nosotros y la iglesia, puesto que la justificación por fe es justamente lo que nosotros encontramos y predicamos. Tenemos más que decir sobre esto adelante. Pero, volviendo a la justificación presentada en el Comentario Bíblico, dos cosas deberían haber ocurrido hace mucho tiempo: (1) la congregación ha debido ser informada de esta posición en relación con la justificación; y (2) al enfatizar nosotros la importancia de la justificación por fe, la congregación y los dirigentes debían haber clamado a Dios gozosamente, dando gracias por una redención tan espléndida y magnífica, ofrecida gratuitamente por un Dios tan lleno de amor y misericordia que condesciende a tratarlo así. Al fin y al cabo, nosotros no habíamos descubrierto nada nuevo. Las palabras de Pablo han estado en el mismo lugar por casi 2000 años. Pero volvamos al libro de Romanos y al argumento de Pablo.

Veamos primero la culpa. Pablo afirma: "¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera. Pues ya hemos acusado a judíos y gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni siquiera uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios." (Rom. 3:9-11). Y en el vers. 23, dice: "Por cuanto todo pecaron y están destituídos de la gloria de Dios". Así que todos somos pecadores y necesitamos urgentemente algún medio de ponernos en paz con Dios, de ser justificados. De esto no queda ni la menor duda. Está suficientemente presentado en este y otros pasajes bíblicos. Pero, ¿cómo podemos ser justificados? Pablo considera, por vía de argumento, dos posibles medios de justificación: Por las obras y por la fe.

Por boca de Pablo, la Biblia dice claramente que el hombre no es justificado por las obras de la ley sino por medio de la fe. Por ejemplo, Rom. 3:20 dice: "... ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él ...". En el capítulo 4, Pablo presenta a Abraham como ejemplo de justificación por la fe. Citando a Génesis 15:6, dice: "Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia". Y añade: "Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia sino como deuda; mas al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado". (Citando Salmos 32:1, 2).

En Gálatas 2:16, Pablo vuelve a declarar el mismo principio: "... nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, porque por las obras de la ley nadie puede ser justificado". Y finalmente, en Efesios 2:8, 9, afirma de nuevo, como si quisiera que no quedara ninguna duda: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe". En otras palabras, nada, pero nada, de lo que el hombre haga o deje de hacer le sirve para ponerse en paz, reconciliarse con Dios, y ser restaurado a su favor. Lo que llamamos justificación, la restauración al favor de Dios, no depende del hombre, ni está en su mano lograrlo, por mucho que lo intente. Un delgado, pero fortísimo hilo doble corre a lo largo de la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Dos sublimes declaraciones parecen correr parecen correr paralelas, de tal manera que el diligente y honesto buscador de la verdad las pueda entender. Una es la terrible condición del pecador y su urgente necesidad de ser justificado para con Dios. La otra es que esa justificación sólo puede obtenerse por medio de la fe en Jesús y su sacrificio en la cruz. El puente para acceder a esta justificación es la fe. La Biblia entera es una invitación a reconocer estas dos premisas y a volverse al Señor, nuestra única esperanza.

Sería muy difícil tratar de explicar el gozo y la inmensa alegría que sentimos Romelio y yo cuando entendimos esto. Fue como si un gran peso hubiese caído de nuestros hombros. Por fin, éramos libres de la esclavitud del pecado y la incertidumbre de nuestra salvación. Por fin tenía pleno significado para nuestras vidas el sacrificio de Jesús en la cruz. Ahora estábamos seguros de que nuestra justificación y nuestra salvación estaban aseguradas, precisamente porque ambas no dependían para nada de lo que nosotros hiciéramos. Nos sentimos pofundamente agradecidos al Señor por haber tenido esta oportunidad. Como nunca antes, vimos nuestra necesidad y pudimos apreciar en su justa dimensión cuánto nos amaba el Señor.

Naturalmente, como cristianos y dirigentes responsables, como poseedores de esta verdad tan sublime y tan hermosa, lo primero que se nos ocurrió fue compartir con los hermanos lo que habíamos encontrado. Comenzamos a hablar de estas csas en la Escuela Sabática y desde el púlpito. Pero ocurrió una situación que al principio no entendíamos. Precisamente lo que nosotros creíamos que debía ser motivo de alegría para la iglesia, produjo un efecto extraño. La iglsia reaccionó de una manera que nosotros jamás habríamos imaginado. Encontramos fuerte oposición casi en seguida. Enterado de lo que estaba ocurriendo en San Miguelito, el pastor Tevni Grajales, en ese tiempo director de departamento en la Asociación Panameña de los Adventistas del Séptimo Día, invitó al hermano Romelio a su casa en Balboa temprano una noche. A su vez, Romelio me invitó a mí. Parecíamos un par de Nicodemos, con la diferencia de que no fuimos a hablar con Jesús sino con Tevni. Sentados los tres en cómodos sillones, el pastor nos escuchó atentamente y en silencio mientras le contábamos lo que habíamos encontrado y cómo creíamos que lo mejor era hacer a la iglesia partícipe de este conocimiento y esta experiencia.

Cuando terminamos nuestra exposición, el pastor Grajales no mostró sorpresa alguna. No nos criticó ni nos alabó. Antes bien, nos miró directamente y dijo pausadamente: "Lo que ustedes han encontrado no es nuevo. Y esta no sería la primera vez que la justificación por la fe es presentada en  la iglesia. Ya en 1888, los pastores Waggoner y Jones presentaron la justificación por la fe en la iglesia, pero ésta rechazó este mensaje porque no estaba preparada. No se sorprendan si la iglesia rechaza esto otra vez porque, como dijo alguien, la Iglesia Adventista está todavía dando vueltas, entre los truenos y los relámpagos, al pie del Monte Sinaí. Sabias palabras, que describen con exactitud lo que nosotros mismos estábamos observando. Nos pareció bien extraña esta respuesta, nada de acuerdo con lo que nosotros estábamos esperando de un representante de esta categoría en la iglesia. No podíamos imaginarnos s la iglesia, nuestra iglesia, ignorando o rechazando una verdad tan sólidamente bíblica.

Luego, Romelio preguntó a Grajales por qué él mismo ya no predicaba la justificación por la fe, siendo que lo había hecho por un tiempo después de que llegó graduado de sus estudios de teología en Colombia. El pastor Grajales contestó que sí la predicaba, pero con otro método, que no nos explicó. Más tarde, Romelio me explicó que, algunos años antes, el mismo Grajales, recién graduado, había predicado la justificación por la fe, precisamente en San Miguelito. Por la época en que yo llegué, ya esto no se predicaba, tal vez porque Grajales había comprendido lo que ahora nos había dicho, que la iglesia no estaba preparada para esta verdad. En todo caso, yo nunca oí que esto se predicase durante el tiempo que fui miembro allí.

Nos fuimos de la casa del pastor Grajales pensativos. De todas maneras, imbuídos de gran alegría y celo, continuamos predicando en cada oportunidad en que nos reuníamos con nuestros hermanos. Y aquí se produjo otra de las muchas sorpresas  que habríamos de recibir. Cuando los dirigentes de la Asociación se enteraron de lo que ahora decíamos haber encontrado, en vez de hablar con nosotros o investigar, como correspondía, si lo que decíamos era cierto o no, nos acusaron de minar la fe y hablar contra la ley y lo que la iglesia llama El Espíritu de Profecía. Pero no era cierto que nosotros hubiésemos estado hablando contra la ley o la Sra. White. Simplemente, predicábamos lo que habíamos encontrado en la Escritura, como era nuestro deber. Además, habíamos hecho exactamente lo que la Sra. White, en la que los hermanos confían tanto, dice que todo cristiano debe hacer, según la cita del libro El Gran Conflicto mencionada más arriba: Investigar y extraer nuestras propias conclusiones.

Durante una junta de iglesia, se nos invitó a presentar lo que habíamos encontrado. Romelio y yo pasamos adelante, sin otra cosa en nuestras manos que las Biblias y un ejemplar de El Gran Conflicto, preparados para defender honestamente nuestra posición. Pero, cuando comenzamos a hablar, el pastor Ventura Rivas, encargado de la iglesia de San Miguelito en ese tiempo y quien presidía la reunión, nos addvirtió que no se nos permitiría predicar. Nosotros no estábamos predicando, pero el resultado fue igual porque, como no pudimos predicar, nos vimos obligados a sentarnos, que era precisamente lo que él quería. Nos enteramos de que este mismo pastor, pensando quizás que hacía un servicio a su iglesia y la verdad, había amontonado toda clase de falsedades sobre nuestras cabezas. Por ejemplo, había dicho, mintiendo, que Romelio había estado recibiendo literatura relacionada con Desmond Ford, un pastor adventista de la División Australiana, que había discrepado con  la iglesia, precisamente acerca de la justificación. La verdad era que Romelio sí había leído - y yo también - una revista que trataba de la discrepancia de Ford, pero la publicación era precisamente una editada por la propia iglesia, y no para laicos, sino para pastores adventistas.La revista había llegado a las manos de Romelio por pura casualidad.

En la iglesia de San Miguelito, a la esposa de Romelio, Mirina, se le pídió un viernes por la noche que saliera por un momento al pasillo exterior. Después se supo que esto se había hecho con el único propósito de poder decir, impunemente y sin ninguna vergüenza, las mayores falsedades y hacer las más inicuas acusaciones contra Romelio, que no estaba presente y que, por lo tanto, no se podía defender. En ese momento de oscuridad, a la iglesia de San Miguelito se le olvidó que, aun en los tribunales de lo que llama mundo, se le da oportunidad de defenderse y que nadie es condenado sin primero darle esta oportunidad. Si esto es cierto en caso de que el acusado sea encontrado culpable, imagínese el lector lo serio de la situación en San Miguelito, considerando que nosotros no habíamos hecho nada malo, que nuestro único delito había sido predicar la verdad, precisamente una verdad que la misma iglesia hacía muchos años debía haber estado predicando con denuedo. Así que la falta de la igleia era doblemente grave.

Otro día,  a mi casa llegaron Jorge Villarreal, Jaime Cárdenas, Valdés, y mi propio tío, Laureano Martínez, que en ese tiempo estaba de visita en San Miguelito, a notificarme que la iglesia había decidido deshermanarme. La situación era de lo más desagradable por lo embarazosa. Los hermanos no supieron justificar su presencia en mi casa, ni las razones para siquiera considerar una desfraternización. Invocaron el Manual de Iglesia. Pero nosotros lo conocíamos perfectamente, y sabíamos que en él no había ni una sola razón, ni un solo punto que apoyara la decisión de expulsarnos. En nada habíamos violado los reglamentos de la iglesia. Por lo tanto, cualquier decisión contra nosotros sería necesariamente ilegal y arbitraria. Así lo entendí yo. Nunca he tenido mucha paciencia para los abusos y las arbitrariedades, vengan de donde vengan. Me enojé, y les dije a los hermanos que yo estaba seguro de que la iglesia ya había decidido de antemano nuestra expulsión. Añadí que no veía la necesidad de seguir hablando y que lo mejor era que procedieran con lo que habían dedcidido porque, al fin y al cabo, no habría ninguna diferencia. Esto ocurrió el 13 de junio de 1982.

Una nota interesante de esta reunión fue que, en todos mis 47 años, mi tío Laureano jamás me había llamado, buscado ni preguntado por mí, mucho menos visitado. Nunca supo ni siquiera dónde vivía yo, pero ese día, en una ocasión tan inoportuna y desagradable, mi tío sí encontró el camino hacia mi casa, para añadir insulto a la ofensa y echarle más sal a la herida de una acusación inicua e injusta. Y él no tenía nada que hacer allí. Ni siquiera era oficial de iglesia. Si hubiera llegado solo y en una ocasión diferente, aun así su visita habría sido sospechosa. Pero ahora era infinitamente más ofensiva e insultante, precisamente porque era mi tío. Reflexionando sobre esto, caigo en cuenta que la actitud de mi tío refleja fielmente la de la Iglesia Adventista en general, porque los demás miembros de la congregación tampoco se interesaron nunca por mí ni como persona ni como hermano. Y es que la iglesia no se interesa por el prójimo. Su posición no es la del amor, sino únicamente la fría aplicación de la ley. Ojalá que a mi tío Laureano no se le tome en cuenta esta ofensa innecesaria y ojalá que no sea juzgado con la misma severidad.

Debo decir que esta expulsión es mucho más grave de lo que podría parecer a primera vista porque la oglesia cree, con indecible arrogancia, apoyándose en Mateo 16:19 que, cuando el nombre de un miembro es borrado de los libros de la iglesia, este nombre es también, y automáticamente, borrado del libro de los salvos en el cielo, como si Dios le hubiera dado a la iglesia el poder de vida o muerte sobre los miembros, como si la salvación dependiera, no de Dios, sino de la iglesia. De manera que, de acuerdo con la iglesia, por este simple acto, nosotros pertenecemos al mundo de los perdidos. Como si Dios le hubiera dado a la iglesia permiso para decidir, por sí y ante sí, quién se salva y quién se pierde. Ni la Iglesia Adventista ni ninguna otra tiene ese derecho, que corresponde única y exclusivamente a Dios. Esta actitud de exclusión de los que no son miembros de la iglesia ha sido confirmada una y otra vez por los mismo miembros. Al encontrarse con nosotros en algún lugar público, ya no nos llaman hermanos, como si el significado de la palabra hermano estuviera limitado a los que pertenecen a la misma congregación o como si todos no fueran hijos del Dios Altísimo. Finalmente, en todos estos años, ni un solo hermano, ya sea laico o pastor, se ha acercado siquiera a nosotros, como era su deber de cristianos profesos. Si creían que estábamos en error, era su deber tratar de refutarnos bíblicamente primero y tratar de rescatarnos después.

Lo más que algunos hen hecho es invitarnos a la iglesia, olvidando que nosotros no estamoa en la iglesia por nuestra propia voluntad, y que nadie invita a su casa a una persona a quien uno ha expulsado de ella, sin antes intentar reconciliarse con la tal persona, especialmente si se cometió un error, como en el caso de nosotros. Así no se hacen las cosas, y menos en una iglesia que profesa ser la casa del Señor. ¿Primero nos expulsan sin tener razón y después nos invitan a la iglesia, con gran disimulo, sin tener razón y con gran malicia, sabiendo que, si aceptamos, la iglesia lo va a interpretar y a presesentar como que nosotros hemos reconocido que estamos en error? Pero no es así. A pesar del paso de los años, hemos encontrado que, no sólo no estamos equivocados según la Biblia, sino que es la iglesia la que está en error. Es la iglesia la que debe volver a las antiguas y grandes verdades que siempre existieron en la Biblia. Es la iglesia la que debe predicar la justificación por la fe, y debe hacerlo antes de que sea demasiado tarde.

Lamentablemente, sin embargo, dudo mucho que ese regreso ocurra. El control que la iglesia ejerce sobre sus miembros es tan fuerte que los hermanos ni siquiera se atreven a estaudiar este tema u otros, aparte de lo que la misma iglesia les enseña. Los miembros tampoco se atreven a preguntar de qué se trata todo esto, probablemente por temor a ser persuadidos de lo que ellos ahora consideran un error, o a correr la misma suerte que nosotros. El hermano promedio se contenta con estudiar, a lo mucho, su folleto de Escuela Sabática. En realidad, no tiene tiempo para más. Pero  se siente más que satisfecho al poder decir, cuando es pregunta durante la Escuela Sabática, que estudió su folleto seis días de la semana que acaba de terminar.

A propósito de esta manera de "estudiar", recuerdo un incidente que me ocurrió en la iglesia de San Miguelito. Elhermano Hidalgo, a quien llamaban Pipo,  muy querido y ahora ya difunto, era muy asiduo estudioso de su folleto de Escuela Sabática, hasta el punto de que lo tenía siempre lleno de subrayados y anotaciones. Por aquella época, yo tenía una preocupación. Sospechaba que la Escritura no estaba recibiendo la atención que yo sabía que merecía. Y cada vez que tenía oportunidad, predicaba sobre la necesidad de estudiar la Biblia. Pero era una cuestión personal y yo no quería molestar a nadie. Así que, un sábado por la mañana, le pregunté al hermano Pipo cuántos días a la semana y por cuántas horas cada día estudiaba la Biblia. Tan pronto hice la pregunta, me arrepentí, porque Pipo enrojeció, bajo la cabeza, y contestó que ninguno.

¡Pobre hermano Pipo y pobre Iglesia Adventista! No tuve que preguntar más. Mis peores sospechas quedaban confirmadas. La Iglesia Adventista hace más énfasis en estudiar el folleto de Escuela Sabática que en estudiar la Biblia, pero le hace creer a la congregación que, al estudiar el folleto, está estudiando la Biblia. Nada más alejado de la verdad. ¿Qué está pasando aquí? Algo verdaderamente alarmante. Pipo enrojeció, en la sencillez de su corazón, lo que ya yo había observado. Una cosa era estudiar el folleto de Escuela Sabática y otra, muy distinta, estudiar la Biblia. Y como la totalidad de los miembros hacían lo mismo, por consiguiente, tampoco estudiaban la Biblia. Sólo hacían lo que la Iglesia les decía que hicieran: Leer los textos que aparecían citados en el folleto. Luego leían, más o menos cuidadosamente, el comentario que aparecía después del texto y citado en la misma página. Este comentario generalmente está basado en alguna porción de algún libo atribuido a la Sra. White. Y así sucesivamente, día tras día. Ahora yo estaba bien seguro de lo que había estado sospechando por largo tiempo. La iglesia no estaba estudiando la Biblia. Asombroso. Increíble. Nunca lo habría creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos. La iglesia del Señor, la novia del Cordero, la Esposa, la que espera ser llevada al cielo cuando Jesús venga por segunda vez. había descuidado el estudio de la Palabra y, en su lugar, estaba gastando tiempo precioso estudiando palabras de hombres, que no otra cosa son los comentarios del folleto de Escuela Sabática, pues son preparados por pastores de la Asociación General. Por bienintencionados que sean, estos comentarios no son la Biblia. La preparación de este folleto es de lo más ingeniosa y tramposa que se puede imaginar. Se procede al revés del orden lógico. Usted creería que se formula la pregunta y después se da la respuesta. Pues no. Los genios de la Asociación General tuvieron la brillante idea de proceder a la inversa. Primero preparan la respuesta y después formulan la pregunta. Pero las presentan como si las hubieran preparado en orden lógico.

Dedicar tanto tiempo a estudiar como lo exige la iglesia significa que los miembros no tienen casi tiempo para leer, mucho menos para estudiar, sus Biblias. Si alarmante es esta situación, mucho más lo es esta otra: En su afán de controlar y condicionar las mentes y los espíritus de los hermanos para que reciban de buen grado sus enseñanzas, la IASD recurre a un método pedagógico, digno de mejor causa, que consiste de lo siguiente: Cuando en el folleto de Escuela Sabática el hermano lee un pasaje bíblico seguido de una interpretación proporcionada por la iglesia, el hermano tiende a pensar que la interpretación es correcta. Es decir, que si la iglesia, en la cual él cree de buena fe, cita un pasaje bíblico, va a la Biblia y ve que las palabras del texto son las mismas, su confianza en la iglesia se refuerza, no ve nada malo, y se siente seguro. No duda para nada. Luego lee la interpretación y tampoco ve nada malo, porque inconscientemente pinsa que un libro que cite la Biblia tan fielmente  no puede decir nada incorrecto ni erróneo.

Lo que el hermano común y corriente no sabe, ni sospecha siquiera, es que, para que un libro sea digno de confianza de decir la verdad, no basta que cite la Biblia fielmente. Se dice que el diablo también citó la Biblia fielmente. Y si no, recordemos cómo se la citó al mismo Jesús en los evangelios. En el folleto de Escuela Sabática, la mentira, el engaño deliberado, el fraude, no está en los textos bíblicos citados, sino en la interpretación distorsionada y amañada contenida en las notas que siguen a los textos de cada página. Es allí donde está el peligro. Si a esto le añadimos algo de pereza mental de parte del hermano creyente, tenemos la receta segura para el resultado ya descrito, que es justamente lo que la iglesia procura: Una iglesia pasiva, condicionada, ya dispuesta a recibir como verdad casi cualquier cosa que se le diga o se le enseñe. Pero es aquí precisamente donde el hermano se equivoca. La IASD anima a sus miembros a leer la Biblia, pero no la Biblia sola, sino a través del dicho folleto de Escuela Sabática y los escritos de la Sra. White. Además, cada hermano está muy ocupado con otras cosas, y no solamente en su vida, sino a causa de la misma iglesia. Se le anima a leer tantos libros de la Sra. White como pueda, así como El Centinela, el Manual de Iglesia, etc. No es de extrañarse que Pipo, como seguramente habrían tenido que hacerlo otros miembros de iglesia, tuviera que admitir que no había estado estudiando o siquiera leyendo la Escritura. Simplemente, no había tenido tiempo.

Así. pues, la IASD, que profesa creer en la Biblia como la Palabra de Dios, ha acabado por alejar de ella a los hermanos. Esto es lo que sucede cuando las prioridades cambian en la vida del cristiano. A causa de este desplazamiento de intereses en la IASD, los hermanos no están en condiciones de saber, por sí mismos, como es su derecho, si lo que creen y lo que la iglesia les enseña como verdadero tiene o no tiene un sólido fundamento bíblico. A Romelio y a mí nos costó mucho, pero mucho trabajo, librarnos de esta prisión invisible, y aprender a mirar la Escritura por lo que ella tiene que decir, no necesariamente a través de ls ojos de la iglesia. Ahora bien, si a nosotros, que estábamos a estudiar por razón de nuestra posición, nos fue difícil esta transición, imaginemos cuánto más le costaría a una congregación condicionada por años de costumbre y pasividad.

Ni Romelio ni yo nos consideramos nada especial. No pretendemos ser ni profetas, ni innovadores. No traemos un nuevo evangelio. No intentamos establecer una nueva iglesia, ni modificar ni cambiar las existentes. No aseguramos tener todas las respuestas. Lo que nosotros hicimos, comparar las enseñanzas de la IASD con las de la Biblia, no sólo lo puede hacer cualquiera, sino que es el deber personal de cada uno, por la cuenta que le tiene. Estamos hablando nada menos que de la vida eterna, la salvación. Quince años han pasado desde que fuimos deshermanados de la IASD. Desde entonces, hemos conversado con gran número de aquellos hermanos que alguna vez nos escucharon como a voceros de la verdad. Les hemos contado algunas de las cosas que descubrimos, en la medida en que consideramos que podían recibirlas y soportarlas. Algunos nos han escuchado con cierto interés, sin replicar ni argumentar nada. Otros, creyendo estar mejor preparados, han tratado de refutarnos, creyendo que estas cosas son ideas nuestras, pero sin darse cuenta de que tratan de refutar la propia escritura, porque nosotros no hacemos sino repetir lo que ha estado allí por miles de años. Otros más andan tan despistados que pones la carreta delante de los bueyes, por decirlo así, y andan diciendo que estamos predicando la justificación por la fe y otras cosas porque fuimos expulsados, algo así como una venganza personal.

Precisamente sucedió lo contrario. La iglesia nos expulsó porque predicábamos la justificación por la fe. Nosotros no intentamos debilitar ni destruir la fe de nadie. Todo lo contrario. Estamos seguros de que cualquiera que emprenda un estudio de éste y otros temas de interés por su propia cuenta, se beneficiará tremendamente y su fe se robustecerá, como nos sucedió a nosotros, no en las enseñanzas de la IASD, sino en las de las Sagradas Escrituras. Porque hemos de decir que, en lo que concierne a muchísimos puntos de doctrina y práctica, hemos hallado una gran diferencia entre lo que la Biblia presenta y lo que sostiene la IASD. Nosotros querríamos compartir con los demás las verdades que han estado en las Escrituras por millares de años, verdades que enriquecieron y han continuado enriqueciendo nuestra experiencia cristiana, así como las vidas de muchos en el pasado.

Contrariamente a lo que se decía y lo que habría sucedido de haber sido ciertas las acusaciones contra nosotros, lo ocurrido en la iglesia de San Miguelito no sólo no nos alejó de la verdad y la fe, sino que nos sirvió de acicate y estímulo para mirar más de cerca las enseñanzas de la IASD a la luz de la Biblia, y no solamente la justificación por la fe, sino todas las demás doctrinas de la IASD, que serán examinadas en la segunda parte de este trabajo. Aunque al principio introdujimos la justificación y ésta por fe, aún tenemos más que decir, pues es un tema apasionante para el apóstol Pablo, como debería ser para nosotros. En la Biblia hay numerosos ejemplos que ilustran el principio de que el hombre es justificado por la fe en el Señor Jesús, no por ningunas obras ni ningún esfuerzo por parte del hombre, por grandes que sean estas obras o sea este esfuerzo. El hombre no puede ser justificado por sus obras, ni siquiera siendo hallado obediente a la ley. Daremos algunos ejemplos, que cualquier persona estudiosa puede leer en su Biblia, hacer sus propias observaciones y comparaciones, y sacar sus propias conclusiones a la luz de lo que la propia Escrituras muestra, enseña, ilustra, predica.

En sus cartas, Pablo dice claramente que sólo hay dos posibles maneras de intentar justificarse delante de Dios; por las obras o por gracia. Esto último significa obtener un favor inmerecido. Las dos formas no pueden coexistir. Son incompatibles. Tiene que ser de una forma o de la otra. No las dos a la vez. Además, añado yo, es extremadamente peligroso tratar de justificarnos a nosotros mismos por las obras de la obediencia como medio para alcanzar la salvación porque, como somos pecadores, nuestra obediencia será siempre imperfecta y, por consiguiente, nunca será lo bastante buena para cubrir nuestros pecados y aparecer justos delante de un Dios justo (Rom. 11:6). Por nuestra condición de pecadores, nosotos no merecemos ser salvos. Pero Dios, en su infinita misericordia, ofrece considerarnos justos delante de Él por medio del sacrificio de su Hijo, que vivió y murió en nuestro lugar. Esta justificación es completamente gratis, y se recibe por la fe. La culpa que nos correspondía pagar ya fue pagada en su totalidad en la cruz del Calvario. A nosotros sólo nos resta aceptarla agradecidos. Por ejemplo, en Rom. 10:8-13. Pablo dice que "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación". Y escribiendo a los gálatas, Pablo se refiere a los mismo de esta manera: "¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quié os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado claramente como crucificado? Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Recibísteis el Espíritu por las obras de la ley o por el oir con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiedo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?" (Gál. 3:1-5).

Luego añade en los versículos 10-12: "Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios es evidente, porque: El justo por la fe vivirá, y la ley no es de fe,sino que dice: El que hiciere estas cosas, vivirá por ellas". En los evangelios hay numerosas referencias al hecho de que el hombre no lleva en sí mismo los medios para la justificación, sino que ésta tiene que venir de fuera de él. En Mateo 22, en la parábola de la fiesta de bodas, se pñresenta el caso de un hombre que no tenía puesto el vestido para la boda. No se podía entrar con un vestido cualquiera. Sólo con el requerido. En consecuencia, lo echaron fuera. En la parábola, este vestido es la justicia de Jesús, sin la cual nadie podrá entrar en las bodas del Cordero de que habla la Biblia. En ninguno de los pasajes que hablan o se refieren a la justificación, se menciona ni por asomo la obediencia a ninguna ley como instrumento de justificación. En Lucas 18:9-14, el publicano, profundamente convencido de su condición de pecador, "no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:  'Dios, sé propicio a mí, pecador'. Dice la Biblia que "éste descendió a su casa justificado antes que el otro". ¿Y quién era el otro?

Era un fariseo, que también había ido al templo a orar, pero daba gracias porque no era "como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros". Y en su arrogancia de cumplidor de la ley, añadía: "Ayuno dos veces a la semana; doy diezmos de todo lo que gano". En otras palabras, obedecía la ley al pie de la letra, como la IASD insiste, pero miremos bien que no fue justificado. El joven rico también había obedecido, pero no le había servido de nada. Dice la Escritura que se fue triste después de la entrevista con Jesús porque tenía muchas posesiones. A continuación, examinemos un buen número de temas bíblicos, acerca de los cuales encontramos discrepancias entre la interpretación de la IASD y una buena exégesis. El propósito no es ridiculizar a la iglesia, sino mostrar, mediante las mismas Escrituras, la lógica y el razonamiento, que en numerosos casos, la iglesia ha forzado la interpretación de la Biblia para ajustarla a sus doctrinas, cuando debería ser todo lo contrario.

Como señalamos anteriormente en este trabajo, la IASD no es ignorante de la justificación or la fe, tal como la presenta Pablo y como está correctamente descrita en el Comentario Bíblico Adventista. Pero una cosa es lo que dice el Comentario y otra muy diferente lo que se enseña en las congregaciones, en la Escuela Sabática, y desde el púlpito. Cuando usted habla a un adventista acerca de la justificación por la fe. el hermano no se sorprende, ni ve nada raro en lo que le estamos diciendo. Y es porque la IASD sí habla de la justificación por la fe, pero la presenta casada con las obras, de la siguiente manera:

En el libro Preparación para la Crisis Final, la IASD sostiene con bastante claridad, y hasta con ilustraciones, que el sacrificio de Jesús es válido para los pecados cometidos antes de la conversión, pero que, de allí en adelante, el pecador comienza un largo camino de regeneración, lo que la IASD denomina "santificación". Esta "santificación" tiene como base la obediencia a los Diez Mandamientos por el resto de la vida, hasta que Jesús venga por segunda vez. La iglesia justifica esta posición diciendo que el resultado de la conversión es la obediencia, porque la fe genuina debe producir obras. Es verdad que fe legítima debe producir obras, pero no como lo presenta la iglesia, sino de muy distinta manera. Los frutos que deben seguir a la conversión están muy bien presentados en la Biblia como "los frutos del Espíritu". "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" (Gál. 5:22, 23). Observemos que este fruto no menciona los Diez Mandamientos ni por asomo.

Al casar la justificación por la fe con con la obediencia a los Diez Mandamientos, la iglesia intenta obtener lo mejor de ambos mundos, por decirlo así. Satisfacer su doctrina legalista, en especial la del sábado, y al mismo tiempo simular que acepta el sacrificio ded Jesús. Los pecados pasados son pasados. Así que el pecador debe decidir qué hacer con los pecados que muy probablemente cometerá después, y a pesar de que se haya convertido, porque el hombre continúa siendo pecador después de convertido. Es su actitud, el centro de su atención, su corazón, su espíritu, lo que ha cambiado. En otras palabras, la iglesia sólo acepta la justificación para los pecados pasados, pero depende de la obediencia perfecta a los Diez Mandamientos para los pecados presentes y futuros.

Pero este extraño matrimonio entre fe y obras es por completo ajeno a la Biblia. En ella, el sacrificio de Jesús justifica al pecador de sus pecados pasados y cualesquiera pecados que se cometan en el curso de la vida de allí en adelante. " ... mas al que no obra, sino cree en aquél que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:5). Fijémonos bien en que la justificación es para el impío, no para los obedientes. El sacrificio de Jesús es válido para la vida entera del hombre, no sólo para sus pecados pasados. De lo contrario, Juan no hablaría de Jesús como abogado nuestro, como lo describe. "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". (1 Juan 2:1).

Cuando vimos el resultado de haber presentado la justificación por la fe en la iglesia de San Miguelito, y que ésta se hab{ia alarmado como si hubiese sido amenazada como si realmente lo hubiese sido, nos asaltó la sospecha de que probablemente había muchos otros aspectos de las doctrinas adventistas que merecían ser examinados. La actitud de la iglesia fue exactamente de temor, como de alguien que tiene algo que ocultar y que, por tanto, no se siente seguro. Así que emprendimos el trabajo de comparar las enseñanzas de la iglesia con las de la Biblia. Los resultados de este estudio justificaron con creces el esfuerzo realizado, como se verá más adelante. Antes de entrar a comentar los varios temas seleccionados, sin embargo, consideraremos unos principios de interpretación de la Biblia. Dicho sea de paso, la iglesia jamás comenta qué métodos o qué parámetros de interpretación usa, probablemente porque teme que, al divulgarlos, los miembros vean lo incorrectos y lo amañados que son y lo torcidamente que la iglesia aplica la Biblia.

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